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Columna
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Navidad en familia

Almudena Grandes

A las siete de la tarde, Pascual, el dueño del bar, hizo el último intento.

-Pero, vamos a ver, Mercedes… Yo lo que no entiendo… Si a mí tu madre me cae bien, y los niños la quieren mucho… Si con todo lo que vamos a llevar a casa de tu hermana cenamos nosotros en la nuestra, nos traemos a tu madre, y tan ricamente… No quiero ahorrarme dinero, en serio; si cenar allí me cuesta un ojo de la cara, y encima parece que vamos de gorrones y que tenemos que agradecer… Mercedes, escúchame. Mercedes… ¿por qué no me escuchas?

-Te estoy escuchando, Pascual.

-¿Y entonces?

Ella abrió la puerta del horno, estudió el aspecto del pavo, lo regó con su salsa, cerró el horno otra vez y miró a su marido.

-Es Navidad, cariño -dijo, con una expresión que desmentía ambos conceptos-. No me des la noche.

A las siete y cinco, Saturnino, el taxista dueño de cinco licencias, encendió un puro y quemó su último cartucho.

-Mira, Anita, lo único que yo digo es que no sé por qué tu hermana tiene que venir a cenar aquí todos los años. ¿Por qué no lo hacen nunca en su casa, eh, por qué? Si ellos son cinco, cinco, y nosotros, cuatro. Nuestra casa es más grande, sí, pero la suya tiene una mesa de comedor igual que ésta. Y digo yo que lo justo sería que nos repartiéramos, ¿no?

-Pero, vamos a ver, Saturnino… Si tú, ni pones la mesa, ni la recoges, ni nada. Si tú no te levantas de la butaca hasta la hora de cenar. ¿A ti qué más te da?

-Pues sí que me da. Me fastidia que, porque nosotros tengamos más dinero, seamos siempre los que pringan, y…

-¡Pues por eso, Saturnino! -Anita dejó de pintarse las uñas y miró a su marido-. Por eso y porque es Navidad, y en Navidad no se tienen en cuenta esas cosas.

A las ocho de la tarde, Pascual entró en el almacén y cogió un jamón, una barra de lomo y un queso. Mercedes no había querido contarle cuánto le había costado el marisco que tenía guardado en el frigorífico, ni siquiera qué había escogido. Ya está bien, se iba diciendo, ya está bien, todos los años igual…

-¿Y el vino? -le preguntó su mujer.

-¿Qué vino? -preguntó él a su vez.

-Vamos a llevar unas botellas, ¿no? Al fin y al cabo, a ti te cuestan mucho menos que en la tienda, y…

-¿Pero es que tú nunca tienes bastante, Mercedes? O sea, que llevamos el embutido porque nos sale más barato, el marisco porque a tu hermana la engañan, el pavo porque no sabe cocinar… ¿Y encima quieres que llevemos el vino?

-Hazlo por mí, Pascual, anda… Que no quiero que mi hermana tenga que aguantar…

-¡Pues que se divorcie! O que no se hubiera casado con ese imbécil, ¿a mí qué me cuentas?

-Sí, pero ella no ha tenido tanta suerte como yo. -Mercedes, experta en la fibra más sensible de su marido, se le acerca, le abraza, le besa en la cara-. Coge un par de botellas, anda. Es Navidad, ¿no?

A las ocho y media, Saturnino estaba viendo la tele en su butaca cuando su hija mayor pasó por delante con una bandeja de turrón. Un minuto después pasó con otra, y la repetición le sublevó hasta el punto de obligarle a levantarse de nuevo para ir a ver a su mujer, que estaba poniendo la mesa con las uñas perfectamente secas.

-Pero, bueno, Anita… ¿Tú para quien has comprado turrón, para el Ejército de Tierra? Si somos 10. ¿No sabes contar, o qué?

-Es que a mi madre le gusta el de guirlache, y a Pascual, el de Jijona; pero las niñas sólo comen peladillas y turrón de chocolate con almendras, y como a ti te gusta el duro…

-¡Pues que todos coman duro, no te digo! Ésta es mi casa, ¿no?, es mi casa, y aquí se come el turrón que me gusta a mí… Que sea la última vez. Ya está bien, hombre, que luego Pascual empieza a pedir whisky y no se cansa, y todo lo pago yo…

A las nueve de la noche sonó el timbre, y Anita fue corriendo a abrir.

-Hola, Anita, ya verás qué bien me ha salido el pavo -la verdad es que Pascual tiene razón, pensó Mercedes mientras la besaba, porque hay que ver cómo se ha puesto, con todas las joyas encima, que no sé para qué se molesta en poner nada, si aquí, para árbol de Navidad, con ella van que chutan, y todavía creerá que me da envidia, con ese marido que tiene, que parece un neanderthal-, el de este año va a estar mejor que nunca.

-Siempre te sale estupendo, Mercedes -la verdad es que Saturnino tiene razón, piensa Anita al devolverle los besos; todos los años igual: llegan aquí los cinco, con la mesa puesta, y ¡hala!, a cenar, y luego a su casa, que estará tan recogida, sin platos sucios, sin copas rotas, ni nada-. Ya me gustaría a mí cocinar como tú…

Y así se escribe la historia.

Feliz Navidad para los que se la merecen.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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