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Entrevista:RALPH FIENNES

Actor y caballero

Pulcro y educado. Un ejemplo de buenos modales británicos. Fibroso y atractivo. Y un extraordinario actor en cine y teatro. Ralph Fiennes nos recibe en el hotel más señorial de Londres para hablar de su nueva película, 'El jardinero fiel', una lograda adaptación de la novela de John Le Carré.

Vicente Molina Foix

Ralph Fiennes, sentado al fondo de la suite Eisenhower en el hotel más señorial de Londres. Hace pocas semanas, dos de las bombas terroristas estallaron no lejos de aquí, al norte y al noreste de Park Lane, donde está situado el hermoso edificio aproximadamente art déco del Dorchester. La zona, rodeada de parques, palacios y museos, alberga algunos de los hoteles más distinguidos (no sólo por el precio) de toda Inglaterra, y una contradicción en su seno. Hay una carga y descarga constante de potentados árabes y mujeres repletas -allí donde no cubre el tupido velo islámico- de joyas de oro con el aire de ser auténticas; unos y otras suben o bajan de Jaguars, Bentleys y Rolls Royces, y me fijo en que todos los chóferes tienen -allí donde el uniforme, los guantes y la gorra de plato los dejan ver- rasgos europeos. Por otro lado, a 300 metros de esta suntuosa acera de hoteles para magnates y del propio Dorchester donde Ralph Fiennes me recibe, se alza la Embajada de Estados Unidos, que desde el funesto 11 de septiembre parece, con sus alambres retorcidos y sus policías armados, un búnker, convirtiendo la antaño plácida plaza de Grosvenor Square en el campo de una batalla virtual cuyas primeras víctimas incruentas son los vecinos; en mi camino a pie hasta el Dorchester, bordeando la legación fortificada, no me han cacheado, pese a llevar yo un aparato electrónico en la cartera, pero he visto en las ventanas de las viviendas pasquines contra las restricciones al tráfico y la militarización del barrio. En una casa burguesa de dos plantas que también he dejado atrás, una placa señala que allí estuvo instalado el Estado Mayor de las fuerzas norteamericanas que tanto hicieron para librar al Reino Unido de los nazis. En la suite Eisenhower del gran hotel Dorchester, sin embargo, no hay símbolos bélicos ni un banderín con barras y estrellas.

"En Occidente estamos cerrados, siempre poniendo barreras. En África, la relación humana es más sencilla"
"Nos han puesto la etiqueta de familia artística, que no me gusta. Mi madre nunca nos impuso ni prohibió nada"

Está Ralph Fiennes enormemente simpático y bien dispuesto a hablar de una potente película antiimperialista y africanista.

-No, antes de hacer El jardinero fiel (The constant gardener) yo no sabía gran cosa respecto a los manejos sucios de las grandes industrias farmacéuticas; había oído algún rumor sobre su responsabilidad, y también sobre las restricciones que imponían en muchos países del Tercer Mundo al acceso a los medicamentos contra el sida y la tuberculosis. Pero lo que realmente me atrajo del proyecto cuando me llamó Simon [Simon Channing Williams, productor de la mayoría de títulos cinematográficos de Mike Leigh y, más que productor, alma de El jardinero fiel] fue la historia y mi personaje en ella. También fue muy estimulante que Simon y el director en el que él había pensado desde el principio, Fernando Meirelles, se empeñaran en rodar en Kenia, algo que al principio parecía imposible. La novela de Le Carré transcurre allí, pero, al publicarse, la distribución del libro estuvo muy limitada en el país, por ciertas referencias al presidente y a las corrupciones de su régimen… El asunto era delicado, y en un primer momento las autoridades negaron el permiso de rodaje, por lo que se pensó hacerla en Suráfrica, que por supuesto no tiene nada que ver con Kenia. Finalmente, y viendo que el guión de la película trataba más bien de África, sus condiciones, sus problemas, y no había críticas explícitas al Gobierno, o criticaban situaciones que ellos consideran superadas, dieron los permisos y hasta colaboraron, entendiendo que un rodaje de esa envergadura le aportaba al país empleo y dinero.

