El Pompidou revisa el 'nihilismo constructor' del movimiento dadá
El museo parisiense reúne en una antológica 2.000 obras de la vanguardia más radical
Max Ernst sostenía que "una exposición sobre dadá es imposible"; André Breton, el Papa del surrealismo, admitía en su vejez que "desde dadá, no hemos hecho nada". El Centro Pompidou propone ahora y hasta el 9 de enero una revisión muy completa del movimiento dadá (1916-1924), o, como dice Laurent Le Bon, comisario de la muestra, de la "constelación o galaxia dadá". Las casi 2.000 obras seleccionadas viajarán luego a Washington y Nueva York.
Picabia: "Nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento cambiar de dirección"
Le Bon: "Es un movimiento dialéctico, que opera por destrucción y creación"
La iniciativa del Pompidou quiere dotar de autonomía a dadá y evitar, tal y como se ha venido haciendo, presentarlo como un prolegómeno del surrealismo. Por eso, varias de las obras expuestas de Max Ernst, Jean Arp, Man Ray o André Breton podrían ser abiertamente surrealistas, pero fueron realizadas varios años antes de la publicación del primer manifiesto -1924- de dicho movimiento. Es más, sin negar el parentesco entre dadá y el surrealismo, se hacen evidentes sus puntos de contacto con el constructivismo o la abstracción.
Para el comisario de la exposición, Laurent Le Bon, "dadá se basa más en un espíritu y una actitud que en un corpus teórico". El pintor y poeta Francis Picabia decía lo mismo en 1922 al afirmar que "nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento cambiar de dirección". Dadá nace oficiosamente en Zúrich, con la fundación por parte de Hugo Ball del llamado Cabaret Voltaire. Una serie de artistas se reúnen en la ciudad suiza escapando a la I Guerra Mundial; entre ellos, Arp, Tzara y Janco. No están a favor de ningún bando sino contra la guerra, que estiman hija de la sociedad burguesa. Mientras la propaganda sugiere la compra de bonos del Estado para financiar el esfuerzo bélico, los dadaístas como Tristan Tzara lanzan panfletos en los que aconsejan: "Suscribid los bonos dadá, los únicos que no dan nada".
La exposición, que se puede recorrer sin seguir ningún camino preestablecido, es abiertamente pluridisciplinar: pinturas, dibujos, carteles, cartas, música, objetos y filmes aparecen reunidos, a veces, para poner de relieve una figura concreta; otras, un tema propio del grupo -el azar, el valor de la tipografía, las primeras performances, el humor-; en otros casos son fechas claves las que aglutinas las obras: la gran feria dadá de Berlín en 1920, la exposición en las galerías Dalmau de Barcelona en 1922, las temporadas dadá de París de 1921 y 1922.
Una antológica de tamaña dimensión favorece el descubrir figuras poco o mal conocidas. Es el caso de Sophie Tauber-Arp, autora de unas maravillosas marionetas y esculturas, o del dibujante y pintor George Grosz antes de embarcarse en una crítica aún más explícitamente política, o de Hannah Höch y sus muy variadas prácticas, o de Marcel Janco con sus grabados y máscaras, o del suizo Jean Crotti, que escribe de sí mismo "haber nacido en 1915 de reproducción asexuada por autocreación y autoparto sin cordón umbilical".
La dimensión nihilista del dadaísmo, criticada por lo que tenía de elitista -"a los que me critican a mis espaldas les digo que mi culo les contempla", dice Francis Picabia, que defendía también que "sólo son indispensables las cosas inútiles", una máxima que hubiera sido del agrado de un Oscar Wilde-, es vista por Laurent Le Bon desde otra perspectiva: "Es un movimiento dialéctico, que opera por destrucción y creación, y que no puede existir sin lo uno ni lo otro". Pero no quieren salvar nada del pasado, nada excepto Apollinaire, Lautreamont, Rimbaud, Jarry y... un largo etcétera nunca reconocido. "Ni siquiera quiero saber si han existido hombres antes que yo", escribe Tzara en 1918.
Dadá se da por fallecido cuando se publica el primer manifiesto surrealista. En realidad el enfrentamiento entre Tzara y Breton -el primero era partidario de no hacer ninguna concesión política; el segundo quería ampliar la repercusión social y la inteligibilidad de los actos del movimiento- ya se había hecho público en julio de 1923 y Jean Cocteau fue la piedra de toque. Los dadá "puros" incluyeron a Cocteau en una representación que incluía canciones, recitados, danza, cortometrajes y una pieza de teatro titulada Coeur à gaz, de la que su autor, Tzara, decía que era "la mayor estafa del siglo en tres actos". Cuando empezó el primero de esos actos, los "sociales" -Breton, Eluard, Péret, Desnos- decidieron boicotear la obra subiendo al escenario y agrediendo al bando contrario. A bastonazos. Ese día, dadá acabó en la comisaría.
Babelia
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