"Un policía alemán participó en mis interrogatorios en Afganistán"
"Las pruebas disponibles indican que en 1999, Mohamed Atta, Ramzi Binalshibh, Marwan al Shehhi y Ziad Jarrah estaban decididos a luchar en Chechenia contra los rusos. Según Binalshibh, un encuentro casual en un tren, en Alemania, llevó al grupo a cambiar de opinión y viajar a Afganistán. Un individuo llamado Jaled el Masri se aproximó a Binalshibh y a Shehhi, por su aspecto árabe y sus barbas, y sacó el tema de Chechenia", señala el informe de la comisión del 11-S en Estados Unidos. "Cuando más tarde se pusieron en contacto con Masri, éste les condujo a Abu Musab en Duisburg, Alemania, que en realidad era Mohamedou Ould Salí, un dirigente importante de Al Qaeda, quien les recomendó que fueran a entrenarse para la yihad en Afganistán...", añade el informe.
"Un guardia me dijo: 'Está en un país donde no hay ley. Si muere, le enterraremos y nadie lo sabrá"
"Reaccioné con fuerza contra la situación en que me encontraba con varias huelgas de hambre"
"¿Saben las autoridades alemanas dónde estoy?, indagué. 'No puedo contestar a su pregunta', replicó"
"Me aplicaron inyecciones en ambos brazos y me introdujeron en un avión atado de pies y manos"
Masri es el equivalente de un apellido como Hoffman en Alemania o González en España. ¿Fue esta mención en el informe del 11-S lo que llevó al secuestro, el 31 de diciembre de 2003, del ciudadano alemán de origen libanés Jaled el Masri y su detención secreta durante cinco meses en Macedonia y Afganistán?
El Masri, 42 años, casado, cinco hijos, nacido en Kuwait, de padres libaneses, salió de la ciudad alemana de Ulm, a 150 kilómetros de Múnich, el día 30 de diciembre de 2003 en un autobús en dirección a Skopje, la capital de Macedonia. Al llegar, la tarde del día 31, al puesto fronterizo de Tabanovce, entregó al conductor su pasaporte. Acto seguido, El Masri fue trasladado por la policía a Skopje, donde le internaron en un hotel. Los policías, según se acreditó más tarde, se pusieron en contacto con la delegación local de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Durante 23 días fue interrogado, golpeado y amenazado con armas de fuego por la policía de Macedonia si no confesaba ser miembro de Al Qaeda. El Masri les dijo la verdad: nada tenía que ver con ninguna actividad terrorista.
El 22 de enero de 2004, un avión Boeing alquilado por la CIA hizo escala en el aeropuerto de Son San Joan de Palma de Mallorca, España. Fuentes solventes aseguran que desde Macedonia, la CIA solicitó ese avión, que se dirigió a Skopje precisamente para trasladar a El Masri a una siniestra prisión en Kabul, Afganistán. Allí El Masri, que fue sometido a cinco meses de cautiverio en condiciones crueles y degradantes, fue interrogado, según asegura, por un funcionario alemán a quien ahora intenta identificar.
El 28 de mayo de 2004, El Masri fue puesto en libertad. "Estoy prácticamente seguro de que Sam, como se hacía llamar, es un ciudadano alemán que ocupa posiciones relevantes en la policía y los servicios de seguridad de mi país", dijo Jaled El Masri a EL PAÍS en una entrevista, el pasado lunes en Ulm.
Hoy viernes, día 13 de enero, la canciller alemana, Angela Merkel, tiene previsto abordar este asunto con el presidente George W. Bush en el encuentro que ambos mantendrán en la Casa Blanca.
He aquí los tramos principales del diálogo que mantuvo El Masri con éste periódico:
Pregunta. ¿Supo usted la coincidencia de su nombre con el que aparece en el informe de la comisión del 11-S?
Respuesta. No antes de mi secuestro el 31 de diciembre de 2003. Por una razón: el informe se conoció en julio de 2004. Es decir, después, incluso, de que recobré la libertad. Pero no creo que haya sido esta la fuente del error...
