Los Reyes Magos en Salamanca
Hay la distopía del gran repartidor de pobreza que es Castro, el ausente demasiado presente en la Cumbre Iberoamericana de Salamanca. Ya nadie habla de utopías, ni siquiera la bolivariana de Hugo Chávez. Estamos en la atopía, aunque no en el mero realismo. América Latina sufre un exceso de diagnósticos y un déficit de terapias. No así Europa. El ¿qué nos pasa? a estas alturas lo saben los latinoamericanos muy bien (nosotros no). El ¿qué hacer?, ellos no tanto (nosotros un poquito más, aunque no lo hagamos). La nueva Agenda de Desarrollo para América Latina elaborada en Salamanca por un prestigioso grupo de economistas (esencialmente de los países más ricos del conjunto) es un ejercicio notable porque se aleja del anterior Consenso de Washington, básicamente neoliberal, en favor del llamado Consenso de Barcelona. Pero estas propuestas no dejan de ser banales, políticamente correctas y con una preocupante miopía tecnocrática. Es una Agenda que ni siquiera es útil como documento político.
El citado documento pide agendas nacionales consensuadas, más mercados, más competencias y mejor Estado; promover oportunidades para incorporar a los pobres al proceso de crecimiento; inversión en educación y salud; migraciones reguladas; apertura e innovación; más infraestructuras para crecer; políticas contra cíclicas y prevención de crisis; adaptación de la arquitectura financiera internacional (hasta aquí, lo firmamos también en España); flexibilidad cambiaria y des-dolarización financiera. ¿Quién, salvo algunos populistas, no va a estar de acuerdo? Pero es una carta a los Reyes Magos. Pues, ¿qué tendría que hacer un presidente que quisiera poner en práctica estas ideas? Ahí está el problema: no sólo de falta de propuestas prácticas, sino que las buenas ideas quedan asfixiadas por la corrección política.
Bien es verdad que todo esto no se decía en los 70, ni en los 80, ni en los 90, o que la desigualdad se ha convertido en un problema para el crecimiento. Pero lo que se necesitan son soluciones concretas, y en la medida de lo posible regionales o subregionales, y pensar más a fondo a qué se tiene que dedicar ese Estado que pretende ser mejor. Llamar a esto Agenda es mucho llamar. La Agenda del Milenio de la ONU tiene metas concretas y mensurables que cumplir (aunque no haya acuerdo sobre los medios para lograrlo). Enrique Iglesias, el flamante secretario general iberoamericano, parece mucho más pragmático en cómo enfocar su labor, quizás excesiva con las tareas que le ha puesto la Cumbre, pero piensa en desarrollos concretos, como un sistema regional para mejorar las administraciones públicas, u otros avances.
En toda agenda viable debería ser básico abordar cómo lograr recaudar más impuestos (que no es lo mismo que subir los impuestos). El éxito del tipo único introducido en Rusia y algunos países del antiguo Este europeo merecería ser estudiado, aunque parezca injusto, pues es eficaz en economías y sociedades no acostumbradas a los impuestos. Aunque haya muchas diferencias entre unos y otros, el Estado en América Latina no lo puede todo. Y así este Estado debe ejercer al menos como garante, si no puede ser proveedor, de servicios y bienes. Para empezar, repartiendo igualdad de oportunidades que mejoren ese objetivo básico que es la inclusión social y la lucha contra la pobreza. Eso es lo que se ha denigrado como Tercera Vía o gobernanza progresista pero que, sin embargo, han aplicado dirigentes como el socialista chileno Ricardo Lagos. Y al final hay un concepto básico a desarrollar: el de la ciudadanía, aún -pero algún día posible- no iberoamericana, pero sí en toda Iberoamérica. Otra tarea para Iglesias.
2006 va a ser año de elecciones en casi toda la región. Lo que los ciudadanos necesitan no son distopías, ni utopías, ni realismo mágico, sino propuestas concretas. De otro modo se agravará la fatiga democrática que padece la región en favor de los peligrosos populismos. aortega@elpais.es
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