Cuando el virus H5N1 entró en casa de los Kocygit
Los cuatro muertos por gripe aviar de Turquía vivían en el mismo pueblo y tres eran hermanos
Más que una familia, los Kocygit son un recuerdo. La gripe aviar irrumpió hace días en su modesta casa en Dogubeyazit, al este de Turquía, y se llevó a tres hermanos de 11, 14 y 15 años. Sólo sobrevivió Hasan, de 6, que corretea solo por la vivienda, desde la que se divisa el monte Ararat. "Estamos destrozados, pero no queremos irnos", dice su madre. En este pueblo donde se ha cebado el virus H5N1, los pollos eran la principal fuente de alimento. "Teníamos gallinas, patos... Los niños siempre estaban jugando", dice Mehmet Ozcan, el padre de Fatma, de 12 años, la cuarta fallecida.
"Teníamos gallinas y patos; los niños siempre estaban jugando", dice el padre de Fatma
"Estamos destrozados, pero no queremos irnos de aquí", explica la madre de tres fallecidos
La gripe aviar ha causado alarma en toda Turquía, pero su entrada en el hogar de los Kocygit fue devastadora: tres de los cuatro hermanos han muerto. Sólo sobrevivió el menor, Hasan Ali, de seis años, que ayer incluso esbozaba una sonrisa en el comedor de su casa, protegido por su madre, su abuela y otras mujeres de la familia. Todo Dogubeyazit, ciudad al este del país, está de luto: por la familia Kocygit; por la de Ozcan, que perdió una hija el domingo, víctima también de la gripe aviar, y por el súbito agravamiento de los problemas económicos de los habitantes de esta población de mayoría kurda en la falda del monte Ararat.
Fue en Dogubeyazit donde por vez primera en Turquía saltó el virus de las aves a las personas. Y sólo en esta ciudad, de 50.000 habitantes y a un paso de la frontera con Irán, se han registrado muertes. Los tres hermanos Kocygit, de 11, 14 y 15 años, fallecieron uno tras otro en los nueve primeros días de enero en el hospital de Van. La cuarta víctima mortal, Fatma Ozcan, vivía también aquí y murió el pasado domingo. Su hermano sigue en estado crítico, aunque los médicos aseguran que mejora.
"Estamos destrozados, pero no queremos irnos de aquí", explica Marifet en la pequeña sala de estar de su diminuta casa, en las afueras de la ciudad, mientras sostiene en brazos a su hijo, el único que le queda tras el infierno de los primeros días de 2006. El marido no está: ha viajado a Ankara, donde el Gobierno ofrece a la familia casa y trabajo. Ellos, sin embargo, preferirían una ayuda económica para seguir en Dogubeyazit, el lugar donde siempre han vivido, entre nieve, a 3.000 metros de altura.
Desde la casa tienen una vista imponente del monte Ararat, el más alto de Turquía y escenario del episodio bíblico de la barca de Noé. "Ahora nos mantenemos con lo que nos dan los vecinos, que nos están ayudando mucho", explica esta mujer con voz rota y mirada triste, que se cubre la cabeza como la mayoría de mujeres de la ciudad. El pequeño corral pegado a la casa está vacío, cerrado a cal y canto.
Las causas de su tragedia están ya claras: los pollos enfermaron y el contacto con los chicos era constante. Para esta familia, las aves eran básicas, en invierno probablemente la mayor fuente de sustento. Sólo el padre trabajaba y, como temporero en la construcción, no conoce paga fija. En invierno, las temperaturas descienden en ocasiones más allá de los 25 grados bajo cero y a las tres de la tarde ya se pone el sol. No hay en el pueblo muchas más cosas que hacer que guarecerse en casa y cuidar a los pollos para garantizar los huevos de mañana y la carne del futuro.
