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Tribuna:
Tribuna
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Cruzada

De un tiempo a esta parte me interrogo por las razones que mueven a nuestra derecha -en las personas de sus más conspicuos representantes presentes y pasados- a criticar de manera tan ramplona la propuesta lanzada por el presidente del Gobierno va a hacer pronto un año. Digo ramplona porque tal es la pobreza intelectual y la parvedad argumental desde las que pretenden descalificar la Alianza de Civilizaciones. Y también me pregunto si el vuelo rasante que es el suyo obedece a que sobre sus cortas alas pesa el solo despecho o si es una ideología sesgada, miope y maniquea lo que les impide remontar el vuelo de la razón.

Se suma a esta actitud una caterva de comentaristas y pseudohistoriadores. Con raras excepciones, sus análisis -siempre displicentes, faltaría más- carecen del mínimo rigor. Sus críticas, siempre feroces, casi siempre son ad hóminem. Nunca aportan soluciones. Tampoco alternativas. Lo peor, su mala intención. Su insidiosa intoxicación. Atribuyen a la Alianza de Civilizaciones una supuesta voluntad de apaciguamiento. Aprovechan, incluso, el respaldo público que le ha dado Tony Blair, que banalizan doblemente escocidos, para remontarse a Neville Chamberlain, con cuya actitud de debilidad y de entreguismo identifican a José Luis Rodríguez Zapatero. La iniciativa del presidente del Gobierno no sería más, según ellos, que un humillante ejercicio de claudicación ante la amenaza terrorista, aquí y fuera de aquí.Sólo la mala fe, la ignorancia o el miedo, que es aún peor consejero, pueden llevar a algunos a concluir, sin más, que la Alianza de Civilizaciones es una vía de vergonzante acomodación con cualquier forma de radicalismo, de intolerancia o de fanatismo suicida, siendo así que son éstos los males que combate y quiere erradicar. Males, además, a la vista está, que no sólo nos atañen a nosotros. Nadie va a bajar la guardia en España. Es más, por algo habrán acabado respaldando activamente esta idea quienes siempre han alardeado de pragmatismo. Y lo que desde luego sí hará este proyecto colectivo es ir más allá de la burda e insidiosa simplificación que encierra el eslogan "El islam contra España". Porque, aunque tan sólo fuera por ello, lo tenemos en casa; al islam español, uno de los diversos credos que aquí se practican.

Para combatir al terrorismo islamista es precisa una movilización masiva de la comunidad internacional. Poner en marcha una gran coalición de voluntades, y no sólo de las fuerzas del orden, de cuantos rechazan el radicalismo, todos los fanatismos, que son los que generan la intolerancia, y apostar por la moderación, por el diálogo, por la comprensión y el respeto del "otro", sin por ello ceder un ápice de terreno en lo irrenunciable. Como lo que nos amenaza es irracional -como toda religión lo es-, nos enfrentamos a un reto que no es cuantificable ni fácilmente identificable. Únicamente una movilización global podrá plantar cara a la amenaza global que es el terrorismo, que saca además partido del clima de sospecha e incomunicación que ha ido tomando cuerpo en particular entre los mundos occidental e islámico. Y como es una perversión de las mentes, contra él habrá que luchar también con armas más sutiles que la sola represión policial, por decisiva que en último término ésta sea.

También menosprecian los críticos de la Alianza de Civilizaciones a las Naciones Unidas. Y no lo hacen únicamente porque su secretario general haya hecho suya formalmente esta iniciativa. Ya lo hacían antes. Siguen pautas de un pasado reciente, cuando en España se optaba por el unilateralismo, siquiera fuese para poder dormir tranquilos creyendo así que alguien nos guardaba las espaldas. Temen quedarse sin el cielo protector.

La Alianza de Civilizaciones es ciertamente tributaria de las Naciones Unidas. De ahí que, en buena medida, su virtualidad esté también vinculada a la reforma de esta organización. A nadie se le escapa. De aquí el interés en que su anunciada reforma sea un éxito. Cuanto más vigorosas sean las Naciones Unidas, más fuerte será el impulso que cobre la Alianza de Civilizaciones. No cabe esperar que los pueblos y los gobiernos llamados a introducir reformas en su seno las lleven adelante si, paralelamente, la comunidad internacional no pone los remedios necesarios para renovarse y democratizarse. También en este punto Occidente deberá asumir colectivamente sus responsabilidades. Hace poco más de un siglo, Europa colonizó buena parte del planeta pretextando que con ella llegaba la civilización. No vaya a ser que ahora, ante el desolador panorama que ofrece la presente situación internacional, el llamado mundo desarrollado deje de nuevo sin atender las demandas de lo que, no sin arrogancia, llamamos el Tercero y, por qué no, el Cuarto Mundo.

En la parte que nos toca en este drama, lo más preocupante es cuanto se oculta bajo determinadas posturas ideológicas que prosperan en nuestro país, alimentan el recelo en la sociedad y alientan el extremismo. Un nuevo espíritu de Cruzada, siempre soterrado en el lado más oscuro de nuestro subconsciente colectivo, con el que de nuevo se quiere hacer frente a la yihad, entrando así de lleno en su taimada estrategia. Si bien no ha llegado aún el momento de proponer una segunda edición de la expulsión de los moriscos, se atisban sus primeros indicios en la beligerancia con la que algunos reclaman la elaboración de listados de musulmanes radicados en España o, sin más contemplaciones, tachan de enemigo a un país vecino por el hecho de comulgar en una creencia distinta. Asoma ya por algún lado el espectro de los años treinta del pasado siglo, pero no precisamente por la complacencia mostrada por el entonces premier británico ante el hecho consumado del Anschluss.

Entretanto, el secretario general de las Naciones Unidas acaba de dar un nuevo paso adelante en su compromiso personal e institucional con la iniciativa que copatrocinan los primeros ministros español y turco con la designación de ese puñado de personalidades eminentes que integran el Grupo de Alto Nivel, cuya primera reunión formal tendrá lugar en noviembre próximo en España. Se cubre así otra etapa en el recorrido previsto de la Alianza de Civilizaciones.

Máximo Cajal es embajador de España.

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