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Columna
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Latinoamérica y Vargas Llosa / 2

La izquierda democrática latinoamericana sigue las pautas europeas apostando a una socialdemocracia, hoy diluida en el social-liberalismo, fragilizada por la debilidad de la clase obrera y de las organizaciones sindicales, y deslegitimada por su renuncia a la transformación social. Pero además en América Latina, confrontada a una corrupción más agresiva y generalizada que en los países del Norte y sometida a los embates del espejismo guerrillero y de la izquierda extraparlamentaria, puede difícilmente consolidarse con sus señas de identidad específicas. La existencia de la Cuba de Fidel Castro y el icono de Che Guevara son, por lo demás, desafíos escasamente contestables en el contexto latinoamericano si sólo se les opone el solaz de la alternancia electoral y el proyecto improbable, pero políticamente correcto de un Estado liberal y social de derecho. Máxime cuando el modelo que se apoya en esos dos pilares tiene cada día más agujeros y las disfunciones de su ejercicio son tan numerosas (Christian Savès, Pathologie de la démocratie), que han llevado a una desconsideración muy extendida de la democracia liberal y representativa. El deterioro de la participación política, el sectarismo de los partidos, la corrupción a todos los niveles y la ausencia de perfiles claramente diferenciados de las diversas opciones políticas que han hecho que se comience a hablar del partido único democrático, son algunas de las causas de este proceso de rechazo. Desafección que ha asumido dos formas: la tesis del desencanto democrático, expuesta por Guy Hermet en Les désenchantements de la liberté y desarrollada por Pascal Perrineau en Le désenchantement démocratique, y el desconcierto creado por la multiplicación de nuevas denominaciones -entre otras, democracia procedimental, democracia de opinión, democracia de mercado, democracia industrial, democracia post-totalitaria, democracia electrónica, democracia deliberativa, democracia consociativa-, de formulación escasamente lograda en la mayoría de los casos.

Esta evolución viene acompañada de la implantación casi unánime del conservadurismo neoliberal, que si en Europa suscita resistencias, en América Latina es incongruente por las extremas desigualdades de la estructura social de sus sociedades. Lo que no se solucione con el desmontaje de la mayoría de los partidos comunistas y con la condena de todas las fuerzas políticas que no aceptan ese marco consensual a la condición de izquierdas extraparlamentarias. La compilación coordinada por Pablo González Casanova y Marcos Roitman La democracia en América Latina es extraordinariamente ilustrador de esta fase contrarrevolucionaria. Ahora bien, la domesticación social-liberal de los partidos y el sepultamiento de la izquierda es contemporánea de la emergencia de movimientos sociales con voluntad de ruptura. Su asentamiento y expansión en los años noventa y su convergencia con las fuerzas políticas dotadas de voluntad de cambio, allí donde han ido apareciendo, han contribuido a modificar notablemente en estos últimos años el paisaje político. El triunfo del Frente Amplio en Uruguay en 2004, de Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, las difíciles pero posibles hipótesis de López Obrador y el EZLN en México o de Humala en Perú y ahora Evo Morales en Bolivia, son los soportes de una nueva andadura democrática. Una democracia en la que se sustituya el cerrado consenso de la alternancia en la que los cambios funcionan sólo como conservadores de lo que existe, por una alternativa que abra de par en par las puertas al futuro. ¿Es eso lo que ha producido la encrespada irritación de Mario Vargas Llosa? Porque un triunfo tan abultado e irreprochable como el de Morales, que ha incorporado además a la población indígena a la realidad nacional boliviana y ha confirmado la inscripción de los sindicatos en la convivencia democrática, debería al contrario satisfacer su inclinación al orden. Pero sobre todo la convergencia de todas esas experiencias en un proyecto de transformación de los contenidos actuales social-liberales de las democracias, pueden, si no se frustran, desembocar en la realidad de una democracia avanzada a la que tan penetrantemente se refería Raúl Morodo, en su reciente artículo sobre Venezuela en EL PAÍS. Democracia cuyo cumplimiento consiste en conjugar simultáneamente libertad e igualdad.

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