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China, ¿amenaza u oportunidad?

Antón Costas

Entre las pandemias que parecen amenazar a los países desarrollados en este inicio del siglo XXI está para algunos el peligro que China representa para la producción, el empleo y el bienestar de nuestros países. Esa amenaza la sienten especialmente economías como la catalana, que por su especialidad en manufacturas de fuerte contenido en empleo y tecnología intermedia notan el aliento de los chinos en el cogote. El riesgo es que el miedo nos invada, porque, cuando el pánico es muy intenso, paraliza y lleva a adoptar reacciones meramente defensivas. No valdría de nada, porque esa nueva realidad seguirá ahí y más pronto que tarde tendremos que afrontarla. Por tanto, es necesario ver a China desde otro enfoque: como una oportunidad.

No es la primera vez que los que van por delante sienten temor a perder posiciones cuando los de detrás aceleran el ritmo. Ocurrió con el despegue Japón y, posteriormente, en la década de 1980, con la aparición de los llamados tigres asiáticos. A menor escala, lo provocó España cuando en la década de 1960 comenzó a desarrollarse y a convertirse en un fuerte exportador. Los empresarios y los políticos de los países europeos se sintieron amenazados por el "peligro español". Tanto es así que Chirac y Giscard se opusieron a la entrada de España en la Comunidad Europea. Y, sin embargo, el bienestar de los europeos no ha disminuido. La razón es sencilla: el desarrollo económico no es un juego de casino, en el que si uno gana otro ha de perder, sino algo con el que todos pueden ganar.

Es cierto que la primera reacción al visitar China y ver la magnitud de sus cambios es pensar que no hay nada que hacer, sino esperar pacientemente que esa marea económica amarilla llegue a nuestras costas y, cual tsunami económico, se lleve por delante nuestras fábricas y nuestro empleo. Probablemente esa sensación la tuvieron las alcaldesas, alcaldes y responsables gubernamentales que formaban parte de la visita de estudios organizada por el Plan Estratégico de Barcelona al ver la dimensión de los parques industriales y tecnológicos y los programas urbanos y compararlos con lo que ellos pueden hacer. Medio en broma medio en serio, me comentaba uno que visto lo visto su esperanza es que ocurra algo que haga que China modere su dinamismo y, con ello, al menos nuestra generación pueda mantener el bienestar del que ahora disfruta. Y que los que vengan detrás abandonen la industria y se dediquen a traer al turismo chino.

Pero eso no tiene por qué ser así. De hecho, la economía española, y en particular las empresas radicadas en Cataluña, exportan mucho más ahora que hace una o dos décadas, cuando la competencia china no existía. Aun más, la tasa de exportación española de los últimos cinco años es mayor que la alemana. Por lo tanto, las cosas no van tan mal como con frecuencia nos parece.

Es cierto, como denuncian nuestros empresarios del sector textil, que China está compitiendo de forma desleal. Y no por el hecho de que los salarios sean más bajos y las condiciones laborales más laxas. En este sentido, recuerdo como en la década de 1960 en España, en el inicio del despegue económico, las jornadas laborales eran agotadoras, las condiciones laborales duras y los salarios bajos. Tiempo al tiempo. De hecho, los salarios de los empleados chinos de mayor cualificación están cambiando de forma acelerada. Casi se duplican de año en año, y su elevada rotación comienza a ser un problema serio para las empresas. Por otro lado, el fuerte ritmo de crecimiento del precio de las viviendas empujará también los salarios al alza. Lo dicho, tiempo al tiempo.

La ventaja desleal con la que juega China está en el tipo de cambio del yuan, muy por debajo de su valor real. La cotización oficial es un euro por 10 yuans, mientras que algunos cálculos señalan que tendría que ser un euro por dos yuans. Esto favorece a las exportaciones chinas en perjuicio de la producción de nuestros países. De ahí que sean lógicas las presiones para un reajuste de la paridad y forzaracuerdos para el control de exportaciones.

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Pero nos equivocaríamos si creyésemos que las fuerzas de fondo que mueven el desarrollo chino están en esas ventajas competitivas temporales. El motor básico, tal como dije hace 15 días, es el deseo y el esfuerzo de los chinos por mejorar su condición material y el hecho de que, después de muchos siglos en que la política limitó la libertad económica para ganarse la vida, desde 1978 las nuevas autoridades han alentado a sus ciudadanos a hacerse ricos. A eso hay que sumar una abundante mano de obra con un alto nivel de cualificación técnica y profesional. Esto no deja de ser un misterio para mí, cuya explicación quizá esté en la política de un solo hijo. El hecho de que el deseo de mejora de dos generaciones (es decir, cuatro cuatro abuelos y dos padres) se proyecte sobre ese único descendiente ha hecho que la inversión en educación del hijo único sea muy elevada.

En cualquier caso, la realidad china es la que es y, lo que es más importante, va a continuar (aunque no haya que descartar sobresaltos para digerir los excesos de capacidad derivados de 20 años de elevadas tasas de inversión). Si aceptamos esa realidad, la cuestión básica es cómo podemos aprovechar la oportunidad china. Pienso que hay dos frentes. Primero, convertirnos en aliados industriales y comerciales de las empresas chinas en su salida al exterior, que está comenzando ahora. La posición de un buen grupo de empresas españolas en América Latina nos da una ventaja que deberíamos saber aprovechar, dado el interés de las empresas chinas en esa región. Segundo, hay que instalarse y hacer negocios en China, dado que su mercado interior experimentará fuertes crecimientos en las próximas décadas. No es fácil, porque los chinos son muy suyos, pero es el futuro. De todo ello hablaremos dentro de 15 días.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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