Mi plaza y yo
De zona de 'camellos' a parque de diseño. La plaza de Pío XII, en Sant Adrià de Besòs (Barcelona), podría aparecer en las guías de la nueva arquitectura. Tiene un aire rompedor y ha cambiado el barrio, pero lo que la hace singular es que han sido los vecinos quienes la han diseñado.
Manolo barre la plaza. Él y su mujer, Sonia Maldonado, regentan desde hace nueve años el quiosco de golosinas en el centro de este parque. Ahora, tras la última reforma, el puesto tiene forma de nave espacial. Parece el cohete de Tintín. Les gusta. Manolo está contento. El quiosco es original, pero sobre todo les permite tener más espacio para las chuches, los refrescos y los helados. "Vino Ricardo [el arquitecto] y midió el antiguo quiosco al centímetro. Luego me preguntó qué más necesitaba. Y lo anotó. No lo parece, pero cabe de todo. El caparazón del techo está aprovechado como almacén", dice mientras lo muestra por dentro. El quiosco-cohete, diseñado por el arquitecto Ricardo Flores, podría parecer un capricho. Pero es el elemento que da carácter a la plaza, el que la hace despegar de otros jardines contemporáneos.
"Este barrio no es conformista. Batalla por lo que quiere. Al principio se quejaban de falta de verde, pero están viendo que el diseño funciona"
"Tenemos derecho a la cultura de un urbanismo atrevido. A veces son los mismos barrios de la periferia los que se marginan del diseño"
"Nadie como los vecinos sabe lo que un barrio necesita. Nuestra plaza tiene defectos, pero se ha construido escuchando a la gente"
El quiosquero está orgulloso. De su garito y de la plaza. No en vano, Manolo es el que la cuida y le dedica algunos ratos. "Si se desconcha un banco o se estropea la pérgola, les pasa una pinceladita", comenta el arquitecto.
La plaza está al final de la ciudad, en Sant Adrià de Besòs, junto a la Gran Vía que conduce hasta al centro de Barcelona, una avenida que aquí toma ya forma de autovía. La velocidad es la música de la zona. Tras una calle estrecha, y bajo un parterre con arbustos despeinados, arranca la autopista que llega hasta Francia. Al otro lado, un descomunal bloque de viviendas recoge la plaza. En los bajos, dos peluquerías, el bar Homer y el taller Brico-Auto, que la cierra al otro lado.
Por lo demás, ésta podría ser una plaza cualquiera de un barrio periférico cualquiera. Y sin embargo, la plaza de Pío XII no es un lugar al uso. Es de diseño. Los vecinos lo saben. Y ahora, superados algunos recelos, la mayoría lo valora. La aprecian como se quiere a lo propio: no porque sea perfecto. Pero además de usarla, la miran; su plaza es distinta. Cuesta describirla. Urbanísticamente está entre un parque y una calle. Arquitectónicamente no es ni un jardín, ni un arenal, ni una plaza dura, aunque tenga un poco de todo. Socialmente es el resultado de las peticiones de los vecinos. Eso la convierte en un lugar especial: ha sido el difícil consenso entre sus usuarios lo que ha ayudado a diseñarla. Son ellos quienes, con sus reclamaciones y vigilancia, han conseguido levantarla. Por eso la conocen al milímetro.
"Aquel bordillo es el mejor sitio a estas horas. Corre el aire". Las indicaciones las da Berta. Lleva media vida en Barcelona y veinte años en el barrio. Su familia tiene una charcutería, y mientras se construyó la plaza fue la presidenta de la asociación de vecinos.
El murete en el que nos sentamos, entre el arenal de juegos infantiles y una calzada, se levantó por petición popular. No querían que sus hijos salieran corriendo entre los coches. "Este barrio no es conformista. Batalla por lo que quiere", explica Berta. Con todo, y a pesar de haber dirigido las peticiones de los vecinos, ella se queja de la falta de árboles. "Por eso, en principio, no estaba la gente muy contenta. Pero están viendo que funciona. Cuando empezamos a reunirnos y a trabajar en esta reforma, en el año 2002, esto era un paseo de camellos. Somos una vía de paso, y drogadictos de Barcelona, de La Mina o de Sant Adrià venían hasta aquí a pincharse. Más de la mitad de la plaza era un barrizal en el que aparcaban los coches sin ningún orden. Los niños tenían que jugar entre jeringuillas. De modo que decidimos intervenir Bajamos a la calle y empezamos a vigilar".