Le leo al actor un breve fragmento de la entrevista que en este mismo periódico le hizo en su día Lourdes Gómez a John Le Carré, hombre políticamente comprometido, no sólo en sus novelas, y muy crítico de la ilegal invasión de Irak por las fuerzas angloamericanas: "Si se continúa explotando a una comunidad durante mucho tiempo, se crea, por muy psicótico y erróneo que sea, no odio, sino un afán de venganza". Ralph Fiennes es una persona inteligente y abierta, que ha colaborado en numerosos proyectos de riesgo en cine y teatro, a veces estimulándolos desde su nacimiento. Noto, sin embargo, que la pregunta implícita en mi cita le incomoda. Está promocionando una película distribuida por una gran multinacional de base norteamericana (la amable jefa de prensa sigue en ese mismo momento cronometrando el tiempo de la entrevista en la puerta de la suite Eisenhower), la terrible matanza londinense del 7 de julio es muy reciente, y él tiene, como buen inglés bien educado, el sentido de la compostura. Pero contesta.

-Prefiero ser prudente, ya que no soy un experto ni un periodista, y tampoco estoy bien informado de multitud de cosas… [Fiennes ejecuta, con arte consumado, el famoso carraspeo británico, capaz a veces de diferir una frase interminablemente o llevarla a la nada. Pero no escurre el bulto]. Soy un fan del New Yorker, y dentro de la revista leo siempre a Seymour Hersh, del que aún soy más fan. Hersh significa para mí lo mejor del periodismo de investigación, ese periodismo que le da a conocer al público lector las grandes cuestiones sobre los abusos cometidos por las grandes corporaciones y los Gobiernos occidentales. La explotación occidental del Tercer Mundo… Está claro que Occidente podría ayudar más, dar más y reforzar las débiles estructuras económicas y sociales de esos países tan pobres. Tuve ocasión durante el rodaje en Kenia de hablar con el Alto Comisionado Británico, quien me explicó las iniciativas de nuestro Gobierno, las ayudas, los fondos… Es muy complicado. Por cada caso escandaloso que surja, como el que refleja la película, hay también, y sin que esto llegue a los telediarios ni forme el trasfondo de una novela, personas que trabajan callada y duramente para mejorar las cosas en África y otros lugares. Por eso el tipo de declaraciones como la que ha citado requiere un cierto grado de matización. Hace cuatro años, mucho antes de que este proyecto cinematográfico siquiera existiese, viajé a Uganda y tuve contactos con la Unicef local. Encontré allí gente maravillosa, la mayoría mujeres que trabajaban en pequeños grupos de asistencia y concienciación respecto al síndrome causante del sida, el VIH; ellas trataban de que esos grupos fuesen operativos por sí mismos, y no sólo dependieran de las ayudas externas. Ése sería para mí un buen ejemplo del otro lado de la presencia occidental en África.

Siento curiosidad por saber el grado de complicidad del novelista con la película, y de Fiennes con Le Carré.

-Tuve un encuentro con él muy pronto. Simon [Channing Williams] se encargó primero de que Fernando [Meirelles], una vez que aceptó la propuesta de dirigir la película, conociese a Le Carré; después me presentó a Fernando, y por último nos reunimos los cuatro. Fue una cena con muy buen feeling, aunque en el cine nunca se sabe, hasta ver el resultado final. Fernando traía una percepción muy particular y, como es lógico, quería darle otro giro a la historia original. El libro se lee estupendamente, pero siempre en una adaptación cinematográfica existe la preocupación por las cosas que se cortan, las complejidades que desaparecen. A menudo, los guiones adaptados de grandes libros resultan, en el proceso de adaptación, un poco pedestres. En este caso, Le Carré tenía, en efecto, la voluntad de que no se perdiese el trasfondo político, pero siendo un narrador de gran experiencia, también estaba preocupado de que en la pantalla funcionase la relación de los personajes, de que fuese creíble y tuviese fuerza cinematográficamente, pues, al fin y al cabo, el público de una película no se dejará arrastrar tanto por los problemas debatidos como por el trazado de los personajes y el peso de las relaciones. Y eso le importaba mucho preservarlo a Le Carré.

