Cuando Mutiara Gayatri tose
El caso de una niña de Yakarta afectada por la gripe aviar ilustra las dificultades de los países asiáticos para luchar contra el virus
Mutiara Gayatri tiene los ojos entornados. Bajo las largas pestañas, se ve el blanco de sus ojos. Está entubada, en una cama que le queda enorme. Tiene el goteo puesto. De las sábanas blancas apenas sobresale su rostro moreno. En la habitación, se repiten periódicamente tres pitidos: pi-pi-pi...pi-pi-pi... De repente, tose ligeramente, como si chocaran dos canicas, y las sábanas se agitan. Acurrucada bajo un foco que se proyecta sobre su cuerpo, parece un pajarillo.
Mutiara tiene siete años, y es uno de los tres infectados por el virus de la gripe aviar que se encuentran ingresados en el hospital Sulianti Saroso, de Yakarta; el centro de referencia en la capital indonesia, en el que han sido tratados gran parte de los infectados que se han producido en el país.
Las cifras de afectados del Gobierno indonesio son mucho más altas que las de la OMS
"No tenemos gallinas, pero aquí todo el mundo tiene patos, pollos, palomas..."
"Desde que el pasado septiembre comenzamos a recibir pacientes -antes no venían aquí-, hemos tratado a 48 enfermos de la gripe aviar. Han muerto nueve. Ahora tenemos a tres ingresados. En todo el país ha habido 114 casos", dice el doctor Ilham Patu, portavoz del hospital. Las cifras del Gobierno indonesio son mucho más altas que las de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que sólo contabiliza aquellos casos que ha verificado en sus laboratorios tras haber sido confirmados por las autoridades locales. La OMS da un balance de cinco infectados y tres muertos para Indonesia.
Ilham, sentado en un pequeño despacho de la planta baja de este centro situado en el norte de Yakarta, habla despacio mientras firma los papeles que le trae una asistente. "Nos estamos ocupando del problema, tenemos las instalaciones y la gente con la preparación adecuada. Pero la situación está empeorando, porque hay 10 provincias con casos humanos sospechosos. Afortunadamente, no se han producido contagios entre personas".
En la segunda planta, cubierto con dos batas, botas de goma, guantes de látex, dos mascarillas, gorro y gafas de protección, un auxiliar examina a Mutiara. Tras un mes ingresada, sus brazos parecen cañas de bambú. Llegó al hospital el 14 de septiembre procedente de otro centro, después de que durante varios días experimentara brotes de fiebre y dificultades para tragar y respirar.
"Pensamos que resultó infectada donde vive, allí hay muchos animales", dice Nani Juani, una enfermera de 51 años, que se cubre la cabeza con un pañuelo negro. Indonesia es el país con mayor número de seguidores del islam del mundo, alrededor del 85% de sus 230 millones de habitantes. "Esperamos que se recupere", añade la enfermera.
Mutiara vive en un barrio modesto de Kampung Cibodas, una aglomeración 30 kilómetros al oeste de la ciudad. Al caer la tarde, como en todo Yakarta, las carreteras que conducen a esta zona son un hervidero de gente, camionetas, triciclotaxis y vendedores ambulantes. Los atascos son continuos. Su familia vivía en una casa baja, de prefabricados de hormigón y uralita, al final de un callejón, junto a un estanque rodeado de plataneros y basura. Vivía, porque han tenido que mudarse por el miedo de los vecinos.
"No sabemos qué ha pasado. Y los médicos no nos han dicho lo que tiene, sólo que padece de los pulmones. Nosotros no tenemos gallinas, pero aquí todo el mundo tiene. Hay patos, pollos, palomas, pájaros", dice Chusnaeni, la madre de la pequeña. "El barrio no es muy saludable".
