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Reportaje:

Pilar vuelve a escena

Las series de televisión la dieron a conocer siendo una adolescente. Con 22 años irrumpió en la gran pantalla, y 'Juana la Loca' la consagró como una de las actrices más prometedoras del cine español. Pilar López de Ayala vuelve ahora a la acción con el mundo mágico de 'Obaba', la película elegida por la Academia para representar a nuestro cine en los Oscar.

Pablo Guimón

Pilar López de Ayala conoció muy pronto las mieles del éxito como actriz. Al principio fue un éxito modesto, de acuerdo, y compartido con Susana, su mejor amiga. Pero se lo brindaba un público sincero y con fama de exigente.

Corrían los últimos años ochenta, y el escenario era un aula del colegio público Francisco de Quevedo, en Majadahonda (Madrid). Pilar y Susana, dos alumnas de 10 años, se dedicaban en los recreos a preparar pequeños montajes de teatro. "Nos inventábamos unas historias cómicas, medio surrealistas", recuerda Pilar. "Las ensayábamos tantas veces que acabábamos memorizándolas. Y después las repetíamos en clase delante de los compañeros. A ellos les encantaba, y yo disfrutaba muchísimo".

"No sé si me habré perdido algo, llevo trabajando desde que era niña"
"El cansancio se acumula, y tienes que parar y tomar unas vacaciones"
"Lo de Hollywood no es sólo dar el salto. Es una carrera de fondo"

Pasó el tiempo, y Susana acabó decidiéndose por el magisterio. A Pilar, en cambio, le picó el gusanillo; dicen que ya apuntaba maneras. Pero sus jóvenes espectadores difícilmente podrían adivinar que, al llegar a la adolescencia, la niña se convertiría en un fenómeno de fans televisivo y, más adelante, en una de las actrices jóvenes con mayor proyección del cine español.

En aquellos días en que Pilar López de Ayala empezaba a familiarizarse con su talento interpretativo, en algún lugar de Almería, Madrid o Barcelona, el director navarro Montxo Armendáriz trabajaba en su tercer largometraje. "Fue un rodaje muy itinerante", recuerda Armendáriz, de 56 años. "Lo planteamos como un documental". Se llamaba La carta de Alou, y contaba las penurias de un inmigrante africano en España. El filme se estrenó en 1990, y Armendáriz recibió la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián. Era la segunda vez que el director ganaba en Donostia, después de haberlo hecho cuatro años antes con 27 horas, su segunda película.

Mientras la actriz descubría su vocación y el cineasta se consagraba, en la localidad de Saint Andrews, en Escocia, Joseba Irazu Garmendia terminaba de escribir, bajo el seudónimo de Bernardo Atxaga, un conjunto de cuentos entrelazados sobre el mundo rural vasco simbolizado en el pueblo imaginario de Obaba. Su novia, que ahora es su mujer, era entonces lectora de lengua vasca en la Universidad de Saint Andrews. "Un lugar bellísimo", recuerda el escritor. "Vivíamos en una casa a las afueras, pero una afortunada inundación nos obligó a mudarnos al centro. Nos pusieron en un apartamento muy cerca de la catedral. Saint Andrews, donde está uno de los campos de golf más famosos del mundo, es una ciudad en la que sólo hay golfistas y estudiantes. Y entre golfistas y estudiantes, sin ser yo ni una cosa ni la otra, terminaba el libro en mi apartamento. Por una ventana veía el mar del Norte; por otra, el campo de golf, y por otra veía a las jóvenes estudiantes tomando el sol en paños menores sobre las lápidas del viejo cementerio. Había unos atardeceres preciosos, y en uno de ellos recuerdo que estaba escuchando el canal clásico de la radio escocesa y pusieron una de las 10 melodías vascas de Guridi. Aquello me pareció un buen augurio. Y yo soy muy de augurios".

Aquel libro, Obabakoak, traducido a más de 26 lenguas, se convirtió en una de las cumbres de la literatura en euskera, y fue la primera obra escrita en ese idioma que obtuvo, en 1989, el Premio Nacional de Narrativa. "Obabakoak me cambió la vida, y creo que a mejor", dice Atxaga.

