Argentina pierde fuera de casa
Cuando el presidente argentino, Néstor Kirchner, buscó un candidato para competir en las elecciones del próximo domingo a un escaño en el Congreso por la capital federal, decidió nombrar a su ministro de Exteriores, Rafael Bielsa, para el puesto. Y eso que no es en la capital, sino en la provincia, donde Kirchner medirá de verdad las fuerzas con su rival en el peronismo, el ex presidente Eduardo Duhalde. El nombramiento de Bielsa, que ha tenido que compatibilizar su cargo de canciller con la campaña electoral, le ha costado a Kirchner numerosas acusaciones de subordinar la política exterior a los intereses electorales.
Aunque en los últimos meses se hayan multiplicado los roces y conflictos con diversos países, especialmente los vecinos, y el cargo de ministro sea constitucionalmente incompatible con el de diputado, el presidente argentino ha optado por enviar a uno de sus más estrechos colaboradores a una batalla electoral de la que, además, puede salir perdedor. Las encuestas otorgan a Bielsa un discreto tercer puesto en la capital, muy por detrás del centroderechista Mauricio Macri y de la populista Elisa Carrió.
La afinidad ideológica no ha servido para evitar nuevos roces con los países vecinos
"Kirchner se pelea con todo el mundo y no hay política exterior", afirma un analista
El presidente Kirchner, criticado por subordinar la política exterior a su interés electoral
"El problema es que la prioridad del Gobierno no está en el Ministerio de Exteriores, sino en la ciudad de Buenos Aires, y el principal efecto de esto es un aislamiento creciente de Argentina en la región y en el sistema mundial", asegura Jorge Castro, director del Instituto de Planeamiento Estratégico de Buenos Aires, quien es particularmente crítico con la actual Administración argentina. "Kirchner se pelea con todo el mundo, y en sentido estricto no hay una política exterior del Gobierno, sino una completa subordinación de la política exterior a las necesidades de la política doméstica".
Las críticas vienen también por una política de gestos a menudo desacertada en el mundo de la diplomacia internacional como la suspensión de visitas de Estado prácticamente en el último minuto, la ausencia de Kirchner de cumbres de jefes de Estado regionales o el detalle de que no reciba a los embajadores extranjeros cuando éstos presentan sus cartas credenciales. Sin embargo, algunos expertos estiman que por debajo de la superficie existe al menos un plan sólido para cambiar la política exterior argentina de las últimas décadas.
"Aunque haya aspectos formales en los que la política exterior parezca poco cuidada, existe una línea en la política del Gobierno: la necesidad de que Argentina recupere la capacidad de decisión que perdió durante la época de los noventa", destaca Alejandro Simonoff, coordinador de un informe sobre la política exterior argentina del Instituto de Relaciones Internacionales de Buenos Aires.
Un cambio de rumbo que en teoría podría haberse visto facilitado por la presencia en el poder en muchos países de la zona de líderes de izquierda, tendencia con la que se identifica Kirchner. Pero no ha sido así. La posible afinidad ideológica no ha servido para evitar nuevos roces. Con el Chile de Ricardo Lagos a cuenta de las necesidades energéticas de ambos países y las ventas de gas a Argentina, con el Uruguay de Tabaré Vázquez por la inminente instalación de dos empresas papeleras -una de ellas española- en su margen del río Uruguay, frente a la costa argentina, y con el Brasil de Lula da Silva por el desequilibrio creado en el Mercosur por el cada día más potente mercado brasileño, que coloca a los demás socios como meros satélites o por su negativa a apoyar la pretensión brasileña de ocupar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
El viraje pretendido por el Ejecutivo argentino responde principalmente a la percepción existente en el país del fracaso que supuso seguir los planteamientos políticos de Washington y económicos del Fondo Monetario Internacional (FMI) durante la década de los noventa. "La política exterior de Kirchner está fuertemente condicionada por la suspensión de pagos decretada tras el colapso de 2001 y cuyo festivo festejo durante la gestión de Adolfo Rodríguez Saa [presidente argentino entre el 23 y el 29 de diciembre de 2001] ha generado un negativo impacto en el exterior", opina Francisco Corigliano, profesor de política exterior en la Universidad Torcuato di Tella. "A decir verdad, muchos de los gestos de diferenciación con los que Kirchner y Bielsa tratan de marcar sus diferencias con sus antecesores, como la abstención respecto a la situación de los derechos humanos en Cuba, la negativa a participar en operaciones conjuntas con EE UU que puedan ser interpretadas como una concesión o el acercamiento a Brasil, ya habían sido iniciadas por [el ex presidente Eduardo] Duhalde", apunta Corigliano.
Pero el escaso 22% de votos con los que Kirchner fue elegido presidente pesa mucho a la hora de plantear estrategias -a pesar de contar con un índice de popularidad que supera el 70%- y coloca como máxima prioridad la legitimación incontestable en las urnas. Un dato que sitúa a las elecciones del próximo domingo como la prioridad máxima en la agenda de Kirchner y que le obligará a reemplazar a su actual ministro de Exteriores si éste obtiene un escaño.
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