Fatiga de Estatuto
He tomado una decisión inevitable: no seguir interesándome por las disputas cotidianas de nuestros políticos sobre el nuevo Estatuto de Cataluña. No puedo seguir gastando una hora diaria en enterarme de lo que se le ha ocurrido el día anterior a cada uno de ellos y en intentar entender las motivaciones que están detrás de sus declaraciones y conductas. El tiempo es escaso, y otros intereses y problemas se ven relegados por mi vano intento de seguir y comprender unas disputas de familia que llevan camino de convertirse en una especie de Gran Hermano político a la catalana. Es una actividad agotadora, crecientemente inútil, generadora de melancolía y frustración. Como le sucede a los materiales, que se fatigan cuando están sometidos a una actividad repetitiva, a mi sentido de la responsabilidad ciudadana le ha entrado fatiga de Estatuto. Y si percibo bien la realidad, a muchas otras personas les sucede lo mismo.
Esto no significa que no nos interesen los asuntos públicos catalanes. Lo que nos ha dejado de interesar son las ocurrencias cotidianas que les vienen a la cabeza a nuestros representantes políticos al levantarse cada mañana. Porque, en realidad, en muchos casos, se trata de eso, de ocurrencias, más que de ideas pensadas con reposo, sopesando su eficacia social y económica y su viabilidad política. Un día te desayunas con lo de los derechos históricos, otro con lo de los blindajes, el siguiente con lo del concierto a la vasca, y así diariamente. Y, mientras tanto, los problemas cotidianos de los ciudadanos, de la economía y de las empresas continúan ahí esperando y agravándose.
¿Qué pasa en Cataluña? ¿Ha perdido la nueva generación de líderes y responsables catalanes la cordura y el seny? Son preguntas que muchos nos hacemos y que en los últimos meses también he oído en muchos lugares de España. He intentado comprender la racionalidad política de este tira y afloja y, en algunas ocasiones, he intentado explicar fuera de Cataluña el sentido de la reforma estatutaria y hasta justificar algunos de sus aparentes excesos. Pero noto que esos argumentos van perdiendo consistencia.
Era de prever que la puesta en marcha de la reforma del Estatuto generase excesos y ruido. Agotado el largo y carismático liderazgo político de Jordi Pujol, y después de unas elecciones que acabaron con la hegemonía de más de 20 años del nacionalismo, los nuevos líderes de los diferentes partidos necesitaban desarrollar un proceso de experimentación para conocer los límites jurídicos y constitucionales de sus propuestas. Era también previsible que ese proceso de experimentación fuese acompañado de ciertos excesos, porque éstos forman parte del mecanismo de prueba y error que caracteriza todo proceso de experimentación y de innovación de política.
De hecho, para que el nuevo Estatuto arraigue social y políticamente debe introducir algunos cambios que vayan más allá de una interpretación restrictiva o convencional del actual marco legal y constitucional. Por ejemplo, es necesario que se pueda demostrar que el nuevo Estatuto permite una cierta afirmación de los intereses nacionales frente a la posible injerencia de los poderes centrales; que consigue un mayor margen para organización los asuntos internos; o que posibilita llevar a cabo algunas políticas orientadas a lograr una mayor justicia social y la modernización económica (las reformas sociales y económicas de las que habla Pasqual Maragall).
Como he dicho, esos excesos iniciales forman parte del proceso de aprendizaje político inherente al cambio de piel que se ha producido en Cataluña en la última década y que se ha manifestado en las últimas elecciones autonómicas. Pero a estas alturas tengo la impresión que la experimentación catalana ha rebasado todos los límites del posibilismo político para adentrarse por la senda del vértigo y el precipicio.
¿Por qué se ha llegado a este punto? ¿Qué pasa en Cataluña? ¿Por qué se está tensando tanto la cuerda como para provocar que no haya Estatuto o que, en el caso de que lo haya, sea rechazado en Madrid, o reformado de tal forma que después sea inaceptable en Cataluña? Una hipótesis manejada por algunos políticos y analistas apunta a la debilidad del liderazgo desarrollado por el presidente Maragall. Pero no creo que esta sea la causa de fondo.
Se puede formular una proposición con cierta pretensión de validez general. En un entorno político en el que existan fuerzas nacionalistas y no nacionalistas y en las que las primeras sean mayoritarias, aunque sea en términos relativos, cualquier reforma estatutaria llevada a cabo por un gobierno de izquierdas no nacionalista no será fácilmente aceptada por nacionalistas y soberanistas. No es una cuestión de personas, sino que responde al hecho de que, en la medida en que el Estatuto se ve como la "Constitución nacional", los nacionalistas siempre pensarán que su elaboración les corresponde a ellos y no a aquellos que no se manifiestan como tales.
De esta proposición se puede extraer una consecuencia lógica que nos ayuda a comprender la actual situación de bloqueo del Estatuto. Mientras que en un entorno político convencional los políticos tienden a desarrollar la habilidad de formular propuestas viables que sean capaces de ganar apoyo electoral, en un entorno como el catalán los políticos nacionalistas y soberanistas se ven impulsados a proponer soluciones inviables, que, sin embargo, sean capaces de ganar apoyo electoral. Sólo el miedo al vacío y a la propia marginación política pueden convencer a los líderes nacionalistas de las ventajas del posibilismo reformista.
¿Y entonces qué? Después del informe del Consejo Consultivo hay que dar por acabado el proceso de experimentación. Cada uno ha podido aprender cuáles son los límites constitucionales a la reforma y conoce que todo Estatuto que busque un resultado aceptable por todos, tanto aquí como en Madrid, debe avanzar a lo largo de un camino bastante estrecho. A partir de ahora se impondrá la fatiga y el cansancio social. Los costes sociales se irán haciendo mayores que los beneficios políticos de continuar con el tira y afloja. No habría que temer a la frustración social derivada de la posible no aprobación del Estatuto. Ya está descontada. Hay vida con o sin nuevo Estatuto, especialmente si mejora la financiación. Lo importante ahora es afrontar los problemas reales que afectan a los ciudadanos y a la economía catalana.
Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.
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