Marie-José Paz recuerda al escritor nómada y errante
Fue un día cálido, preñado de la luz que le gustaba a Octavio Paz en Madrid, una de las ciudades que más le fascinaban del mundo y a la que viajó más de una vez junto a su mujer, Marie-José. Ella regresó ayer, pero esta vez sola, con una emoción mezclada de alegría y nostalgia. Firme, sonriente, amable, alegre, simpática, con esa claridad en el rostro que sólo es capaz de marcar la huella de una vida plena, Marie-José se reencontró ayer con sus amigos españoles y recordó a su marido generosamente ante quien la preguntaba por él.
"Si tengo que hablar para la televisión, me levanto, que yo soy como las cantantes de ópera", aseguraba antes de que la enchufaran una cámara. Luego se retocaba un poco la melena rubia y rizada y encendía los ojos con una solemnidad alegre que es la que le prende dentro siempre por el recuerdo de Octavio Paz. "Él vivió una vida errante, éramos nómadas", decía ayer cuando se le formó un corrillo de curiosos alrededor después de escuchar a Juan Goytisolo, Pere Gimferrer, Alberto Sánchez Robayna y Nicanor Vélez.
"Era de una libertad sin límites", seguía. Y es testigo hoy por todo el mundo de que su obra sigue vigente en todas partes: "Es emocionante cuando se me acerca gente desconocida y me dicen que lo han leído por primera vez en un viaje, juntos y que para ellos ha sido una experiencia extraordinaria. Hacen de la lectura de Octavio algo pasional, porque su obra reflejaba pasión, se lo digo yo, que recuerdo cómo vivía el amor", aseguró.
Responsabilidad y consuelo
El legado de su obra es para Marie-José, "una responsabilidad y un consuelo", aseguró ayer. "Estoy satisfecha de comprobar su universalidad, que era algo que él perseguía porque eso refleja que se ha visto recompensada su curiosidad por todo, su interés por cualquier cosa, el arte, la política y, sobre todo, en las personas que conocía", recordaba ayer. La prueba era su actitud cuando le hacían entrevistas. "Usted pensará que iba a ser el único que podía preguntarle, pero al final, era él quien acababa sabiendo más sobre las personas que le entrevistaban que los entrevistadores sobre él", dice.
También fue generoso con los jóvenes escritores: "No tenía secretaria, él cogía el teléfono directamente y si algún joven le quería mandar un libro le animaba a hacerlo y si le gustaba, luego le llamaba personalmente, con lo que ellos se quedaban asombrados", recordó su viuda. "Siempre fue generoso y humilde con quienes empezaban".
Y entre tanto jaleo, tanto movimiento, tanta curiosidad, ¿cuándo escribía? "Ah, eso era increíble, en cualquier sitio, a cualquier hora, sin rutinas, tenía una capacidad de concentración enorme".
Babelia
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