Deterioro competitivo
La economía española sigue creciendo a buen ritmo, y eso hace que se infravaloren las señales que amenazan la continuidad del ciclo favorable, especialmente el deterioro de la competitividad. El abandono durante años del fortalecimiento de las dotaciones de capital pasa ahora factura a través de tres signos inquietantes: uno de los mayores desequilibrios exteriores del mundo, una pronunciada caída de la inversión extranjera directa, y un retroceso en las clasificaciones internacionales de competitividad y atractivo inversor para las empresas foráneas.
Los últimos datos de balanza de pagos reflejan tanto la ampliación del saldo negativo comercial como la reducción del saldo favorable de la balanza de ingresos turísticos. El sector exterior de España reduce cada día más sus posibilidades de crecimiento, al tiempo que obliga a depender más de la financiación internacional. Financiación en la que no se incluyen las inversiones directas, de mayor estabilidad y mejores efectos sobre la gestión de las empresas y la transmisión de tecnologías.
Según el informe anual que acaba de publicar la agencia de Naciones Unidas UNCTAD (World Investment Report 2005), la inversión directa extranjera en España cayó un 28% en 2004. Ello es consecuencia de las ventajas comparativas de las economías recién incorporadas a la UE, con costes del factor trabajo mucho más bajos. Era sabido, pero ahora afecta más a España que a otros países europeos, de modo que la vulnerabilidad de sectores en los que tenía ventajas, como el automóvil, resulta ya evidente. La ausencia de habilidades suficientemente competitivas, consecuencia del deterioro de la educación secundaria, es otro factor disuasorio de esos flujos de capital. Como lo es la escasa dotación de capital tecnológico o la existencia de obstáculos a la capacidad emprendedora muy superiores a los que se dan en otros países europeos.
De esos atrasos ha dejado constancia la muy respetada clasificación de competitividad internacional elaborada por el World Economic Forum. El descenso de España en el índice general, desde la posición 23 hasta la 29, es inquietante, como lo es el correspondiente a todos los factores que han determinado esa caída: calidad de las instituciones públicas, capital tecnológico, entorno macroeconómico y competitividad de las empresas.
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