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Un poco de utopía en un mar de cinismo

La Alianza de Civilizaciones propuesta por el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en su discurso pronunciado en Naciones Unidas el pasado año ha hecho correr ríos de tinta. Los denuestos y acusaciones de angelismo por quienes arrastraron a España a una guerra ilegal contra la voluntad popular y cuyos resultados catastróficos se precisan con mayor claridad al hilo de los días, no pueden sorprendernos. Estamos habituados a ello. El alineamiento servil del anterior jefe de Gobierno al unilateralismo de Bush; su peculiar visión histórica, que enlaza el ataque del 11-S con la invasión "mora" de una España aún inexistente en el siglo VIII; su menosprecio visceral a nuestros vecinos del sur, configuran una concepción del mundo en la que la diversidad de culturas se reduce a una lucha simplista entre terrorismo y democracia. La infinita complejidad de lo real se disuelve en un dilema tajante: el Bien o el Mal. El debate político se transmuta en una disputa teológica: el dios proamericano de Bush contra el dios vengativo de Bin Laden. Entre políticos puede llegarse a un acuerdo; entre teómanos, no.

La actual confrontación religiosa y patriótica entre los neoconservadores radicales de la Casa Blanca -insensibles incluso a los sufrimientos de su propio pueblo, como lo ha probado de forma palmaria la tragedia del devastador huracán en Nueva Orleans- y el terrorismo islamista -que justifica la muerte de los niños con el inapelable argumento de que se les envía directamente al cielo-, alimenta el nuevo modelo de guerra asimétrica, sin límites espaciales ni final previsible, que nos afecta a todos. Los monstruosos atentados de Nueva York, Madrid y Londres muestran la vulnerabilidad de la población civil indefensa, rehén de los rencores y odios provocados por guerras, abusos y crímenes cometidos en países lejanos y en los que no ha tenido arte ni parte. Los 192 muertos de Madrid, por los de las decenas de miles de Irak; los de Londres, por los de Palestina; los de Manhattan, por la política imperial estadounidense al servicio de sus intereses económicos y estratégicos en el mundo arabomusulmán. La retórica belicista aviva el delirio terrorista, y viceversa. Pocos, muy pocos estadistas ofrecen políticas alternativas a esta teomanía y afán de poder que excusan guerras preventivas, atentados suicidas contra civiles, asesinatos selectivos y un largo etcétera. Mi experiencia de los conflictos de los que he sido testigo en Sarajevo, Argelia, Palestina y Chechenia me hacen ver las cosas no desde la atalaya de las cumbres diplomáticas o estatales, sino del de las tierras bajas y anegadas de quienes sufren el salvajismo en su carne. Sólo el examen riguroso de las causas de la violencia podrá acabar un día con ella. Las medidas de autoprotección son necesarias, pero no bastan. Los inductores y ejecutores de actos terroristas abarcan categorías muy distintas, se revisten de justificaciones dispares, actúan en nombre de Estados "bribones" o supuestamente respetables, proceden de todas las clases de la sociedad. Internet los disemina y los vuelve indetectables. Lo que acaeció en Bosnia, y acaece aún en Palestina, Chechenia e Irak, aviva las ansias de desquite de unos pueblos ofendidos por el maniqueísmo del nuevo orden mundial y la tiranía de sus propios gobiernos.

