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Columna
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Curso con lío garantizado

Todo el mundo afila sus armas para el curso político que acaba de empezar y nadie, ni de lejos, se atreve a pronosticar cómo puede concluir.

Mariano Rajoy ha pasado dos días encerrado con los suyos preparando una ofensiva que, según él, debe prever los problemas del país de aquí a 20 años. Mientras tanto, este fin de semana el Comité Federal del PSOE intentará cohonestar posiciones políticas tan encontradas que darían para articular al menos cuatro partidos diferentes. Luego, el lunes, Rodríguez Zapatero y Rajoy intercambiarán puntos de vista pero no modificarán unas posturas que parecen enquistadas. Al día siguiente asomará ya la punta del Estatut valenciano, al ordenar Mesa y Junta de Portavoces del Congreso el próximo debate sobre el tema. Más tarde tendrá lugar la Conferencia de Presidentes Autonómicos, justo el mismo día de la marcha de regantes del Vinalopó. Ya es causalidad. Mientras tanto, en Euskadi, Ibarretxe sigue adelante con su prevista mesa de diálogo que incluye a la ilegalizada Batasuna, al tiempo que el PSOE busca en Madrid el apoyo parlamentario del PNV.

Como ven, estamos ante un panorama más complicado que esos nuevos pasatiempos, los sudokus, últimamente tan en boga. Pese a tanta zarabanda política, todo el mundo se halla instalado en posiciones preestablecidas, al margen de una Constitución que interpreta como le conviene. Así, cuando alguien pide algún informe o dictamen constitucional, quienes se sienten concernidos por él se rasgan las vestiduras, acusando a los promotores de semejantes consultas de provocación, boicot y hasta traición. Eso le sucedió al presidente de Las Corts, Julio de España, al encargar un informe sobre la constitucionalidad de nuestro proyecto de Estatut, como si su petición supusiese un baldón al texto aprobado por los parlamentarios valencianos. En ese toma y daca de informes contradictorios, el tripartito catalán se apoya por su parte en un Consell Consultiu hecho a su imagen y semejanza, mientras el ministro Jordi Sevilla apela a su vez a unos expertos que, lógicamente, avalan sus propios puntos de vista. Cada uno arrima, pues, el ascua a su sardina.

¿Será aprobado tal cual el borrador del Estatut valenciano? ¿Servirá de modelo, lo que de él se apruebe para otras autonomías? ¿Se enfangará en Madrid el proyecto estatutario catalán o lo hará antes de salir de Barcelona? ¿Habrá quiebra en las relaciones entre el PSC y el PSOE y hasta unas elecciones anticipadas en Cataluña? ¿Qué nuevo zigzag soberanista se sacarán de la manga Ibarretxe y sus adláteres?

Tal como se aprecia, los interrogantes se enlazan unos a otros como los eslabones de una cadena que no se sabe adónde nos lleva. Todo comenzó con un planteamiento tan modesto como plausible: la actualización de los Estatutos de autonomía y la modificación de la Constitución en cuatro detalles concretos: el derecho de la mujer en la sucesión a la Jefatura del Estado, la reforma del Senado, la adecuación a la non nata Constitución Europea y la relación nominativa de las distintas autonomías. Lo que nació con una pretensión tan sencilla corre el peligro de convertirse en un maremagno, por mucho que las pretensiones maximalistas naufraguen en la Carrera de San Jerónimo. Con la exacerbada moda nacionalista, todo eso puede convertirse en una razón más para el victimismo periférico y prolongar la indefinición del Estado per in secula seculorum. Amén.

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