Han pasado 15 años de aquello, y el destino ha querido que las vidas de la actriz precoz, el director comprometido y el escritor pionero se crucen en un húmedo paisaje de Navarra. El motivo es Obaba, la adaptación al cine de la novela de Bernardo Atxaga. Dirige Montxo Armendáriz, y Pilar López de Ayala da vida a uno de los tres personajes principales, el de la maestra. El filme, que se estrenó el pasado 16 de septiembre, ha sido seleccionado por la Academia de Cine para representar a España en la carrera por el Oscar.

No es la primera vez que Pilar, que cumplió 27 años el pasado 18 de septiembre, se encuentra en el principio del largo camino hacia la noche de los Oscar. Juana la Loca, la película de Vicente Aranda en la que la actriz interpretaba a la hija de los Reyes Católicos, fue elegida para representar a España en la lucha por la estatuilla en 2002, aunque finalmente no estuvo entre las cinco finalistas. En el caso de Obaba, la incógnita se despejará el próximo 31 de enero, a las 5.30 (hora de Los Ángeles). Ése es el momento en que los miembros de la Academia de Hollywood decidirán qué cinco largometrajes optan al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

Pilar no conocía 'Obabakoak' antes de que, allá por febrero de 2003, le propusieran hacer la película. "Quise leer el guión primero, y después abordé el libro", cuenta. "Al final me he convertido en fan. Me encanta. Tanto la historia como el personaje de la maestra. Es una chica romántica y solitaria que llega al pueblo a dar clases en una escuela y se aísla de todo. Su único contacto con la gente es con sus alumnos, y la soledad empieza a pasarle factura. Acaba fijándose en un chico nueve años menor que ella y se da cuenta de que le gusta. Tanto que no le importa enfrentarse al pueblo y al qué dirán. Es un personaje que me apeteció descubrir. Además, quería trabajar con Montxo. Es un director que cuenta el tipo de historias en las que te apetece trabajar como actriz".

Montxo Armendáriz pensaba ya en la actriz madrileña cuando escribía el personaje de la maestra de Obaba. En realidad, hacía mucho tiempo que el director se había fijado en Pilar López de Ayala. "La conocí de jovencita, cuando empezaba a trabajar en televisión", recuerda Armendáriz. "Le hice una prueba para un pequeño papel en Historias del Kronen [1995], pero resultó que, aunque tenía 16 años, era demasiado mayor para el personaje. Volví a llamarla para Silencio roto [2001], y en esa ocasión sucedía lo contrario, que daba demasiado joven para el papel. Pero hizo una gran prueba. Tanto que, algo después, el productor Pedro Costa me dijo que estaban buscando una actriz para Juana la Loca y yo le pasé el contacto de Pilar. El caso es que ella y yo teníamos una cuenta pendiente en ese sentido. Y para Obaba no hicimos ni prueba, ni nada. El papel era suyo si le interesaba".

La actriz dice que ahora se puede permitir el lujo de elegir bien los proyectos en que se mete. "Tengo la suerte de poder trabajar en las películas que me apetecen", asegura. "Y me han ofrecido muchas cosas que no me han motivado lo suficiente para dar el paso. Nunca he participado en un proyecto del que luego me haya arrepentido".

La carrera de Pilar en el cine arrancó de forma meteórica en 2000, año en que abandonó la serie de televisión Al salir de clase. En realidad, debutó en la gran pantalla cinco años antes en El niño invisible, película promocional del efímero grupo de música infantil Bom Bom Chip. Pero se trataba de un papel (y un título) menor. Su verdadero salto al cine se produjo en 2000. Ese año rodó tres películas: Báilame el agua (Josetxo San Mateo), Besos para todos (Jaime Chávarri) y Juana la Loca (Vicente Aranda). Por la tercera de ellas ganó los dos premios más importantes que el cine español puede dar a una actriz: el Goya y la Concha de Plata de San Sebastián. Pilar tenía sólo 22 años. Su interpretación de una Juana de Castilla loca de amor fue unánimemente elogiada por la crítica. "La cumbre de la prodigiosa composición, conducida por Aranda, de Pilar López de Ayala llena casi todas las imágenes del filme y (…) las eleva y hace de ellas gran cine enérgico", escribió Ángel Fernández-Santos en EL PAÍS.