'El jardinero fiel', la película, arrastra. Tanto como el libro, aunque, naturalmente, de otro modo. Meirelles, ayudado por la excelente fotografía de su compatriota brasileño César Charlone, narra (con menos tembleque de cámara y montaje más calmado que en Ciudad de Dios, por la que ambos fueron nominados al Oscar) una breve y emocionante historia de amor, una aterradora trama de manipulación homicida y mentiras institucionales, y el itinerario personal del diplomático Justin Quayle (Ralph Fiennes) a través de la indignación, los recovecos de la verdad y el sacrificio. Y luego, o por encima de todo, está África, su lado más oscuro, menos turístico, que Meirelles y Charlone hacen un esfuerzo por reflejar en localizaciones de gran autenticidad y con una desnuda y vigorosa iluminación natural.

-África conmueve. ¡Recuerde la cantidad de europeos famosos que se han ido a perder allí! Sus aromas, su luz, sus gentes, también ese especial sentido de la mortalidad, y no me refiero a la terrible falta de recursos sanitarios… Dondequiera que vayas percibes el permanente ciclo de la vida y la muerte, propio, me parece, de unas comunidades que han de vivir sometidas a condiciones extremas: el clima, la sequía, las epidemias. Eso les da una fragilidad que también forma parte de la enormidad del paisaje, tan cambiante además; en Kenia, cuando se sale de Nairobi, que tiene una vegetación exuberante, y se va hacia el norte, todo empieza a ser volcánico, rocoso, desértico. Uno se siente empequeñecido. Pero sobre todo me impresiona el carácter generoso de la gente, su franqueza, una predisposición a conectar unos con otros, y con los niños, que los occidentales hemos perdido en nuestras altamente desarrolladas y urbanas comunidades. Nosotros estamos cerrados, siempre precavidos, poniendo barreras: nuestras casas, nuestros coches, nuestros móviles y computadoras… Allí, por el contrario, la relación humana se produce de forma sencilla y, aun en la pobreza y el dolor, con una impresionante dignidad.

El 'tema' de 'El jardinero fiel' es de rabiosa actualidad. Y no se trata en este caso de que una firma haya comercializado un medicamento que causa secuelas fatales, ni de las compañías médicas de prepago, cuyo abusivo y engañoso sistema quiere denunciar Michael Moore en su nuevo documental Sicko. Lo que el diplomático encarnado por Fiennes va descubriendo a lo largo de la película, gracias a la inspiración y el trágico empeño de su esposa, Tessa (una formidable interpretación de Rachel Weisz), es el uso que la llamada Gran Farmacia, es decir, el lobby de las grandes multinacionales farmacéuticas, hace de los seres humanos como cobayas, a la vez que impide -para el mayor enriquecimiento de sus accionistas y contando con el visto bueno de ciertas democracias occidentales- la fabricación de genéricos baratos con los que los muchos millones de africanos afectados por el sida, la tuberculosis o la malaria podrían combatir sus enfermedades.

-Me gusta mucho el personaje de Justin, precisamente por ese proceso que experimenta en el descubrimiento de la verdad, de la conspiración criminal en la que están involucrados sus propios amigos, sus superiores, el Gobierno de su país. Yo no creo que sea un hombre débil; tiene una fuerza tranquila (quiet strenght). No elude las cosas, pero no le gusta encararlas de frente, sobre todo si está en juego la privacidad de los demás. En ese sentido representa la cultura, tan británica, de los buenos modales (good manners). Mi madre solía decir que tener buenos modales es no pensar únicamente en uno mismo. Justin es así durante la primera mitad de la película, y yo conozco mucha gente igual que él. Encantadores y muy corteses, pero con los que te das cuenta de que no puedes nunca intimar, pues nunca hablan de sí mismos, según las normas de los buenos modales. Desde el punto de vista dramático, un personaje así es limitado, pero su desarrollo en la segunda parte le da complejidad e interés.