P. ¿Por qué, entonces, le secuestraron?
R. Sólo puedo juzgar a partir de las preguntas que me hicieron. En Macedonia no fueron muy sutiles. Me propusieron un pacto. El jefe de los policías me dijo que si yo admitía ser miembro de Al Qaeda... ¡me dejaban volver a Alemania! Pero el secuestro más serio comenzó la mañana del 23 de enero de 2004. Me filmaron en un vídeo en el que yo me identificaba y decía que me habían dejado marchar libremente. Me pusieron esposas y me cubrieron la cabeza con una venda. Entonces me llevaron al aeropuerto, me quitaron la ropa y mientras me cambiaban la venda de los ojos vi a ocho hombres vestidos de negro con los rostros cubiertos con máscaras también negras. ¡Era una película! Enseguida me aplicaron inyecciones en ambos brazos y me introdujeron en un avión atado de pies y manos. Al cabo de muchas horas, aterrizamos. Sentí mucho calor. No estábamos en Europa. Me trasladaron a una ciudad, que resultó ser Kabul. Pude ver un sol rojo. Anochecía. Me metieron en una celda subterránea muy pequeña. Hacía mucho frío. Y me golpearon con dureza. Uno de los guardias me dijo: "Usted está en un país en el que nadie sabe quien es usted; en un país donde no hay ley. Si muere le enterraremos y nadie lo sabrá".
P. ¿Qué le preguntaron?
R. Los norteamericanos, con la ayuda de traductores con acento palestino y también libanés, hicieron preguntas muy concretas sobre mi vida en Ulm, sobre la mezquita y la Casa Multicultura. Me preguntaban por ciertas personas a las que yo, por haber acudido allí a orar, conocía. Si se hubiera tratado de una confusión con el nombre El Masri ese tipo de preguntas no habría tenido lugar. Soy consciente de que querían información sobre terceras personas. No me aplicaron electrochoques, por ejemplo, para sacarme información. Y, además, reaccioné con fuerza contra la situación, con varias huelgas de hambre.
P. En esas condiciones, ¿ pensó que le iban a dejar en libertad?
R. Hacia el 6 de mayo de 2004 me visitó un norteamericano que se presentó como psicólogo. Me explicó que venía desde Washington por mi caso y me prometió que saldría pronto en libertad. Pero no hubo novedades. Y entonces apareció Sam.
P. ¿Quién es Sam?
R. Es lo que ya creo estar en condiciones de saber. Le contaré. El 16 de mayo de 2004 se presentó un alemán junto con el director norteamericano de la prisión y otro estadounidense que hablaba árabe. El alemán era un hombre delgado, de un metro ochenta de estatura, cabello castaño de unos ocho centímetros de largo. Su piel estaba tostada por el sol y usaba gafas color acero. Dijo que quería hablar conmigo sinceramente. Le contesté: "Bien, pero usted sabe quien soy yo; en cambio, yo ignoro quién es usted". Y le pregunté: "¿Pertenece a alguna autoridad, algún ministerio o institución de Alemania?". El alemán se volvió al costado y habló en inglés con los norteamericanos. No entendí nada. Se volvió nuevamente hacia mí y dijo: "No puedo contestar a su pregunta... Llámeme Sam", dijo. Insistí: "¿Saben las autoridades alemanas dónde estoy?". Sam torció la cabeza y volvió a intercambiar unas palabras con sus colegas. "No puedo contestar", dijo.
P. ¿Nunca le había visto antes?
R. Hasta hace pocos días había olvidado completamente una escena en la que estoy seguro de haberme cruzado antes con Sam...
P. ¿Antes del 16 de mayo de 2004?
R. Sí. Sucedió pocas semanas después de ser trasladado a Afganistán. Un día me sacaron de la celda y los guardias me llevaron a una sala para interrogarme. Al verme, una persona que llevaba una gorra con visera tipo béisbol se volvió y se tapó con la palma de su mano mientras gritaba: "No, no es él...No...". Y me sacaron de allí. Estoy convencido que él y Sam son la misma persona.