¿Nos hallamos atrapados en un barrizal como el Ejército estadounidense en Irak? Pienso que no. Los distintos componentes sociales y religiosos de nuestro planeta minúsculo no están condenados a luchar para siempre. La convivencia es posible y será el resultado de un largo esfuerzo. Por eso, un proyecto como el expuesto por Rodríguez Zapatero, copatrocinado ahora por Kofi Annan y el primer ministro turco, Recip Erdogan, debe ser tomado muy en serio y merece el aplauso. Yo no creo en los ángeles -¡ni siquiera en los arcángeles!- y no veo en él rasgo seráfico alguno. La generosidad y amplitud de miras no son extraterrestres. Forman parte del ser humano paralelamente al odio, prepotencia y afán depredador. Preferir las primeras a los segundos es apostar por nuestra parte más noble frente a la obcecación implacable y el menosprecio al débil. Las minorías privilegiadas que trazan el rumbo de nuestras vidas excluyen de sus planes a su propia población y con mayor razón a la de los países y continentes de escaso interés energético y militar. Recortan los impuestos de su gente y las ayudas destinadas a las víctimas del hambre y la enfermedad. ¿Podemos seguir comulgando con anchas tragaderas con lo de "progreso sostenible" cuando sabemos que es falso y que ocultamos la cabeza bajo el ala como los avestruces? El cambio climático y el saqueo feroz del planeta conciernen a la humanidad entera, aunque el núcleo dirigente de la única superpotencia -imitada servilmente por Putin y sus secuaces- mire a otro lado. Su política de après nous, le déluge yerra en la percepción del tiempo. El desastre provocado por el Katrina, y su incapacidad para preverlo, se ha adelantado a su reloj: el diluvio les ha pillado ya en vida.

La Alianza de Civilizaciones, formulada como un programa político de largo alcance, debe precisarse y responder a los interrogantes que plantea. Concebida como respuesta al choque anunciado por Huntington, abarca quizás un campo semántico demasiado vasto. Más allá del consabido Diálogo de Civilizaciones, yo le preferiría el de Armonía, esto es, el de relación entre comunidades humanas que configuran una civilización en marcha. Armonizar lo diverso es más que dialogar y menos que aliarse contra un enemigo, llámese pobreza, desigualdad o terrorismo: implica un acercamiento gradual de posiciones e intereses sobre estos temas, una empatía correspondiente a la conciencia de que navegamos en el mismo barco y vivimos la misma aventura. El orbe cristiano europeo y el musulmán han chocado a lo largo de su historia y han dialogado con escasos frutos. No obstante, nada les predestina a prolongar tal situación. De lo que se trata es de coordinar sus puntos de vista en el marco de nuestra civilización global. La locura suicida de unos centenares de fanáticos erigidos en portavoces de la divinidad, debe encontrar una respuesta defensiva, enérgica y justa, conforme al respeto de los derechos humanos avalados en la Carta de Naciones Unidas. Dicha política no será posible sin la colaboración de los gobiernos del mundo islámico y sin una actuación convincente -económica, diplomática y cultural- de cara a la opinión pública que se extiende de Marruecos a Pakistán justamente soliviantada contra la colonización ilegal de las tierras palestinas y la concienzuda siembra, no de vientos, sino de tempestades, en el desdichado Irak.

Decía antes que no hay civilizaciones, sino una civilización con distintas variantes y, para pesar en el conjunto de la misma, los países musulmanes han de democratizarse y salir de su atolladero: del subdesarrollo humano, teocracia abusiva, discriminación de la mujer. Esto exige un examen crítico de las razones de su atraso e inmovilismo social. Sin dicho esfuerzo, la Alianza propuesta carecería de sentido.

La violencia genera más violencia. La guerra, más guerra, y esa espiral, en el contexto de una irresponsable proliferación nuclear, amenaza a la totalidad del planeta. Cobrar conciencia de ello, saber que todos podemos ser el blanco que atentados suicidas o de bombas de efectos devastadores nos ayudaría a armonizar nuestros puntos de vista. La propuesta de Rodríguez Zapatero no es ingenua por el hecho de ser idealista. Para conseguir lo posible, hay que luchar por ello cuando todavía no lo es. Las sociedades han avanzado gracias a la pequeña dosis de utopía que nos transformó poco a poco en lo que hoy somos: la eliminación de la esclavitud parecía utópica hace dos siglos; la igualdad de la mujer, hace solamente 100 años. La posibilidad de entenderse y suavizar las brutales diferencias políticas, económicas y culturales existentes en 2005 se concretará algún día si comenzamos a planteárnosla desde ahora.

Juan Goytisolo es escritor.

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