Ralph Fiennes tiene muy buenos modales, y va muy elegante esta mañana de verano, con un pantalón claro de lino y una intrigadora camisa violeta que por el reverso (la lleva un poco remangada) es de color tierra. Es una estrella desde hace al menos 10 años, posee un enorme talento como actor, y gusta mucho físicamente a ellos y ellas, pero -según mis sondeos privados- sobre todo a las mujeres comprendidas entre los 30 y los 55 años (lo que antes se llamaba un matinee idol; hoy se dan pocas matinés en los cines). Muchas de esas mujeres que le encuentran adorable no habrán podido oír, por culpa del doblaje, su voz, de una modulación tan profunda como delicada, pero sí han visto sus ojos, con la liquidez de una hermosa aguamarina. Sin embargo, este hombre de 42 años, elegante, guapo y de exquisitas maneras, se ha perdido más veces, hecho un guarro y un loco, en los desiertos (su conde Almasy de El paciente inglés, su Lawrence de Arabia en un telemovie de 1990), y es memorable por sus papeles de atormentado psicótico (Spider, de David Cronenberg; su creación de Heathcliff en Cumbres Borrascosas) o de demonio en La lista de Schindler y Red Dragon.

-Sí, he interpretado varios malos, y en tales casos, una vez que acepto el papel, intento comprenderlo en sus circunstancias. Pero mis preferidos son los personajes con una dimensión moral incierta, que forcejean con algún tipo de conflicto ético; yo diría que no son estrictamente malvados. Volviendo al Justin de El jardinero fiel, se trata de alguien que dentro de sus propios términos morales se considera honesto y decente, y el público de la película o el lector de la novela así lo reconoce. El terrible legado que recibe de su mujer, Tessa, le lleva a cambiar, a pasar a la acción, pero lo que me emocionó del personaje al leer el guión fue que, manteniendo su honestidad innata, aborda un compromiso activo sin convertirse en un asesino, sin llegar a ser nunca un hombre violento.

El pasado mes de junio, Ralph Fiennes dio otra imagen suya al público de Madrid, que abarrotó hasta el gallinero las nueve representaciones del Julio César de Shakespeare en el teatro Español. Dirigido por la siempre estimulante Deborah Warner y al lado de algunos de los pesos pesados de la actual escuela shakespeariana, Fiennes irradiaba en escena con más nitidez y brío que nadie, componiendo un Marco Antonio espinoso en su primera aparición casi en plan hooligan, en la segunda parte transformado en un político implacable.

-El teatro es lo más apasionante que hay. Anoche mismo estuve en la ópera, que también es teatro, y una vez más sentí su efecto incomparable. Lo curioso es que al principio de mi carrera, trabajando yo de actor de teatro básicamente, no siempre disfrutaba haciéndolo, y tenía mis dudas, que a medida que me he hecho mayor han desaparecido. Me encanta el teatro, como actor y también como espectador: amo lo que el teatro produce en un grupo de personas, el público, reunidas en una sala. Cuando una función teatral funciona, hay una temperatura especial. Anoche la sentimos todos viendo ese montaje, moderno y muy ingenioso, de la ópera de Haendel Julio César [sonríe]…, sí, otro Julio César… Mientras avanzaba la obra y los intérpretes, que eran excelentes, cantaban, yo iba notando maravillado cómo subía la temperatura… ¿No es asombroso que una ópera que tiene, no sé, 250 o 300 años de antigüedad, produzca esa temperatura en la gente de hoy? Había allí una reinvención de algo del pasado que seguía atrayendo igual que en el siglo XVIII. Claro que el teatro es lo más difícil, y a veces el tiro sale por la culata… Para mí, el teatro tiene algo especial. Nunca olvido las obras que he visto en los escenarios, siempre conservo un recuerdo, aunque sea impreciso, algo que con el cine no me pasa: pocas películas permanecen. Del teatro recuerdo incluso las funciones malas o regulares; quizá tiene que ver con el hecho de que allí, en esas dos o tres horas, transcurre, simultáneamente al de los actores, un tiempo real de tu vida.

Lo explica muy bien Ralph Fiennes, pero ya que ha hablado de temperaturas, yo muestro curiosidad respecto a eso que los meros aficionados nunca acabamos de entender en el misterio del teatro: ¿sienten la misma fiebre los intérpretes?