La actriz sabe que no abundan los papeles como el que la consagró. "Vicente [Aranda] me estaba dando una oportunidad increíble, se estaba tirando a la piscina conmigo", reconoce. "Nadie hasta entonces había confiado en mí para llevar el peso de una película. Yo puse todo mi trabajo, como hago siempre. Lo que pasa es que lució más porque era un personaje impresionante. Y los elogios y todo lo que supuso, pues tardas en digerirlo. Fue una experiencia muy bonita, y significó un antes y un después para mí. A partir de ahí empecé a tener la posibilidad de elegir. Pero también, con el tiempo, me di cuenta de que no todos los personajes van a ser así de atractivos. A medida que voy leyendo guiones veo que realmente no se hacen papeles tan interesantes para las mujeres".

Vicente Aranda, de 79 años, asegura que estuvo a punto de elegir a otras actrices antes de decidirse por Pilar. "Su prueba no fue nada extraordinario", recuerda el director. "Pero la ayudamos y ella trabajó un montón. Es muy trabajadora. Se estuvo preparando durante cuatro meses antes de empezar la película. El primer día de rodaje salí de casa dispuesto a todo. Le dije a Teresa [Font, su esposa] que, si hacía falta, hasta haría la película en verso. Pero desde el momento en que Pilar salió al plató entendí que todo iba a ir muy bien. Que la película era para ella y que ella iba a marcar el camino a seguir".

Más de dos millones de espectadores vieron la película en el cine, y Pilar López de Ayala se convirtió en uno de los rostros más expuestos del cine español. Incluso protagonizó en el año 2002 el glamouroso anuncio con el que una conocida marca de cava felicita cada año la Navidad. Pero la popularidad no era algo que pillara por sorpresa a la actriz. "Yo llevo haciendo televisión desde que tenía 16 años", explica. "Una serie tras otra, ininterrumpidamente, hasta que llegó esta oportunidad en el cine. He sido popular desde que era adolescente".

A los primeros pinitos en el dúo cómico del colegio les siguieron las clases de teatro en el instituto. Y pronto llegaron las pruebas para televisión. Sus padres -ella, aficionada a la pintura, y él, sofrólogo (especialista en la curación de enfermedades mediante la hipnosis)- apoyaban su vocación. "Yo debía de ser muy cabezona", dice Pilar entre risas. "Pero mis padres me han dado la libertad de elegir. No recuerdo nunca malas caras por ir a una prueba".

Los castings para la televisión empezaron a dar frutos. Primero, en la serie Yo, una mujer, de Ricardo Franco; luego, con El Fary, en Menudo es mi padre, y, para rematar, Al salir de clase, aquella serie que a finales de los años noventa inauguró el rentable género del culebrón nacional juvenil y de paso convirtió a una serie de actores adolescentes españoles en estrellas de fans.

Pilar López de Ayala (Carlota en la serie) entró en el primer episodio y se quedó allí algo más de dos años. "No se había hecho nunca algo así, no sabíamos cómo reaccionaría el público", recuerda la actriz. "Yo por entonces ya era conocida por la serie de Ricardo [Franco], pero esto fue distinto. Al principio lo llevaba mal. Salía a la calle medio escondida. Iba escondida por la vida. Pero llegó un momento en que empecé a pasar un poco".

Los de Al salir de clase fueron años de trabajo duro para una adolescente. "Una serie que se emite a diario supone mucho estrés", dice Pilar. "Estábamos metidos en el plató todo el día. Me iba de casa antes de que amaneciera y volvía de noche. Casi dormíamos allí. Se hacían 12 secuencias diarias, y no había muchas vacaciones. Pero estaba contenta. Es una etapa de mi vida que recuerdo con mucho cariño. Me divierte pensar en ella".

Cuando no está trabajando, a Pilar le gusta salir a pasear, quedar con sus amigos, viajar. Pero también "estar tirada pensando". "No soy muy juerguista", reconoce. "Me gusta salir de vez en cuando, pero soy más bien tranquililla. Disfruto yendo al cine y leyendo, aunque al final casi sólo leo guiones. Me gustaría tener más tiempo para hacer esas cosas. Vaya, ya me estoy quejando otra vez". Y puestos a quejarse, hay otra cosa que Pilar desearía hacer más: "Me gustaría dedicar más tiempo a mi perro. Se llama Tarzán, y lo recogí de la calle. Pero estoy poco con él porque no le gusta Madrid. Vive en Majadahonda con mi madre, y está feliz en el campo".

Una compañera suya, que coincidió con Pilar en la guardería y en el colegio, la recuerda como "una niña independiente, deportista y muy activa". "Era lista, pero no destacaba en los estudios", cuenta. "Iba muy a su bola, y tenía mucha personalidad. Es muy buena gente. Eso sí, recuerdo que en la guardería no paraba de llorar".