El barrio tiene un pasado en la historia del movimiento vecinal. A cien metros de esta plaza de Pío XII hay otra mayor de corte más clásico. Se llama Veinticinco de Octubre, y el Ayuntamiento de Sant Adrià la construyó tras las protestas de los vecinos a principios de los años noventa. A aquellas sentadas las llamó la prensa local "la intifada del Besòs". Sucedieron justo antes de los Juegos Olímpicos de 1992, "cuando pretendían traer para acá toda la prostitución del final de las Ramblas", recuerda Berta. Entonces se plantaron. Cuando llegaron las excavadoras, el grupo de vecinos que vigilaba empezó a llamar a los timbres. Se organizó una gran protesta, y gracias a eso consiguieron mejoras para la zona: un polideportivo, una escuela de adultos y otra de disminuidos psíquicos.
Así las cosas, el diseño es nuevo, pero las protestas como vía para sanear el barrio son antiguas. "Esta plaza empezó con las plantas de los vecinos", recuerda Jorge Aznar, dueño de uno de los pisos que dan al jardín. "Esto era un descampado, y tenía todos los problemas de los descampados. Hará unos treinta años, cada vecino bajó un tiesto y formaron un círculo. Luego empezamos a bajar sillas plegables. Montábamos cada día una plaza de quita y pon. Hasta que la urbanizaron".
Aznar tiene 39 años y lleva toda su vida viviendo en el mismo bloque. Tiene hijos y por eso apoya el nuevo uso peatonal de la calle que circunda el inmueble, y que ha sido absorbida por la plaza con la ampliación.
Es el mismo uso que otra vecina, Paquita de la Heras, critica: "Cualquiera que tenga un negocio sabe que una calle peatonal es una ruina", dice. Ella y su marido son los dueños del taller mecánico Brico-Auto. Por delante de su negocio pasaba esa calle que hoy es zona peatonal. Ha desaparecido la calzada, forma parte de la plaza, aunque está abierta para la carga y descarga de los residentes y para los vehículos que quieran llegar hasta el taller. Paquita está enfadada. "No me quejo sólo del cierre de la calle. Me da pena lo mal que se ha terminado, con el dineral que ha costado", protesta. "Hay demasiado hierro y poco verde".
Berta, sin embargo, considera que, a pesar de la negativa de buena parte de los vecinos, "en la época en que vivimos es importante dejar claro que primero van las personas y después los coches".
Como ocurre con las plazas de los barrios en los que las viviendas son estrechas, los vecinos no la utilizan sólo como un lugar de paseo. Funciona como una extensión de su casa. Los árboles más grandes los plantaron los propios vecinos: los chopos, los sauces, incluso las palmeras. En la antigua plaza también sembraron rosales y hasta un laurel de uso comunitario. Tal vez por eso, la falta de verde es una de las reivindicaciones más compartidas.
En una plaza así, el verde está pensado como algo útil. Pero de las pérgolas metálicas cuelgan lianas de plantas que tardan en brotar. Con paciencia, los arquitectos, Eva Prats y Ricardo Flores, explican que hay que dar tiempo al tiempo para que las enredaderas trepen por las pérgolas.
"El diseño está muy bien", matiza Berta, "pero el presupuesto del pavimento antideslizante se comió el dinero destinado al césped. Aquí las cosas funcionan gracias a nosotros. Los asientos se han puesto una vez concluida la obra y porque hemos reclamado. Nuestra colaboración es más del 500% de la plaza", insiste. "Por mucho que denuncies, por mucho que protestes, o pones a la gente de acuerdo, o no consigues nada", señala.
