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Columna
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La vendimia

Faltan pocos días para que empiece la vendimia, por cierto los más importantes y trascendentales. Son momentos de prisas, nervios, inquietudes, todo en manos de la naturaleza. Para el aficionado al mundo del vino se trata de una época bonita para el paseo por las bodegas y los campos de viñedo, abarrotados de tractores inmersos en su quehacer.

Época de mirar, ver y analizar. Todo lo que nos cuentan durante el resto del año se cuece en estos días. La selección del fruto en la viña y en la bodega, nuestras visitas a las bodegas darán fe y credibilidad a tanta y tanta literatura. Oiremos el mosto cocer en los depósitos de fermentación, a veces depósitos grandes y otras pequeños, y nuestra mente sin querer hará un símil con la cocina.

Estamos perdiendo la cocina casera, la del puchero diario de nuestra madre que cocinaba lenta y sin prisas, durante toda la mañana, con los ingredientes justos para el día. En cambio, nos invade la cocina prefabricada, elaborada en grandes cantidades con el único mérito de cumplir con todos los requisitos sanitarios. Cocina y comida fría e impersonal. Eso mismo se puede trasladar al vino, pues qué es éste más que una cocción a temperatura controlada de las uvas con todo su mosto y hollejos, obteniendo como resultante un caldo llamado vino.

Así que cada cual elija el puchero que quiere tomar cada día, los elaborados en grandes cantidades o los pequeños pucheros de la amatxu.

Si en bodega nos encontramos con la diferencia entre los depósitos de fermentación, en el campo, el trabajo en torno a la vendimia abarca desde quienes hacen su recolección con grandes tractores, con el consiguiente deterioro de la uva, hasta los que vendimian en cajas pequeñas con mimo y cuidado de los racimos para que lleguen sanos y enteros a la despalilladora. Lo más novedoso y cuidadoso que nos encontramos últimamente, aunque bien es verdad que de manos de muy poquitos elaboradores, es desgranar los racimos grano a grano y a mano. Desde luego, una labor de chinos que, queramos o no, repercutirá en el precio final.

Estas técnicas de trabajo son las que tendremos en cuenta a la hora de pagar un vino, y no la etiqueta de vinos de calidad. A todo mosto que se encuentre en el mercado se le supone la calidad, si es que no tiene defectos, cosa difícil de encontrar en estos días. Así, lo que cuenta es la diferenciación, el mimo, el cuidado artesanal del producto y, como resultado, la escasa producción.

La locura de los años pasados, en los que todo el mundo sacaba vinos caros al mercado sin conocer para nada su procedencia ni su elaboración, empieza a pasar factura: almacenes llenos y tiendas en las que la rotación se la llevan los vinos baratos o los de marcas muy consolidadas en el mercado a través de los años. Tal ha sido el aluvión de vinos y marcas que, salvo estos pequeños artesanos, todo el mercado ha vuelto a refugiarse en los clásicos.

Como tampoco queremos ser tremendistas, no nos olvidemos de que la calidad y el placer en el mundo del vino no tiene vara de rey para medir. Por lo tanto, cada persona disfrutará con sus marcas más familiares o próximas, porque si el libro de los vinos de calidad es una hoja en blanco, también hay que ser muy respetuosos con las fuentes de placer de cada individuo. Sin embargo, puestos a elegir haremos como el clero cuando les faltaba vino para sus celebraciones: mejor que diluir poco mosto con agua para alargar las celebraciones es preferible celebrar menos misas y con cuidado que el monaguillo o el cuñado de turno no nos merme la bodega propia.

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