Lo cierto es que Pilar ha madurado entre cámaras. "No sé si me habré perdido algo, pero el hecho es que llevo trabajando desde que era una niña", cuenta la actriz. "Recuerdo que a veces iba al cine, a una película que me gustaba, y me quedaba dormida. Así que llegó un momento en que me di cuenta de que tenía que empezar a vivir un montón de cosas que me había perdido por estar trabajando. He vivido todo esto con alegría y con ganas. Otra cosa es que luego el cansancio se acumula, y tienes que parar y tomarte unas vacaciones".

Pilar bajó el ritmo después de Juana la Loca. No volvió a estrenar una película hasta 2004. "Son cosas que pasan", explica. "Pero la verdad es que la mayor parte de este tiempo la he pasado leyendo guiones y asistiendo a cursos. He estado preparándome y ocupándome de otros aspectos de mi vida que ahora me llenan más, no necesariamente relacionados con el trabajo". ¿Cómo cuales? "Asuntos de mi vida personal", zanja. Para su reaparición, la actriz escogió un proyecto ambicioso: El puente de San Luis Rey, una superproducción europea basada en la novela homónima escrita por Thornton Wilder en 1927. Dirigido por la irlandesa Mary McGuckian, el filme se rodó en España y contaba con un reparto impresionante.

Pilar López de Ayala compartía cartel nada menos que con Robert de Niro, Harvey Keitel, F. Murray Abraham y Kathy Bates. El filme, estrenado en diciembre de 2004, fracasó en taquilla y obtuvo malas críticas. Pero Pilar hace una lectura positiva. "No es la película más bonita que he visto", reconoce, "pero fue una experiencia increíble para mí. Trabajar con esa gente es algo surrealista. Siempre me quedo con lo positivo, y ésa es gente de la que aprendes simplemente estando cerca de ellos. Además, me hicieron unos regalos directos al corazón". Un gran ramo de flores, un pañuelo "precioso" y una botella de champaña francés acompañada de una nota. Las flores se las regaló Harvey Keitel; el pañuelo, F. Murray Abraham, y el champaña con dedicatoria, Robert de Niro. Cada uno, un regalo. "Fue una suerte compartir trabajo con personas que son ejemplo de generosidad, humanidad y compañerismo", dice Pilar. "Aprendí mucho de ellos".

El rodaje de El puente de San Luis Rey fue en inglés, idioma que Pilar llevaba un poco flojo por aquel entonces. Así que, antes del rodaje, vivió su pequeña aventura norteamericana. "Estuve dos meses en Nueva York", cuenta la actriz, "y daba seis horas de clase de inglés cada día. Fue una buena experiencia, y además hice un montón de amigos japoneses. Me apetecería volver a escaparme".

Con un inicio de carrera tan impresionante era inevitable que, después de Juana la Loca (película que se estrenó en Estados Unidos), el mundillo señalara a Pilar López de Ayala como la próxima actriz española en poner una pica en Hollywood. Pero ésa no parece ser su prioridad. "Nunca me he sentido muy identificada con todo eso que se hablaba de mí", asegura. "Y tampoco me preocupa demasiado. Yo quiero hacer mi camino: no tengo prisa ni un objetivo claro. Si surgiera un proyecto interesante que hacer, no me lo pensaría dos veces; pero, de momento, las cosas que he tenido la oportunidad de hacer allí no me han motivado demasiado. Lo de Hollywood no es dar un salto y ya está. Es una carrera de fondo, y realmente te tienes que plantear si tu objetivo es hacer carrera allí o no. Tienes que hacer el esfuerzo de ir allí, aprender bien el inglés y estar de sol a sol haciendo pruebas, en una ciudad donde viven todos los actores. A mí, además, me gusta mucho el cine europeo. De hecho, tengo ganas de aprender francés, porque me encanta el cine que hacen en Francia".

De momento, Pilar sigue haciendo cine español. Acaba de rodar Bienvenido a casa, de David Trueba, donde da vida a una joven violista que se instala en Madrid con su novio (Alejo Sauras). Con este trabajo, Pilar regresa al presente, después de sus últimos papeles de época (incluido uno pequeño en Alatriste, aún por estrenar). Además será la primera película en la que aparezca con su nueva imagen: se despidió de su melena poco antes de empezar a rodar.

