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Reportaje:REPORTAJE

Las mil caras de Lennon

Han pasado 25 años del asesinato de John Lennon a los pies del Dakota, en Nueva York. La redonda fecha se recuerda con la reedición de sus inolvidables canciones. Aquí proponemos un repaso a las mil caras del músico: desde el 'beatle' subversivo hasta el macrobiótico huidizo.

Diego A. Manrique

Otro aniversario del asesinato de John Lennon y los buitres vuelven a planear. Llama un programa de televisión, que necesita con urgencia entrevistar a un periodista musical: "Queremos que se hable de Lennon y las drogas, su promiscuidad, ya sabes…". No, no lo pillo: drogas y sexo abundante son ingredientes tópicos de la vida de muchos músicos (y no sólo de rock). "Pero es que su primera mujer, Cynthia, ha publicado unas memorias donde le acusa de todo eso". Cynthia ya sacó un libro en 1978, A twist of Lennon, y contaba anécdotas en esa línea, pero ofrecía una visión mayormente positiva de Lennon.

No es eso lo que quieren. El péndulo ha oscilado y parece que ahora no vende un reportaje imparcial del personaje. Y lo entiendo: tras los disparos del 8 de diciembre de 1980, asistimos silenciosos a una ceremonia de beatificación del beatle John en la que desaparecieron mágicamente todas sus aristas para quedarnos con un angelical pacifista, un líder contracultural de rara pureza, un músico siempre genial. Aquello fue un exceso y un empalago. Cierto que surgirían voces discordantes, libros rencorosos, intentos de asesinar su reputación. Ninguno tan malvado como el de Albert Goldman, el Pío Moa de la crítica musical. Goldman ya había ejercido de biógrafo carroñero con Elvis Presley y aplicó sus malévolos poderes a Lennon, raspando todos los rumores, las viejas leyendas, las revelaciones pagadas de ex empleados. Las vidas de John Lennon despertó una animosidad unánime en el medio musical, pero muchos se creyeron aquel documentado alegato, más propio de un fiscal de la horca.

A pesar de todo, las acciones de John Lennon cotizan al alza en esa bolsa de intangibles que se ocupa de valorar las reputaciones del rock. La revista londinense Q acaba de editar un CD, Lennon covered, donde se juntan versiones de Lennon, casi todas inéditas. Los responsables van desde Madonna hasta la "penúltima sensación", el grupo Maxïmo Park. Varios son los motivos del respeto acordado a John, incluso por alevines del pop británico que no habían nacido cuando él desapareció. Primero, con la excepción de Imagine, su cancionero en solitario está poco machacado. Y gran parte de esas grabaciones tenían arreglos ascéticos, que dejan margen para las reinterpretaciones. Superadas las querencias experimentales de los años sesenta, Lennon ensalzó la elementalidad del rock y los mensajes directos. Su receta para confeccionar: "Di lo que quieres contar, haz que rime y pon detrás un ritmo".

Segundo, el modelo ético y profesional. Lennon, particularmente desde que se emancipó de los Beatles, hizo lo que su corazón le pedía, sin atender a managers o discográficas. Asumió la cuota de ridículo que imaginaba que le iba a caer por sus performances antibelicistas y sus discos vanguardistas a medias con Yoko Ono. Como su personaje favorito de los años infantiles, Guillermo el Proscrito, el de los relatos de Richmal Crompton, se enfrentó al mundo de los adultos convencionales con el íntimo convencimiento de que, aunque le esperara el desastre, sus acciones eran las correctas. Se estrelló en público muchas veces, pero salió con la cabeza alta. Con Yoko, perdió todo pudor: si en 1965 se marchaba del cumpleaños de Allen Ginsberg al ser recibido por el poeta en pelotas, terminaría saliendo desnudo en las portadas del disco Two virgins o en la revista Rolling Stone.

Tuvo el enorme valor de renegar de The Beatles en una extensa entrevista concedida en 1970 a Jann Wenner, fundador de Rolling Stone. Esas declaraciones iconoclastas reventaban el mito sonrosado del mejor grupo de la historia del rock. Era el Lennon cruel y despiadado, que terminó arrepintiéndose de su lengua larga: pasó el resto de los setenta disculpándose ante sus antiguos asociados. De todos modos, los Beatles ya eran demasiado grandes para ser demolidos incluso desde dentro y por una inteligencia tan abrasiva. Por el contrario, enternece saber que John coleccionaba discos piratas de los Beatles, y que, al final, decidiera identificarse como parte del grupo odiado y amado. Herido de muerte, sangrando en la conserjería del edificio Dakota, los primeros policías en llegar le preguntaron por su nombre. Fue una de sus últimas frases: "Lennon, John Lennon de los Beatles".