-Bueno, cuando un actor está ofreciendo algo realmente especial en una función, él puede sentir esa carga de energía, lo cual no quiere decir que el público la perciba del mismo modo. No hay que olvidar, además, que como actor has de ser un sirviente tanto de la obra como del público. Muy misterioso, en efecto. Anoche, en la ópera, sucedió algo curioso. El papel de Cleopatra lo interpretaba una soprano de 24 años, no muy conocida, formada también como bailarina, que cantaba maravillosamente esas difíciles arias de coloratura a la vez que danzaba, ya que el montaje tenía un lado camp, muy divertido. Al acabar fuimos a saludarla al camerino; no era una chica muy atractiva, estaba cansada y nerviosa, conozco muy bien esa sensación, yo la felicité, y ella me preguntó lo de siempre: "¿Te ha gustado?", "¿qué estás preparando ahora?". Noté que estaba deseando salir del teatro e irse con sus amigos a tomar algo; había hecho ya su espectáculo, se sentía rota y era la cosa más lógica. También he pasado muchas veces por ese estado. Lo curioso es que mientras ella se iba a toda prisa, con ganas de olvidar y reponerse, yo salí del teatro llevando todas las emociones y sentimientos que ella me había producido con su interpretación.

Se enardece Ralph Fiennes hablando del teatro, y cita unos versos de William Blake: "El que se guarda para sí un gozo destruye el vuelo de la vida". Cuando el ser humano, y en este caso el actor, olvida su reserva y deja volar a los otros, "vivirá el alba de la eternidad". Así concibe Fiennes el rol de los actores, también muy consciente, e insiste en ello, de que las emociones no se fabrican: fluyen. Él ha sido una fuente de muchas interpretando Hamlet, Ricardo II, Coriolano, además de otras piezas de Chejov, Ibsen y Turgenev, y quiere seguir dejándolas brotar.

-La próxima temporada estrenaré una obra de Brian Friel en Nueva York, y tal vez después vengamos a Londres. Dependerá de las críticas… ¿Más shakespeares? ¡Pues claro! Me gustaría volver a hacer el Coriolano, el Leontes del Cuento de invierno, el rey escocés (ningún actor británico pronuncia fuera de las tablas el nombre de Macbeth, que es gafe), y, cuando me haga mayor, el Rey Lear, eso me gustaría mucho.

En 1995, Fiennes, que estaba casado, conoció, mientras ensayaba el Hamlet que dirigía Jonathan Kent (y por el que ganó un Tony al mejor actor), a Francesca Annis, intérprete del personaje de Gertrudis. Conocida en los años sesenta como sex symbol en películas tanto británicas como norteamericanas de pretendido pero nada fehaciente glamour, la Annis tuvo su primer gran desafío interpretando a la, digamos, reina escocesa en el Macbeth de Polanski, que es de 1971, momento en que Ralph era un niño de ocho años. No divulgo ningún secreto de alcoba: en los ensayos, el príncipe se enamoró de su madre, la reina Gertrudis, y desde entonces forman una conocida pareja ajena a los chismes y a la diferencia de casi 20 años de edad. De eso, naturalmente, no hablamos en el Dorchester, pero sí del peculiar núcleo familiar, muy matriarcal, de los Fiennes: una madre novelista, un padre fotógrafo y seis hijos de los cuales cinco siguen carreras artísticas: Martha es directora de cine; Magnus, músico; Sophie, productora, y Joseph, un actor también muy conocido y apreciado. Ralph es el mayor.

-Bueno, cuando vivíamos todos juntos en familia no nos sentíamos aún especiales. [Risas]. Éramos sólo un puñado de gente con necesidades, medios e intereses diferentes. Ahora, por la notoriedad que yo y mi hermano Joseph, y también Martha, hemos alcanzado, nos han puesto esa etiqueta de "familia artística", que no me gusta. Mi madre fue muy importante para todos nosotros. Algunos padres se ponen nerviosos ante la idea de que sus hijos se hagan actores o pintores. Los míos no. "Si eso es lo que prefieres hacer, yo te ayudaré", decía siempre mi madre, "pero has de hacerlo con cada fibra de tu ser". Nunca nos impuso ni nos prohibió nada. "No me importa que no vayas a la universidad y que, si eso te gusta, trabajes de batería o en una granja. Pero siempre que lo hagas en serio, con entrega". Lo que quería es que sus hijos no fuesen unos diletantes.

La película 'El jardinero fiel' se estrena en España el 4 de noviembre.

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