Y poner a los vecinos de acuerdo para construir una plaza no es tarea fácil. "Es como tener un cliente con muchas cabezas", apuntan los arquitectos. "Pero es la forma de que los vecinos se vean reflejados en el espacio, lo acepten y lo hagan suyo", añaden.
Prats y Flores son partidarios del diálogo con los vecinos: "Sin conocer las necesidades de los usuarios se hacen espacios que luego no se disuelven con naturalidad en el lugar".
Saben de qué hablan. Han pasado horas en la plaza. Casi tantas midiendo y observando como charlando y explicando a los vecinos lo que iban a hacer. Ya se sabe lo que son las peticiones conjuntas: una carta a los Reyes Magos. Cada uno quiere un jardín a su medida. Los ancianos, con lugares donde agarrarse, poco polvo y bancos con respaldo. Los niños, con columpios y castillos en los que subirse. Los padres de esos niños, sin coches. Los comerciantes, con tránsito. Los arquitectos, con su sello. Y los políticos, algo capaz de contentar a todos. Así hasta el infinito.
Durante los dos años que ha tardado en construirse la plaza, una comisión de vecinos ha estado solicitando hasta la última piedra. En parte se les ha contentado; en parte, no. "La plaza está muy despoblada de árboles. Falta sombra. Pero parece que se sale del presupuesto", comenta con ironía Eduardo Araújo.
Araújo está jubilado, y cuando se realizó el reportaje estaba a punto de convertirse en el nuevo presidente de la asociación de vecinos. En la zona de tráfico restringido también hay fallos. Algunos vecinos comentan que hay mucha humedad y que la gente se resbala. El arquitecto insiste en que el pavimento es el más antideslizante del mercado, y Araújo termina por darle la razón: "A ver, ¿qué gente tropieza? La gente que se cae en la acera también se puede caer en su casa", señala. "Además, Sito, el alcalde, se ha comprometido a cambiarlo", añade para apaciguar los ánimos. Este vecino lleva cuarenta años en el barrio, y su casa da a la plaza. "Hace cuatro años me prejubilé. La manera de ocupar horas, que es lo esencial de un jubilado, la encontré en la asociación. Provengo del mundo sindical, y les iba bien alguien capaz de movilizar a la gente", dice. "De la plaza esperaba una remodelación normal. No esto, ni mucho menos. Los aros metálicos, por ejemplo [diseñados como asideros para los ancianos o como barreras protectoras para árboles y niños], nos parecían un exceso de hierro, pero nos vamos acostumbrando". "¿Le gusta?", pregunta, "pues véngase a vivir aquí, aunque tal como se están poniendo los precios ".
El aumento de los precios es uno de los dobles filos de las mejoras urbanas en barrios periféricos. "La política del urbanismo no es fácil. Si mejoras el espacio público de un barrio, aumenta el precio de sus viviendas. Los barrios trabajadores también tienen derecho a que el patrimonio se revalorice. Pero el efecto secundario es que los hijos de estos trabajadores no pueden comprar casa en el mismo barrio. Tienen que alejarse aún más del centro. Eso, como político, te enfrenta a una situación difícil. ¿Qué haces? ¿Actúas o no actúas?". Son las reflexiones de Joan Callau, regidor de urbanismo del Ayuntamiento de Sant Adrià, que gobierna el PSOE. Lleva 10 años en el puesto y fue el ideólogo de la plaza.
"Los ayuntamientos no podemos controlarlo todo. En éste creemos que en los barrios maltratados durante décadas es fundamental mejorar el espacio público. Tenemos derecho a la cultura de un urbanismo atrevido. Y eso es lo que hemos tratado de traer aquí", explica.
"A veces son los mismos barrios de la periferia los que se marginan del diseño, de la cultura. Es como si la arquitectura de vanguardia les pareciera bien para el paseo de Gràcia e inapropiada para ellos", comenta. "Posiblemente el urbanismo deba ser más atrevido aquí que en el centro de la ciudad. Ya que las viviendas no las puedes mejorar, por lo menos que el espacio público se ponga al día".