P. ¿Le interrogó Sam? ¿Ordenó que le golpearan o torturaran?
R. Me interrogó intensamente. Pero desde que apareció me trataron mejor. Él me hizo preguntas el 16 de mayo de 2004, durante dos horas; regresó el 17 y una vez más el 18. Nunca me acusó concretamente de nada. Él, como los norteamericanos antes, estaba interesado en terceras personas. Me enfadé. Le dije que ya me habían prometido varias veces lo mismo. Y le advertí que retomaría al día siguiente mi huelga de hambre. "Por favor, deme dos días. Hablaré con mis superiores en Alemania. Le daré una respuesta rapida", dijo Sam Yo estaba muy angustiado. Sam me creaba inseguridad. ¿Quién era realmente? ¿Era un agente de algún servicio alemán? ¿Era un agente de la CIA? En otra ocasión, me explicó que los norteamericanos no querían admitir que yo había estado en la prisión de Afganistán y que no debían quedar huellas de mi paso por ella.
P. Volvamos al día 20 de mayo, ¿reinició usted la huelga de hambre al día siguiente?
R. Sí, estaba desesperado. Había perdido 30 kilos y aunque había recuperado algo de peso últimamente seguía destrozado. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Esas imágenes de televisión en la que aparecían los detenidos de Guantánamo que yo había visto en Alemania me quitaban el sueño. En las paredes de la diminuta celda había frases del Corán escritas por otros detenidos con anterioridad. Así que el 21 de mayo de 2004 comencé otra vez una huelga de hambre. Por la noche vinieron a la celda el director de la prisión, un norteamericano, un médico y Sam. Me pidieron que no siguiera adelante. Como muy tarde, prometieron, estaría de camino a Alemania el 28 de mayo. Dijeron que se estaba preparando mi traslado. En la tarde del 27 de mayo llegó un médico para hacerme una revisión. Al día siguiente, vino otra vez el médico. Sam y el director norteamericano de la prisión me entregaron mis pertenencias, mi pasaporte y mi cartera con el dinero que llevaba. Me hicieron atar las manos, me colocaron una venda en los ojos y me metieron en un contenedor ordenándome que me sentara en una silla, de espaldas al conductor. Me hicieron subir más tarde a lo que me pareció un pequeño avión. Ya en vuelo, Sam me dijo que sería un largo viaje y agregó: "Tenemos un nuevo presidente en Alemania. Se llama Horst Kohler". Había sido elegido el 23 de mayo de 2004, hacía menos de una semana. Unas horas después me hicieron bajar. Sam siguió viaje. A mí me metieron en un minibús y me dejaron muchas horas después en la frontera con Albania. De allí la policía me trasladó al aeropuerto Madre Teresa de Tirana. Uno de los guardias sacó 320 euros de mi cartera y compró el billete a Francfort. Y me subieron a un avión de línea regular. Cuando por fin llegué a Nuevo Ulm, a mi casa, todo estaba empaquetado. Mi mujer y mis hijos, me dijeron, en la Casa Multicultura, se habían marchado, tras esperar algún tiempo, a Líbano.
P. ¿Era claro para usted que Sam era alemán?
R. Era alemán cien por cien. Lo que yo no podía saber era si era un alemán de la CIA, un policía alemán o un miembro del servicio de inteligencia alemán. Pero no sólo me refiero al acento con el que hablaba el idioma alemán. Hubo otros indicios...
P. ¿Cuáles?
R. En cierto momento hablamos sobre cosas cotidianas. En cierta ocasión hablamos sobre nuestras esposas. Le dije que mi mujer usaba una tarjeta especial llamada metro para empresas y ejecutivos, con la que solía comprar, por ejemplo, pescado. Sam me explicó que también su esposa compraba con ese tipo de tarjeta.
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