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Reportaje:

El Club de los Deberes

Alumnos mayores de un centro de Madrid ayudan a los pequeños en sus ejercicios

Para ser miembro del Club de los Deberes en el instituto Pradolongo de Madrid sólo hay que quererlo. No hace falta ser buen estudiante, ni pagar una cuota, ni superar pruebas de selección. Todos los lunes y miércoles los alumnos que quieran tienen una cita en este centro del sur de la capital.

Allí, cuatro estudiantes expertos del último curso de la ESO se encargan voluntariamente de resolver las dudas de sus compañeros al hacer los deberes. En este instituto las clásicas quedadas para hacer los deberes se han institucionalizado para combatir el fracaso escolar, que llega al 40%.

Llegar a ser estudiante experto es un poco más complicado. Los seleccionan los profesores entre los alumnos más participativos de 4º curso y con mejores resultados académicos. Este año, el primero del Club de los Deberes, hay ocho estudiantes de 15 años que se turnan los dos días.

El Ayuntamiento aún no ha contestado a la petición de ayuda para esta actividad
En el centro conviven estudiantes que vienen de 19 países de cuatro continentes

María, Javier, Álvaro y las dos Lorena son cinco de ellos, aunque eso de expertos no acaba de convencerles. "Más bien somos alumnos mayores", dice Álvaro. Lo que más les animó a todos a participar en esa iniciativa fue que el instituto, como reconocimiento a su tarea, pagara la mitad del viaje de fin de curso, que el año pasado fue a Matalascañas (Huelva).

La mitad de los alumnos del Pradolongo son inmigrantes. Proceden de 19 países de cuatro continentes, y uno de los retos en los que ya están curtidos en este centro son los programas de convivencia.

Las profesoras responsables de esta iniciativa son Isabel Fernández y Consuelo Gómez. Esta última explica cómo surgió la idea: "Muchos de los alumnos cuando salían de clase estaban solos por la tarde en casa porque sus padres estaban trabajando. Queríamos darles una oportunidad para superar el fracaso y que pudieran hacer los deberes en la escuela, pero no como algo académico sino como un elemento de integración. Aprovechamos el buen clima de convivencia para mejorar el rendimiento escolar".

En la sala, nada de formalismos, sólo se pide un poco de respeto y de silencio. Entre los ocho asistentes hay tres españoles, tres ecuatorianos y dos rumanas. De fondo suena música reggeaton o house "suficientemente baja como para que no moleste", aclara el experto Javier.

Han comprado chucherías para hacer la tarea más llevadera. Él y sus compañeros recorren la sala preguntando a los pequeños si tienen dudas. "Si no les preguntas, no dicen nada; les da vergüenza, pero luego se sueltan", explica María.

La mayor parte de las dudas son de la asignatura de Lengua y sobre técnicas de estudio. "Llegas al instituto sin saber cómo estudiar. Nos preguntan cómo lo hacemos nosotros y les das trucos, ideas. Aunque lo que más sirve a todos son los resúmenes", cuenta Álvaro, que quiere estudiar ingeniería en el futuro.

La catedrática de Psicología de la Educación de la Complutense María José Díaz-Aguado considera que este tipo de iniciativas cooperativas son muy enriquecedoras tanto para los alumnos expertos como para los pequeños. "Los tutores se hacen más responsables, asimilan mejor los contenidos y se identifican con el sistema escolar y los profesores. Para los niños a los que ayudan es como si tuvieran un profesor particular desde una zona más próxima, como si un hermano mayor les ayudara, lo que es muy positivo", afirma.

Consuelo Gómez, la responsable del club, explica que, además, los chicos se comprenden mejor entre ellos que con una persona ajena al instituto o de mayor edad, y comparten la manera de aprender. "También se encuentran ante situaciones difíciles que tienen que resolver y se sienten útiles por ayudar a sus compañeros".

Álvaro confirma esta teoría: "El primer 10 en matemáticas lo saqué después de explicarle a una compañera rumana los ejercicios. Así que me presenté voluntario al club porque vi que también me podía servir".

Como apoyo cuentan con un profesor que pasa por el aula de vez en cuando por si hay algún problema. El centro ha solicitado al Ayuntamiento un monitor para actividades como esta, que se desarrollan fuera del horario escolar. Aún no han respondido.

La jefatura de estudios ha promocionado el club por las clases, ha escrito a los padres y los alumnos han pintado un cartel para el tablón de anuncios publicitándolo. Pero en dos meses sólo han conseguido una decena de asiduos y la visita de una madre para conocer a los responsables.

Gina y Madi, dos de las habituales, son rumanas y tienen 12 años. "Está bien que los mayores te expliquen, aprendes, y te ayudan a que cueste menos", cuenta Madi. Aunque Gina comenta, entre risas vergonzosas, que un día uno de sus compañeros "llevaba los pantalones grandes y se le veían los calzoncillos". Pero piensa seguir yendo, porque sabe que estos son sólo gajes de los clubes selectos.

Una niña estudia en el colegio Amorós de Madrid.
Una niña estudia en el colegio Amorós de Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ

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