Bush recurre al 11-S para salir a flote
Perplejidad y condena de los estadounidenses ante el fracaso colectivo de la respuesta a la catástrofe
George W. Bush, en mínimos históricos desde que llegó a la Casa Blanca, en enero de 2001, lucha para recuperar la agilidad y la visión que le faltaron en la primera fase de la catástrofe. Con una opinión pública hostil y avergonzada de lo ocurrido, con grietas tan grandes como las de los diques de Nueva Orleans en su partido y con una oposición demócrata crecida, el presidente recurrió ayer al 11-S. De aquella jornada, de la que hoy se cumplen cuatro años, se recuerda, dijo, "el miedo, la incertidumbre y la confusión", pero, sobre todo, "la voluntad del país para defender nuestra libertad, reconstruir una ciudad herida y atender a las víctimas".
Retórica aparte, Bush puede tener razón en un sentido: el 11-S cambió a EE UU; Katrina también lo está haciendo, pero no está aún claro en qué dirección. En todo caso, la reconstrucción de lo que pasó ofrece un panorama de fracaso general de responsabilidades: del alcalde de Nueva Orleans y de la gobernadora de Luisiana, en alguna medida culpables de la indecisión y el caos, pero también del organismo que coordina las crisis (FEMA), del monstruo burocrático llamado Seguridad Nacional creado tras el 11-S y, desde luego, de la Casa Blanca. Bush y sus asesores podrán hablar de problemas de comunicación, pero eso es un agravante.
La percepción de indiferencia de Bush y su Gobierno está basada en hechos: la alegre visita presidencial a la base de San Diego el martes 30, cuando Nueva Orleans estaba bajo las aguas; el arrogante sobrevuelo de la zona el miércoles, en el Air Force One; las vacaciones no interrumpidas del vicepresidente en Wyoming, y la desafortunada excursión de Condoleezza Rice a Nueva York, de compras y en el musical Spamalot de Broadway.
Una prueba no superada
Lo grave no es tanto el redescubrimiento de la desigualdad racial o económica o la cuestión de los recursos absorbidos por la guerra de Irak, con la importancia que puedan tener. Lo que la crisis demuestra es que se ha aprendido poco: "Hemos pasado nuestra primera prueba después del 11-S y hemos fracasado miserablemente", en palabras a la CNN del ex congresista demócrata Tim Roemer. Además, hace cuatro años, la reacción, de estupor primero e indignación después, se dio ante algo que vino de fuera. Ahora no ocurre así, y hay vergüenza en la reflexión. En un país acostumbrado a una naturaleza formidable, a nadie le extraña un huracán devastador, sino la desarticulación de un sistema de responsabilidades, y el precio pagado por ello por los más vulnerables.
Y la crisis llega después de los escándalos de Enron y Worldcom, del papel de los servicios de inteligencia en el 11-S e Irak, de las imágenes de Abu Ghraib... "Cada fracaso institucional y cada signo de impotencia es un golpe a la moral nacional", escribe David Brooks en The New York Times, y aunque EE UU se encuentra en mucha mejor situación que entonces, añade, "esto se está empezando a parecer un poco a los años 70, otra década en la que la gente perdió la fe en las instituciones y la confianza en el futuro". El 65%, según un sondeo de Ipsos, cree que el país va por el mal camino.
¿Qué pasó desde que se pronosticó la emergencia hasta que Bush reaccionó? Ésta es una síntesis de los 10 días que estremecen la conciencia de los norteamericanos:
- Jueves, 25 de agosto: Katrina pasa de tormenta tropical a huracán de fuerza 1. Se predice "grave peligro para la zona del Golfo en los 3 próximos días".
- Viernes, 26: Katrina "avanzará sobre la corriente cálida del Golfo", lo cual "será como arrojar gasolina de alto octanaje al fuego", dice el pronóstico.
- Sábado, 27: Katrina tiene ya categoría 3. Los habitantes de Nueva Orleans empiezan a reforzar sus casas y a salir de la ciudad.