Cualquier músico puede sintonizar con la ingenuidad política de John. Y con su frustración al tratar con los profesionales de la revolución, que sólo veían en él un reclamo infalible y una cuenta abierta. Su generosidad confirma esa frase certera de Andrés Calamaro: "Es más fácil sacarle dinero a un músico que quitarle un caramelo a un niño". Muchas donaciones lennonianas no sirvieron para el objetivo deseado: dio 5.000 dólares a los Panteras Negras para que fueran entregados a Timothy Leary, entonces fugitivo de la justicia estadounidense; naturalmente, el apóstol del LSD jamás recibió el dinero. Un talón cuantioso de Apple, la audaz compañía fundada por los Beatles, financió los montajes sectarios de un probable asesino (ver al final). Pero los músicos también intuyen que Lennon no era bobo: los que intentaban abusar de su nombre o de su cuenta corriente terminaban con la puerta en las narices.

Y está el dato perversamente reconfortante de que las fantasías insurgentes fueran creídas por sus enemigos. Aun asumiendo la ilimitada capacidad del Gobierno de EE UU para la paranoia, asombra que Richard Nixon le considerara un enemigo personal y obrara en consecuencia: el FBI le espió y el Servicio de Inmigración se empeñó en expulsarle del país. Seguramente, Lennon nunca llegó a saber que esa hostilidad presidencial fue azuzada por uno de sus ídolos, Elvis Presley, que visitó secretamente la Casa Blanca para denunciar a los Beatles como subversivos: el rey del rock and roll siempre lo sospechó, pero su preocupación se disparó cuando se topó con la imagen de Karl Marx en la carátula de Sgt. Pepper.

También se puede respetar al Lennon pragmático, que cortó su campaña de agitación-propaganda cuando comprendió que la Administración de Nixon no le iba a dar cuartel. Y los músicos entienden perfectamente al siguiente Lennon, el soltero desesperado del fin de semana perdido (en verdad, un año y medio, de otoño de 1973 a comienzos de 1975). Era el Lennon más que humano, que aguantaba mal la bebida, que montaba broncas penosas en locales de Los Ángeles, que creía poder manejar a Phil Spector y terminó chantajeado por el más megalómano de los productores.

En este punto de su biografía termina la devoción ilimitada por Lennon. Se hace evidente que ya estaba teledirigido por Yoko Ono. Ella le empujó a la cama de una secretaria de la pareja, May Pang, la china-estadounidense que sería su sombra en ese famoso año y medio perdido, una amante consentida que reportaba diariamente a Yoko. Esa separación a prueba terminó con la rendición incondicional de Lennon, que renunció definitivamente a su independencia personal.

La pareja oficializó su particular jerarquía: Ono se convirtió en "mujer de negocios" y Lennon ejerció de "amo de casa". En verdad, las funciones domésticas del cantante fueron muy limitadas. Lo narra un libro simpático, En casa de John Lennon (Hércules de Ediciones, 2005), dictado por Rosaura López, la pontevedresa que fue criada de la pareja durante cuatro de los misteriosos "años del Dakota". Aunque concebido desde el cariño -el tomo ha sido bendecido por la propia Yoko-, muestra facetas ingratas de John y Yoko. Él no era precisamente un manitas: azorado, tuvo que recurrir a la gallega cuando atascó un retrete al intentar desembarazarse del envoltorio en el que le había llegado una entrega de marihuana.

Los métodos con que Yoko seleccionaba su personal para la casa y la oficina nos suenan hoy bastante pintorescos: estudiaba su horóscopo y su carta astral antes de decidir contratar a alguien. Cierto que los criterios de John resultaron poco más fiables que la astrología: fichó como apoderado de los Beatles a un depredador neoyorquino, Allen Klein, que supo conmoverle al mencionar que, como John, era huérfano. Klein rellenó los cofres del grupo, pero terminaría sembrando las semillas de la separación y no tendría escrúpulos en demandar a sus antiguos representados, como en la acusación de plagio contra George Harrison; John pasaría por el mismo trance a manos de un colega de Klein, un conocido tiburón llamado Morris Levy.

