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LA GUERRA DEL GAS
Columna
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Viena y el zar

El magnífico concierto de Año Nuevo dirigido por el letón Maniss Jansson en el Musikverein, en presencia de Angela Merkel y su anfitrión Wolfgang Schüssel, abrió el domingo la presidencia semestral austriaca de la UE. Si Merkel acudió a Viena para dar un claro apoyo a una presidencia concertada, Mozart, invitado en la fiesta de la familia Strauss, anunciaba omnipresencia durante su 250 cumpleaños. Pero se cumple otro aniversario que no debiera quedar eclipsado por el del genio de Salzburgo. Hace 150 años nacía Sigmund Freud, otro vienés de adopción aunque mucho más polémico. Parece oportuno que la presidencia de la UE recaiga en la ciudad natal del psicoanálisis. Sus líderes tendrán ocasión en este semestre de pasarse por la Berggasse 19, la consulta del Dr. Freud, y reflexionar sobre los sistemas de represión de la realidad y los fantasmas que produce.

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Los países europeos sufren grandes caídas en el abastecimiento de gas ruso

Una realidad que muchos pensaron poder olvidar está en los efectos de la nueva dictadura en Rusia, cada vez más implacable con la disidencia y más agresiva hacia sus vecinos. El problema surge ya con la llegada al poder de Vladímir Putin. Pero sólo parece preocupar a los vecinos de Rusia. Los demás pretenden que Putin es uno más entre los honorables jefes de Estado, en un autoengaño que resulta incomprensible, salvo en Gerhard Schröder. Éste ha hecho historia al pasar en días de líder de una gran democracia a asalariado de un déspota. La deriva rusa hacia el sovietismo con zar tenía que acabar siendo una amenaza para la seguridad e intereses europeos.

El domingo, esta evidencia alcanzó nueva calidad cuando los paneles de controles del flujo de gas procedente de Rusia en Austria y Hungría dieron la alarma. Rusia había cumplido su amenaza de cortar el suministro de gas a Ucrania. En un golpe de mano, el Kremlin había anunciado que ese día dejaría de suministrar gas a Kiev si no pagaba el precio de mercado, cinco veces el vigente, acordado con el régimen corrupto del anterior presidente Leonid Kuchma, el aliado de Putin. El fracaso del fraude en las presidenciales ucranianas fue el mayor revés en la irresistible ascensión de Putin. El triunfo de la revolución naranja y la esperanza de una democracia real en Ucrania demostrarían a los rusos que los sueños habidos bajo Gorbachov y Yeltsin no eran una peligrosa occidentalización contraria a las esencias rusas. Cuando Putin quiso estafar a los ucranianos se produjo un pulso serio entre Rusia y la UE. En un alarde insólito de agilidad y firmeza -y un papel decisivo de Solana-, la UE se enfrentó al Kremlin y triunfó. Ahora éste quiere dinamitar la alianza entre Kiev y Bruselas y desestabilizar Ucrania. La retórica es virulenta. Acusa a Kiev de robar el gas que envía a Europa, ha cerrado su frontera a la carne ucraniana y baraja más represalias. Nadie pretende que Rusia mantenga a Kiev privilegios como los de Bielorrusia, la peor dictadura en suelo europeo. Kiev ofrece una política de adaptación de precios en tres años. Habrá que negociar. Pero la UE ha de ser consciente del momento y saber qué proyecto apoya. "Hace tiempo que la globalización ha dejado de ser una empresa exportadora de democracia y es un eufemismo para la nueva fórmula de éxito de divorcio de democracia y capitalismo", señala el filósofo alemán Peter Sloterdijk en el semanario vienés Profil. El régimen ruso ha apostado ya por concurrir con formas asiáticas y no europeas a la carrera de la globalización. Europa no puede evitarlo pero sí debe actuar en consecuencia. Ante esta "marcha triunfal del capitalismo autoritario", Occidente no puede perder aliados ni en Ucrania ni en Turquía e impedir que las amenazas quiebren voluntades. Poco si no salvará Europa de sus conceptos de la libertad y la dignidad del individuo. Viena ha de hacer frente al zar.

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