Cuando piensa en el futuro, a Pilar le gusta imaginarse a sí misma "trabajando en esto y haciendo buenos personajes; de madre o de lo que toque". "Las experiencias vividas se reflejan en el rostro", dice, "y eso hace una cara más interesante y atractiva. No me asusta hacerme mayor. Al contrario".

'Obaba', la película dirigida por Montxo Armendáriz, se proyecta en cines de toda España. Más información en: www.altafilms.com.

Pilar López de Ayala
Pilar López de AyalaJAVIER SALAS

Soledades de Obaba, por Bernardo Atxaga

Encontré una definición de la soledad en un pueblecito de Castilla, cuando fui a pedir un despertador a mi vecino de entonces, un anciano viudo y sin familia. "¡Pero, cómo! ¿No tienes despertador?", exclamó él atónito. Entró rápidamente en casa y volvió con un aparato grande y de color plateado. Dijo entonces, poniéndomelo en las manos: "¡Amigo, cómprate un despertador! ¿No ves que hace mucha compañía?". Esta vez fui yo el que se quedó atónito. Su percepción me pareció extrañamente poética. Pensé que, de haberla descrito para un diccionario, el anciano se hubiese expresado más o menos así: "Soledad: situación en la que hasta el tictac de un reloj se convierte en compañía. Sentimiento de quienes se hallan en tal circunstancia". Dejé constancia de la conversación en Obabakoak.

También en la película de Montxo Armendáriz aparece un despertador, un aparato igual de grande y de plateado que el que me prestó mi vecino. Lo tiene la maestra en una de las habitaciones de su casa, y marca las horas de un invierno de nieve y frío, cuando todos en Obaba se sienten solos, y ella, la maestra que nunca recibe cartas, más que nadie. Cuando lo vi en la pantalla supe que, efectivamente, tal como me habían dicho los admiradores de Tasio o de Silencio roto, Armendáriz era el director que mi libro necesitaba. Alguien ajeno al espíritu de sus páginas no se habría percatado del detalle del despertador, como tampoco de la importancia de la estufa en la jerarquía de la escuela o de la rara presencia de los lagartos. Lo dije el día del estreno y lo repito ahora: es una verdadera felicidad encontrarse entre amigos. Y son amigos los que tienen afinidad con nosotros, y, entre mil detalles, valoran y eligen los que nos parecen más importantes.

Como creador, Montxo Armendáriz tenía la obligación de traducir a imágenes las páginas del libro, y no podía ser literal. En realidad, el intento habría sido un despropósito, porque hay cosas que en el texto nunca están. Cuando, por ejemplo, leemos que el Quijote "frisaba con los cincuenta años" y era "de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza", no tenemos su retrato; tenemos únicamente un molde en el que bien podrían caber mil figuras distintas. Montxo Armendáriz tuvo, pues, que inventar; tuvo que imaginar cómo era la maestra de Obaba —lo mismo de joven que de mayor—y cómo eran todos los demás habitantes de Obaba: el ingeniero Werfell y su hijo Esteban, el malhadado Lucas y el enigmático Ismael, la feroz Begoña y su hermano tonto, la estudiante Lourdes y su amigo Miguel. Luego de inventar los personajes, Armendáriz tuvo que seguir en el empeño, porque su trabajo no había hecho sino empezar.

Naturalmente, también los actores participaron en la invención. Hay muchas formas de recitar el enunciado de un problema de aritmética; muchas formas de hablar ante la cámara de vídeo o de quitar importancia a las historias siniestras que circulan sobre los lagartos, y son ellos, los actores, quienes eligen esas formas, las que finalmente llegan al público; las que me llegaron a mí y me mostraron cómo caminaba tal personaje o qué expresión tenía un rostro que yo había entrevisto hace unos veinte años, cuando escribí el libro.

Una última palabra sobre el lugar, Obaba. Dice Paul Valéry en uno de sus certeros aforismos que el pensamiento de una persona puede no ser complejo, pero que la persona, como tal, siempre lo es. Esto implica que no hay, en parte alguna del mundo, ni en el más minúsculo de los pueblos, realidades fáciles de entender, vulgares y simples. O dicho al contrario: que todos los lugares son difíciles y complejos. Así, Obaba: no por sus casas o por su río, sino por la forma de ser y de vivir de la gente. Por lo mucho que, por ejemplo, puede importarles un despertador.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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