"¡Muy bien, pero con poco vino!"
A Billy Wilder, que nació como Ayala hace un siglo, le preguntaron cuando tenía 91 años si algún argumento de sus películas se le ocurrió en sueños. "Cuando tenga 100 años tendré el gran sueño", respondió el genial autor de Con faldas y a lo loco. Es curioso, nacieron el mismo año (Wilder en junio, Ayala en marzo) y compartieron dos grandes amores: Berlín y el cine. Wilder descubrió en Berlín la salsa de la vida y a Ayala le pasó lo mismo, hasta que sobre la Europa del siglo pasado cayó la terrible tristeza del fascismo. El cine alivió a uno y a otro; Wilder lo hizo y Ayala lo mira.
En 1929 (al tiempo que Rafael Alberti publicaba aquella línea con la que sus versos entraron en la modernidad: "Yo nací, perdonadme, con el cine") el hombre al que ahora Javier Rioyo y Luis García Montero inmortalizan también para el celuloide empezó así su Indagación del cinema: "Yo he pensado en el cine, mi coetáneo, con amor". Primero en la sala de cine propiamente dicha y desde hace algunos años sobre todo ante la pantalla del televisor, el casi centenario escritor granadino ha cultivado ese amor con exigencia y con asiduidad. Le impresionó primero La bestia humana, que Jean Renoir hizo en 1938, y a partir de ahí una retahíla que es consecuencia de su curiosidad insaciable. Aquel coetáneo suyo, Billy Wilder, dijo también en aquella conversación que eso, la curiosidad, es lo que le mantenía vivo. Ayala, que le sobrevivió, dice, de broma, que a él le mantiene vivo "el empeño que tiene la gente en que llegue a centenario". Le mantiene vivo la curiosidad, aunque a veces desdeñe este mundo ruidoso "deleznable y mezquino" en el que casi nada es lo que debiera ser.
Esta película que ahora se cierne sobre su biografía tiene seguras algunas metáforas que están en sus memorias (y en sus olvidos). Una es esa pistola de juguete que le regalaron de niño y que luego se convirtió en un símbolo tenebroso de los peores años de su vida, y la otra es aquel pajarito que su padre le trajo de Nueva York. Luego ese juguete fue cambiando de sitio entre sus metáforas; el cine ocupó el lugar de sus sueños, y su gran sueño ha sido la vida, la que cuenta y la que vive. El otro día estaba con un amigo suyo en un restaurante; el camarero le obsequiaba con palabras, pero no traía nada a la mesa: "Señor Ayala, qué bien está usted". "Sí, muy bien", respondió el maestro, "¡pero con poco vino!". Con ese espíritu empezó ayer a ponerse a las órdenes del cine, su coetáneo, y con ese espíritu aborda los días que tiene por delante. Será un gran actor, porque su mirada le va a ganar a la cámara.
Babelia
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