¿Qué hacer con un fluorescente viejo?
Los 'puntos verdes' están situados en los confines de los barrios o abren en horario laborable
Si el señor K., personaje creado por Bertold Brecht para vivir en la perplejidad, residiera en Barcelona, no saldría de su asombro. La cotidianidad le brindaría cada día momentos inefables. Por ejemplo, podría reflexionar sobre la facilidad con la que los barceloneses que viven en pisos de algo más de 30 metros cuadrados necesitan hasta cuatro recipientes de basura para cumplir con las exigencias del buen ciudadano que recicla.
E, incluso así, ese buen ciudadano se puede quedar fuera de juego. Por ejemplo, si se le agota un fluorescente. El señor K., que a efectos narrativos vive en el barcelonés barrio de Les Corts (en otros ocurre otro tanto) desea depositar el cadáver del tubo eléctrico en el lugar que menos moleste a la comunidad. Quizás el ferretero que le vende el nuevo pueda hacerse cargo, como ocurre con las pilas. Pero no. El ferretero, hombre amable y dispuesto, le cuenta que hace unos meses que hay un impuesto para reciclar estos chismes, pero el mecanismo de recogida aún no se ha puesto en marcha. Lo que hay que hacer es llevarlo a un "punto verde".
Un punto verde es un eufemismo de "lugar donde se deja la basura que cuesta de eliminar", aunque está muy mal llamarle de ese modo. En Les Corts hay uno que abre todo el día. Pero está en un extremo (avenida de Esplugues). Ir en coche es complicado, además de poco sostenible. El transporte público exige horas de transbordos. Y el pobre señor K., precisamente por pobre, tiene que trabajar. No le parece correcto pedir fiesta para tirar un fluorescente.
No importa. Si una puerta se cierra, mil ventanas se abren. El Ayuntamiento de Barcelona, siempre dispuesto a facilitar la vida de los buenos ciudadanos, ofrece puntos verdes móviles. Hoy aquí, mañana en otra parte. No mucho rato, porque estas cosas el vecindario no quiere ni verlas, del mismo modo que la autoridades no quieren nombrarlas de manera que se entienda.
En la calle de Sant Ramon hay uno que abre los jueves de 17.00 a 18.00. ¡Lástima! El señor K. trabaja. El mismo jueves, de 12.15 horas a 14.15 horas hay otro cerca del campo del Barça. Pero se trata de un horario igualmente complejo para un asalariado corriente. Más fácil: el jueves, de 10.00 a 12.00, en la calle de Nicaragua. Sigue dentro de la jornada de trabajo. Pues el jueves, de 18.00 a 19.00, en Riera Blanca, en el límite de L'Hospitalet. Quizá, si pide salir un poco antes del taller consiga llegar a casa, agarrar el tubo y recorrer el kilómetro y medio que le separa del punto verde. Hay dos posibilidades más, una es el martes de 17.00 a 19.00 y la otra en sábado. Pero tener el fluorescente gastado en casa una semana parece un cierto exceso. Los niños pueden romperlo y hacerse daño.
Cabe hacer como el ferretero: romperlo y echarlo con los envases de vidrio. No es sostenible. No es de buen ciudadano, reflexiona el señor K. mientras decide.
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