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Columna
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La corrección de la incorrección

Javier Cercas

El escritor A se entera de la muerte del padre del escritor B. Poco después, cuando encuentra al escritor B, al escritor A sólo se le ocurre decirle: "Te acompaño en el sentimiento". "Gracias", responde el escritor B, y añade: "Pero eso es sólo un cliché". El escritor A se siente espantosamente ridículo: piensa que el escritor B tiene razón, que lo que ha dicho es un tópico, una frase hecha, un pedazo de pensamiento mostrenco y fosilizado, incapaz de expresar sus sentimientos, la sinceridad de su compasión por la desgracia que ha sufrido el escritor B. Pero enseguida el escritor A reflexiona. Piensa que lo que ha dicho es en efecto un cliché, pero también una expresión avalada por siglos de eficacia, y que por eso mismo -aunque se haya petrificado y sea usual en los culebrones y en la novela rosa-, en castellano no hay forma más breve y exacta de darle el pésame a alguien, igual que no hay forma más breve y exacta de expresar el amor que se siente por una mujer que diciéndole "Te quiero", por mucho que también sea ésa la forma en que se declaran los protagonistas de novelas rosas y culebrones. "Idealizando", recuerda el escritor A que escribió Martin Amis, "toda escritura es una campaña contra el cliché". El escritor A piensa que Amis tiene razón, que el cliché es lenguaje -es decir, pensamiento- fosilizado, inválido por tanto para expresar lo real, y que, dado que todo escritor pretende a toda costa acuñar una visión inédita de lo real (aun sabiendo que tal cosa es a fin de cuentas imposible), escribir es escribir contra el cliché, pero a condición de que no se olvide que ese propósito ideal no puede ni debe seguirse a rajatabla, por la sencilla razón de que, como el lenguaje es una simple convención, toda escritura inteligible participa del cliché: idealizando, es un cliché nombrar la silla con la palabra "silla" y la mesa con la palabra "mesa". De ahí que ni siquiera un escritor pueda prescindir por completo del cliché, a menos que quiera incurrir en la ininteligibilidad, la tontería, el autismo o la ecolalia. Escribir, como hablar, es generalizar, y generalizar es la mejor forma de equivocarse, pero también la única de entenderse.

No sé por qué pensé o imaginé lo anterior hace unos días, cuando leí en una entrevista publicada en Letras Libres que el novelista y editor Luis Magrinyà se declaraba gran partidario de la corrección política, "en vista de que la reacción contra ella es muchas veces, pues eso, reaccionaria, añoranza de los viejos tiempos en que se podía ser racista y machista sin que pasara nada (¿pasa ahora algo, por cierto?)". Ya era hora de que alguien lo dijese. Es indudable que la corrección política no es a menudo sino una máscara de la hipocresía y el fariseísmo biempensantes -cuando no de la simple estupidez-, pero lo cierto es que llevarle por sistema la contraria a la corrección política, fiándolo todo al prestigio memo o infantiloide del inconformismo, no garantiza tener razón. De hecho, la incorrección política puede ser tan hipócrita, farisea, estúpida y biempensante como la corrección política. Idealizando: es políticamente incorrecto sostener que los negros son inferiores a los blancos, pero eso no le resta a esa afirmación tan inconformista ni un ápice de su falsedad, su abyección o su estupidez. Idealizando: es políticamente incorrecto afirmar que, para solventar el debate sobre la propuesta de nuevo estatuto presentada por el Parlamento catalán, lo mejor es sacar los tanques a la calle, pero eso, que podría tener cierta gracia si lo dice un cretino o un cínico en un escenario, no tiene ninguna si quien lo dice es alguien metido en plena discusión sobre el Estatut, entre otras razones porque un militar mal informado y anacrónico (pongamos que hablo del general Mena) puede creérselo y obrar en consecuencia. Porque, a pesar de que aspire a constituir un conjunto de normas universales, en el fondo la corrección política no existe en abstracto, sino que depende del quién, el cómo, el cuándo y el dónde. Lo que es políticamente incorrecto en Madrid es políticamente correcto en Barcelona (y viceversa), lo que es políticamente correcto en el barrio de Salamanca es políticamente incorrecto en Vallecas (y viceversa), lo que es políticamente incorrecto en un periódico o en una radio o una televisión es políticamente correcto en otra televisión o radio o periódico (y viceversa). Los nuevos ideólogos de la derecha española han inventado un feo neologismo para referirse a la corrección política: la llaman "buenismo"; puestos a inventar espantos, algún día habrá que discutir el "malismo". La corrección política es una forma de cliché moral y político; a la incorrección política le falta muy poco para serlo. Acogerse indiscriminadamente al cliché asegura la estupidez; rechazarlo indiscriminadamente, también, porque la guerra sin cuartel contra el cliché acaba siempre convertida en cliché. Un inconformista puede ser un individuo valeroso, eficaz y simpático, siempre que no incurra en el conformismo del inconformismo, que es forma más necia del conformismo. Empieza a no haber nada tan políticamente correcto como ser políticamente incorrecto.

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