Convertidos a la comida macrobiótica, John y Yoko también desarrollaron una fobia contra los médicos y sus remedios: la señora Rosaura tuvo que alzar la voz cuando empeoraba la salud del hijo de ambos, Sean, y ellos se emperraban en no llamar al doctor. En el mundo cerrado del Dakota no se aceptaban desconocidos… Ni a la mayoría de los viejos amigos. Yoko examinaba con sospecha a cualquiera de los posibles visitantes, intentando adivinar su agenda oculta y en qué grado querían beneficiarse de John. Así, durante la elaboración del disco final, Double fantasy, vetó los temas realizados con el grupo Cheap Trick, entonces en la cima de su popularidad: lo que el productor Jack Douglas consideraba como un guiño a la actualidad le olía a Yoko a favor que "esos tipos de Cheap Trick" no merecían; músicos de estudio se vieron obligados a copiar esas versiones. En asuntos menores, sí se desobedecieron las órdenes de la jefa: en aquellas sesiones hubo alcohol y cantidades módicas de cocaína y yerba.

No obstante, todas las meteduras de pata, todos los caprichos de Yoko empequeñecen ante la constatación de que fue la mujer elegida y reelegida por John, la compañera que le dio estabilidad y felicidad: las letras de Double fantasy y las de Milk and honey, el disco póstumo que se esbozó por las mismas fechas, no muestran ninguna fisura en la relación, a pesar de las maldades de Goldman. Todas las actividades públicas eran conjuntas. En la semana del asesinato iban a volar a San Francisco para apoyar una huelga contra las compañías importadoras de gastronomía japonesa, que paradójicamente discriminaban a sus trabajadores asiáticos.

Resumiendo, el Lennon de la segunda mitad de los setenta hizo algo asombroso: dio la espalda al mundo para privilegiar su esfera privada. Claro que muchas estrellas dicen eso de boquilla, pero el corte de Lennon con su vida anterior fue tajante. Se pasmó en 1980 al descubrir que existían los grupos de la new wave, cercanos a la sensibilidad de los primeros Beatles: tras escuchar a los B-52's, llamó excitado a Yoko para comunicarla que finalmente había mujeres que cantaban como ella.

De siempre fascinado por la vida eremita del millonario Howard Hughes, le imitó a su manera. Aprendió a camuflarse si le apetecía pasar inadvertido en Nueva York, se acostumbró a comprar todos los asientos de primera clase del avión cuando Yoko le enviaba solo en aquellos viajes rituales -dictados por la numerología- a Hong Kong o Ciudad del Cabo. Desarrolló un pavor ante los intrusos: Rosaura López cuenta un incidente menor, cuando un fan se coló en el Dakota y llegó hasta la puerta de uno de los apartamentos de la pareja. Lennon se alteró enormemente, aunque era un admirador inofensivo.

Aun así, John y Yoko rechazaron las sugerencias de contratar guardaespaldas fijos. Yoko sí contó con ellos tras el asesinato. Crearon conflictos no deseados: en 1983 maltrataron al hijo de Lauren Bacall, también residente en el Dakota, cuando éste iba a visitar a su madre. Con el tiempo, la viuda renunció a muchas de esas medidas de protección: a principios de los noventa, uno podía encontrársela charlando con un amigo por el Central Park neoyorquino.

Yoko hace una excepción con el descerebrado que mató a John. Cada vez que a Mark Chapman le llega la posibilidad de acceder a la libertad condicional, ella se opone, invocando su tranquilidad y la de los dos hijos de John. Es comprensible su antipatía, pero ese deseo implícito de que Chapman muera en la cárcel no casa con la actitud lennoniana ante la pena capital. John y Yoko se implicaron en 1969 en la campaña para la rehabilitación de James Hanratty, británico condenado -con pruebas poco sólidas- y ejecutado por un asesinato y una violación. Ambos invirtieron mucho dinero en la defensa de un conocido, Michael Abdul Malik, delincuente reciclado en activista negro con el apodo de Michael X (y beneficiario de subvenciones del músico). Acusado de instigar dos muertes en su comuna de la isla de Trinidad, Lennon y Ono difundieron un mensaje entre medios y amigos: "Te urgimos a que hagas lo que puedas por este ser humano. Cada vez que damos la espalda a alguien que necesita nuestra ayuda, estamos dando un paso atrás en el tiempo. Por favor, ayúdanos a salvar una vida". No les hicieron caso: fue colgado en 1975.

EMI ha lanzado un doble recopilatorio de la obra de John Lennon en solitario, 'Working class hero-The definitive Lennon'. También se acaban de publicar ediciones 'remasterizadas' y expandidas de 'Some time in New York City' (1972) y 'Walls and bridges' (1974).

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