Véase
El perro negro, obra de Péter Forgács (Budapest, 1950), es la película más veraz, delicada y terrible que un servidor haya visto de la Guerra Civil española, y si no fuera porque el invierno restringe las pasiones añadiría que es una película prodigiosa, cuya exhibición en plazas, mercados, escuelas, parlamentos, estadios, televisiones, e incluso cines, de España (la España de la llamada memoria histórica y de los abuelos lozanos), debería ser permanente por razones de higiene estética y moral. La Guerra Civil es la principal industria cultural española, pero los productos más solicitados son los que la reproducen en sí mismos. Es decir, todos aquellos que instalan en su discurso el propio corazón de la contienda. Libros como barricadas. Todo aquello que induzca a pensar que la guerra continúa y su resultado es incierto, y que aún podemos ganarla y que no la empezamos nosotros. Los cierres categóricos como el de Forgács no pueden ser apreciados. No sirven. Provocan una tristeza plomiza, una desmoralización perceptible. Conducen a la hipotensión, como la verdad y la belleza.
'El perro negro' es un filme sobre la Guerra Civil cuya exhibición en plazas, escuelas, mercados y parlamentos debería ser permanente
El perro negro es lo que antes se conocía como un documental y ahora se lo conoce de cualquier manera. Su director dice que hace arqueología más que cine. En esta película ha vinculado las vidas y las películas familiares del empresario textil Joan Salvans i Piero y del estudiante Ernesto Díaz Noriega. Al primero lo mató un Pedro el Cruel, anarquista, en los bosques de Collserola seis días después de empezar la guerra. El segundo sobrevivió a las trincheras. Uno era catalán y el otro madrileño. A los dos les unió el cine y la tragedia. Forgács cose los trozos de esas películas con material de archivo, pero el hilo parece inédito, incluso cuando no lo es. Hay también una música inquietante que es siempre un eco, como debe ser en el cine.
La noticia de esta película me llegó de Holanda, donde vive su principal productor. Contaban que había habido ciertos problemas para estrenarla en España. Lo comprobé leyendo una larga entrevista de Forgács, realizada en Viena, en la primavera del año pasado. (http://www.docspace.org.uk/Interview%20with%20Peter%20Forgacs%20in%20Vienna.pdf). Antes de aludir a los problemas, Forgács se preguntaba algo importante: "¿Qué hacer cuando muestras al burgués asesinado por un anarquista?". Él mismo se daba la respuesta: "... y no culpar al anarquista por todo y no culpar al capitalista por todo, sino mostrar que la responsabilidad personal en la vida privada y en la vida pública es lo más importante". Luego explicaba que la distribución de la película había topado con graves dificultades. El sindicato de Espectáculos de la CNT, que poseía los derechos de algunas imágenes, se opuso a su distribución. Les parecía que era una película cualquiera sobre un crimen (el crimen de los Salvans) antes que una película que reflejara la lucha por un mundo mejor. Yo creo que el sindicato tenía razón. Una razón profunda. La película es la película de un crimen (múltiple), y ése es su mérito mayor.
Escribí al director. Quería saber quién había sido su interlocutor en el sindicato (para hablar sobre el crimen y la utopía) y más detalles sobre la prohibición anarquista. Contestó sucintamente, remitiéndome al productor, Cesar Messemaker, que no acusó recibo. Por el contrario, los distribuidores españoles, Paral·lel 40, sí respondieron. Confirmaron los problemas con los anarquistas. "Hubo discrepancias entre el productor del documental, el director y los responsables de comunicación de la CNT, ya que éstos creían que la imagen que se daba de ellos no los favorecía. En abril, cuando obtuvimos los derechos de estreno en España, nos dieron el visto bueno para poder pasar el documental en los cines y festivales que quisiéramos". La película se estrenó en la Filmoteca barcelonesa y en otras salas alternativas de Cataluña. Su impacto ha sido muy escaso. Completamente desproporcionado al que provoca la película cuando se abren (bien) los ojos. Lo peor, sin embargo, es esta acusación pendiente de Forgács: "Pero han prohibido su pase por Televisión Española".
Una película de este tipo necesita la televisión. Y ya no hablemos de cómo una televisión pública necesita películas de este tipo. Se acabe pasando o no, lo significativo es que una obra tan acabada y tan sensible, que una mirada como la de Forgács, haya concitado el veto más o menos explícito, la maniobra dilatoria, el rechazo. ¿Sólo porque muestra que un anarquista mató a Joan Salvans y a su padre, y porque exhibe de ellos una felicidad doméstica, simple, pequeña, insoportable? Tal vez. Pero puede que haya algo peor. Entre las escenas más terribles de la película está la de ese grupo de hombres. Hay varios negros entre ellos. Se ven sus rostros en primer plano. Uno, con gafas redondas, incluso sonríe. Como en las películas mudas un cartel va pasando y dice que las caras fueron filmadas pocos minutos antes de su fusilamiento. Y que eran brigadistas.
Lo que les debe de parecer insoportable es que esta película sea una fosa común.
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