- Domingo, 28: Katrina salta a la categoría 5, la máxima. Pronósticos de inundaciones en Nueva Orleans; el alcalde aconseja la evacuación. Bush, en Tejas, amplía la emergencia a cuatro Estados. FEMA envía agua y comida a refugios en los Estados vecinos.
- Lunes, 29: Katrina aterriza como tormenta tropical. La gobernadora y el jefe del FEMA se felicitan -con increíbles frases que ahora lamentarán- por haber superado la amenaza. Esa noche, la crecida del agua abre dos grietas en los diques que separarán la ciudad del lago Pontchartrain.
- Martes, 30: El 80% de Nueva Orleans, bajo el agua. Hay miles de personas refugiadas en muy malas condiciones. Primeros saqueos. Bush visita San Diego.
- Miércoles, 31: Bush sobrevuela la zona (y pierde una gran oportunidad para poner los pies en la realidad). Se abre otra brecha en el dique. Debates sin fin entre el poder local, el del Estado y el federal.
- Jueves, 1 de septiembre: Caos en Nueva Orleans. Pésimas condiciones de los refugiados y saqueo de tiendas porque la policía se dedica al rescate. El presidente se entera por un despacho de prensa; horas antes, había sido informado por Michael Chertoff, responsable de Seguridad Nacional. Bush se enfurece con sus ayudantes, revela The New York Times.
- Viernes, 2: Bush va a la zona. Llegan soldados de la Guardia Nacional a Nueva Orleans y la ayuda para los miles que llevan tres días de encierro. Se evoca la posibilidad de que haya "miles de muertos".
- Sábado, 3: El presidente anuncia el envío de tropas de combate y admite que es "inaceptable" la lentitud en la ayuda. Un puente aéreo saca a los encerrados. Bush prepara su segundo viaje.
El terrorismo y la furia del agua y del viento
Ansioso por contrarrestar el estado de ánimo creado por Katrina y los malos sondeos en los que se refleja su respuesta a la crisis, "lenta, tardía y, simplemente, desconectada de la urgencia y la magnitud del desastre", en palabras del periodista neoconservador Charles Krauthammer, Bush habla cada día.
Ayer aprovechó su mensaje radiofónico semanal para equiparar el 11-S a la catástrofe: "Hoy, EE UU se enfrenta a otro desastre que ha causado destrucción y pérdida de vidas. Esta vez la devastación no procede de malvados sujetos, sino de la furia del agua y del viento". Queriendo recuperar la imagen de líder seguro y optimista, prometió: "América superará esta terrible prueba y por ello será más fuerte". Pero la energía que, salvados los primeros instantes, demostró aquel Bush que empuñaba un megáfono, abrazado a un bombero, sobre los escombros de Nueva York, ha desaparecido ahora. El presidente desaprovechó el viernes una excelente oportunidad de ejercer autoridad. El férreo sentido de lealtad mal entendida le llevó a un despido encubierto que pone al incompetente pero fiel Michael Brown, jefe de la FEMA, a la cabeza de la lista de bajas políticas. La decisión, sin embargo, no ayuda a Bush a recuperar terreno en el liderazgo, la credibilidad y la confianza.
Ayudados por una gran información y unos columnistas que, colores políticos aparte, han machacado a la Casa Blanca, los estadounidenses rebajan el índice de aprobación de Bush; el de ayer de Ipsos para AP era del 39%. Al humor nacional no le ayuda que la gasolina haya aumentado un 25%, y siete de cada diez protestan, desacostumbrados, contra esa derivada.
En Nueva Orleans, la esperanza de que los muertos se cuenten por cientos, y no por miles, coincide con el descenso de las aguas. Al acecho, la preocupación por la contaminación y por el impacto en la economía: sólo el gasto de la ayuda urgente, según cálculos periodísticos, ha pasado de 500 a 1.000 millones de dólares diarios.
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