Todos los niños de la familia Kocygit se ocupaban de las aves y así se fueron contagiando y muriendo. Al no haber anteriormente casos mortales, las alarmas saltaron tarde. Cuando llegaron al hospital de Van tras recorrer 180 kilómetros, con parte de la ruta helada, poco pudieron hacer. Sólo se salvó el pequeño, el que menos contacto tuvo con los animales. Pese a que estuvo hospitalizado, no se ha confirmado que él sufriera también la epidemia. Hoy parece un niño tímido y sano, pero su familia no le deja salir de casa.
El caso de Fatma Ozcan, que murió el domingo, es idéntico, y el contagio fue más o menos en los mismos días. Por esto, las autoridades sanitarias turcas y la Organización Mundial de la Salud (OMS) insisten en que la situación está básicamente controlada. Delante de la casa donde Fatma vivía con sus padres y sus cinco hermanos se ha instalado ahora una carpa que alberga a decenas de hombres que guardan luto y acompañan a la familia en su dolor. En medio hay una estufa de carbón y los hombres rezan juntos con las manos extendidas.
El padre, Mehmet, enterró el lunes a su hija, pero, a pesar de la tragedia, está más animado porque los doctores le han dado buenas noticias sobre su hijo de cinco años, que sigue ingresado en estado crítico en Van. "Hemos tenido muchos problemas, no es justo lo que nos pasa", lamenta. "En el patio teníamos pollos, gallinas y patos; los niños siempre estaban jugando", explica.
La enfermedad la contagió un pato; y también tardaron en reaccionar. "Nuestra hija empezó a encontrarse mal, cada vez peor, y con mucha fiebre; al cabo de unos días, en televisión empezaron a hablar mucho de la gripe aviar. No nos preocupamos hasta entonces, ¿y si nuestra Fatma tuviera esta enfermedad?", cuenta, arropado por hombres del barrio que le acompañan en el luto. Mehmet no trabaja ni tiene con qué salir adelante. A la espera de recibir la ayuda del Gobierno aún no concretada, vive "de la solidaridad de los vecinos". También para ellos los pollos eran su mejor garantía para pasar el invierno.
En Dogubeyazit, casi todos caminan cabizbajos. La gripe aviar se ha llevado la vida de cuatro jóvenes vecinos, pero nadie ha quedado indemne. Ya no hay aves, tan necesarias para las familias más humildes, que son la mayoría. Éste fue el primer lugar donde empezaron los sacrificios masivos y se siguió a rajatabla, con la colaboración de los vecinos.
Pero, además, la ciudad se ha quedado momentáneamente casi sin razón de ser. Situada a apenas 50 kilómetros de la frontera con Irán, todo el mundo vive del paso de viajeros y mercancías de un lado a otro. Ahora la frontera está sellada porque Irán teme que el virus salte a su país. Y los bazares y restaurantes, otrora a rebosar gracias al trajín constante en una ruta antiquísima, están vacíos.
El Dogus Restaurant es sólo uno más de los locales donde el número de camareros supera al de los clientes. Trabajan en él 15 personas y a la hora del almuerzo hay cuatro clientes en un lugar con espacio para al menos 80 y que solía estar lleno. "La situación se ha vuelto muy crítica: o mejora, o en menos de dos meses estamos en banca rota y tenemos que cerrar", cuenta Romazon Koq, el responsable.
El tráfico en la carretera que conecta Van, la localidad más importante de la zona, con Dogubeyazit era ayer muy escaso. La dificultad de algunos tramos, que a mediodía registran temperaturas de 20 grados bajo cero y están a menudo cubiertos de hielo, hace todavía más inverosímil el viaje a este rincón que hasta hace poco era parada obligada en la ruta hacia Irán y que, de repente, ha quedado sólo como el epicentro de la gripe aviar. "Sin viajeros no hay clientes, sin clientes no hay dinero, sin dinero no hay negocio, sin negocio no hay trabajo", explica Koq con una lógica aplastante.
Para los Kocygit, el drama empezó el 1 de enero, cuando la gripe aviar se llevó al primero de los tres hijos que han muerto. Lo que entonces todavía no se sabía es que aquel día, más allá de la terrible tragedia de una familia, empezaba una pesadilla de la que Dogubeyazit todavía no ha despertado.
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