Chusnaeni, de 37 años, su marido y su otra hija, de 16 años, viven ahora en casa de sus padres, a unos 500 metros. "Después de que desinfectaron la casa, la alquilamos", explica. "Nos tomaron muestras de sangre a toda la familia y a los vecinos, pero no nos han dado ningún resultado. También vacunaron a los pollos que hay en el barrio". En un solar cubierto de vegetación, se levantan varias casetas de madera desvencijadas, casi todas con gallinas. Por todos lados hay corrales caseros. Los gallos deambulan entre las viviendas.
Aunque cuenta con el menor número de fallecidos de los 60 que, según la OMS, se han registrado en Asia desde que comenzó el brote de gripe aviar en 2003, Indonesia ha sufrido las muertes más recientes, lo que ha levantado el temor a que pueda convertirse en el epicentro de una pandemia, en caso de que el virus mute a una cepa que se transmita fácilmente entre las personas. El primer caso humano en el país fue detectado el pasado julio. Las otras víctimas mortales se han registrado en Vietnam (41), Tailandia (12) y Camboya (4).
La mayoría de los infectados en Indonesia son gente de las zonas urbanas, que no trabaja en granjas comerciales. Los expertos culpan de la situación al contacto cercano que existe en Asia entre la población y las aves de corral. "Pero aún hay muchas preguntas sin respuesta", afirma una fuente sanitaria del Gobierno. "El problema es que los animales son una fuente de ingresos para la gente. Y eso es difícil de resolver", dice el doctor Ilham.
Mientras tanto, el Gobierno de Yakarta, que prefiere la vacunación de los pollos al sacrificio en masa que aconseja la OMS, se enfrenta a un escándalo de corrupción. Los fiscales están investigando el supuesto suministro por varias firmas farmacéuticas locales de vacunas para aves de calidad inferior a la debida. Se sospecha que en el escándalo han participado funcionarios del Ministerio de Agricultura. Muchos granjeros se han quejado de que no han recibido las compensaciones por sacrificar a sus aves, y de que los funcionarios locales se han quedado con el dinero.
En las carreteras que conducen a la barriada de la familia de Mutiara, pancartas y eslóganes recuerdan a los indonesios que ésta es la época del ayuno anual para los musulmanes. "Durante el ramadán, hay que parar la prostitución y la pornografía", reza uno. "Tenemos que poner fin a la corrupción y el juego", dice otro.
El ramadán y el virus
Aseguran los vendedores de pollos y huevos en Yakarta que la epidemia de gripe aviar les está pasando factura. Desde que el virus fue detectado en seres humanos a principios de verano, mucha gente ha dejado de comprar productos avícolas, para pasarse al pescado y otros alimentos. "Kentucky Chicken nos pide menos, porque han bajado sus clientes", dice Adin, de 27 años, en un puesto de Glodok, el mercado chino de la capital. El puesto de Adin está en un callejón húmedo en el que se apilan las cajas con aves. A su lado, dos jóvenes dormitan entre las jaulas. La situación es particularmente delicada para aquellos comerciantes que ofrecen pollos de pueblo, no de explotación avícola, porque además sufren falta de suministro. "Como estamos en ramadán, los campesinos se quedan con las gallinas para consumirlas ellos por la noche y no nos envían", dice Abidin, de 40 años. Algunos comerciantes aseguran que no saben si los animales que venden han sido vacunados, pero dicen que no tienen miedo al virus.
Para Agus Kurniawan, de 24 años, que regenta un puesto de huevos, la situación tampoco es muy halagüeña. "Los médicos han aconsejado que no se utilicen huevos crudos en la elaboración de productos medicinales, así que mi negocio se ha resentido", afirma. "Pero yo no tengo miedo, porque todo está en las manos de Alá".
Quien sí se ha beneficiado es Faqih, que se dedica a la venta de pescado. "Mi negocio va muy bien, la gente está comprando más pescado. La gripe aviar es un gran problema y el Gobierno debería hacer más para proteger a los ciudadanos.
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