En la plaza hay más arena que asfalto. ¿La desaparición de las plazas duras ha sido también una demanda ciudadana? Podría ser. Los vecinos lo repiten: menos hierros y más verde. "Pero luego les gusta el quiosco, que no habían podido imaginar. Un día apareció Ricardo con un croquis. Es un artista. Y el barrio lo merece, aunque los artistas son también peligrosos y hay que mantenerlos a raya", comenta el regidor.
¿Es habitual que los vecinos participen en la toma de decisiones? "En Sant Adrià, sí", responde Callau, "pero es complejo enseñar los planos. Además, vivimos en una sociedad de intereses individuales; por eso es importante que la asociación de vecinos asuma el proyecto. Aun así, a veces, tras levantar planos que las asociaciones han aprobado, la gente se siente defraudada. Y es que los planos hay que explicarlos", señala.
Ricardo Flores y Eva Prats, los arquitectos, fueron los encargados de explicar esos planos en un tenderete montado en la antigua plaza. Organizaron una proyección y convocaron a los vecinos para que pudiesen conocer el proyecto de la nueva. Paneles, diapositivas, un micrófono y paciencia. Tras la presentación hubo cinco reuniones más. Cualquier vecino podía asistir. Los temas eran concretos: la limpieza, el mantenimiento, el lugar donde colocarían sus mesas los bares o el tipo de pavimento para que la humedad del río Besòs no provocara resbalones. "Siempre que respetasen el presupuesto, los vecinos podían elegir hasta los columpios por catálogo", apunta José Luis Martínez.
La arquitecta lo corrobora: "Fuimos modificando el proyecto a partir de sus comentarios". La voluntad del Ayuntamiento de que se reunieran con los vecinos les sorprendió al principio. Pero hoy creen que es la clave de la futura vida de la plaza. "Cuando vamos de visita nos sorprende lo limpia y cuidada que está. Creemos que los vecinos la han hecho suya, y nos damos cuenta de que está más limpia y más segura que si sólo contáramos con los servicios de limpieza y policía del Ayuntamiento", señala Flores.
Que los vecinos participen en el diseño de su barrio es algo habitual en otros países europeos, pero poco frecuente en los municipios españoles. Si bien muchas de las peticiones históricas de los residentes terminan por acatarse y desembocan en las grandes reformas de los barrios (cubrir una vía, hacer llegar el metro), la mayoría de los ciudadanos se despreocupa del diseño de un columpio y delega esas labores en los representantes municipales. La diferencia la marca la perseverancia de las asociaciones vecinales, entidades que en países como el Reino Unido, por ejemplo, se han convertido en la bestia negra de los arquitectos. Pueden llegar a paralizar unas obras.
"Conseguir el apoyo de los vecinos es cuestión de dedicación y horas", comenta Martínez. "Pero los de este barrio van más allá. Lo vigilan todo. Controlan el día a día de la obra", apunta, risueño, Callau. "Al otro lado de la carretera, un sábado, terminaron contando las plazas de aparcamiento con el arquitecto. No les salían las cuentas, aunque tenía razón él", recuerda.
La intervención vecinal es un trabajo pesado para todos: arquitectos, gestores, políticos y los propios ciudadanos. Llegar al consenso parece tarea imposible. ¿Es posible hacer la plaza de todos? Eva Prats y Ricardo Flores lo han intentado. Como cualquier barrio popular, la plaza de Pío XII es un micromundo, pero ésta además quiere ser un escenario para una vida distinta.
"El Besòs está dejando de ser un barrio dormitorio. Desde hace unos años han reaparecido los niños. Han llegado los jóvenes. Y los inmigrantes. "Yo soy de León", dice Berta. "Me he pasado veinte años trabajando en el Valle Hebrón, y me ha costado mucho superar el complejo y poder decir en voz alta: yo vivo en el Besòs. Daba vueltas para decir dónde vivía. No quería que me asociaran a La Mina o a lugares de mucha delincuencia. Creo que hasta que no me metí en la asociación de vecinos, no aprendí a sentir orgullo. Por eso me siento contenta de haber participado en algo así. Nadie como los vecinos de una zona sabe lo que un barrio necesita. Nuestra plaza tiene muchos defectos. Pero se ha construido escuchando a la gente".
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