Río y São Paulo, melancolía y desmesura
01 Desde el momento de aterrizar, Río de Janeiro confirma los tópicos sobre la ciudad: fútbol, favelas, violencia. Desde el avión, que rueda hacia la terminal, se ven dos porterías, en un pequeño terreno baldío entre dos pistas. ¿Instalación artística o campo de fútbol? Cualquier balón que se escape se perderá entre los trenes de aterrizaje de los aviones. La vía rápida que conduce del aeropuerto a la ciudad pasa junto al Complejo del Mare, la favela más grande de Río, con más de 100.000 habitantes, hacinados en viviendas autoconstruidas y escasas de servicios. Entre la carretera y la favela, instalaciones de la policía. Pura gesticulación. Dentro de la favela hay zonas en las que la policía no entrará nunca. "Por la noche evitamos circular por esta carretera, a menudo hay tiroteos y asaltos", me dice Victor que ha venido a buscarme. Enciendo el televisor en la habitación del hotel: "Tres personas de un equipo de cine porno han sido asesinadas en Flamengo". O sea fútbol, favelas, violencia. Difícil se pone la tarea de relativizar los clichés sobre Brasil. Los tópicos, por mucho que lo sean, siempre tienen alguna base real. Aunque a fuerza de repetirlos acaban petrificando la propia realidad e impidiendo ver que las cosas cambian.
La pregunta es siempre la misma: "¿Aguantará Lula?". Y la respuesta, también: "Hasta que un papel le comprometa"
En Brasil, todos los caminos conducen al mismo problema: la desigualdad crónica y abismal
Como museo es absurdo. No hay obra de arte capaz de resistir la fuerza del edificio de Neimeyer
02 La temperatura política ha alcanzado un nivel extremo. Junior que viene de Brasilia, pinta la capital como una ciudad de rumores y conspiraciones. Se habla de un posible impeachement al presidente Lula; de la ilegalización del PT, el partido del presidente; de que Tarso Genro que acaba de asumir la presidencia del partido para salvar la crisis podría dejarlo porque el equipo saliente le hace la vida imposible. Rumores al vaivén de las revelaciones -una llamada telefónica, un mensaje de e-mail, un correo, un documento- que cada mañana configuran la portada de los periódicos. La pregunta es siempre la misma: "¿Aguantará Lula?". Y la respuesta también: "Hasta el momento en que un papel le comprometa directamente". "El país está de luto", me dice Claudia que vino de Porto Alegre en el momento de las ilusiones y ya piensa en regresar. "La esperanza", añade "se ha ahogado en la corrupción. La ciudadanía de izquierdas está estupefacta".
03 Desde Niterroi, al otro lado de la Bahía de Guanabara, Río de Janeiro exhibe su mejor skyline. A Oscar Niemeyer le plantearon el desafío de construir un museo de arte contemporáneo destinado a hacer de primer término de la postal. Y aceptó. En realidad, Niemeyer lo acepta todo. Tiene 92 años y, en Brasil, construye más que nadie. El edificio, un platillo volante lleno de transparencias, encaja visualmente con la curva del Pan de Azúcar y armoniza excepcionalmente con el paisaje. Como museo, es absurdo. No hay obra de arte que pueda resistir la fuerza del edificio y del paisaje que entra por todas las ventanas. Niemeyer es un artista. Y deja poco espacio a los demás artistas. Quiere dejar claro que allí el único genio es él. Un genio orgánico de Estado. ¿Por qué tantos arquitectos tienen manía a Niemeyer? Sencillamente, por su posición de privilegio ante los poderes brasileños. En Brasilia no se puede construir una pared sin su permiso. Pasó la época de los poetas nacionales, de los intelectuales de la República. Con Niemeyer, Brasil inauguró una nueva era: la de los arquitectos nacionales. Niemeyer, roturador de la patria.
04 El problema de Brasil es la endogamia en las élites. Todo funciona a partir de la amistad y la relación personal. De ahí a la tolerancia con los abusos de poder hay un paso. Nadie sabe dónde están los límites. "No se puede hacer, pero todo el mundo lo hace". Ésta es la frase nacional, la oímos todos los días, me dice Marta Porto. "Mi hija va al colegio con sandalias de playa. No está permitido". Cuando se lo digo, me contesta: "Todo el mundo lo hace".
Lo llaman mensalao y podríamos traducirlo por sueldazo. Así hablan los periódicos de los sobresueldos de la corrupción. No sorprende que la izquierda sea corrupta, como lo era la derecha. Sorprende lo rápido que ha ido todo, con lo que costó alcanzar el poder. Y sorprende esta sensación general de impunidad. "Todo el mundo lo hace". Pero esta vez la ciudadanía de izquierdas no traga: no hay coartada para el desastre.
05 Yantar en el barrio de Lapa donde por la noche la gente enrollada y modernilla se mezcla con la prostitución callejera y con los que duermen en la calle. Dos cineastas se levantan a media cena. Viven en una favela. Y tienen convenida una hora de llegada con los que controlan el barrio. Después de Copacabana e Ipanema viene Leblon, la playa hacia la que se va desplazando la población más rica. Un hotel la cierra. Después empieza la colina y con ella la favela. Al otro lado del promontorio otra favela. Son días de violencia porque hay enfrentamientos entre los narcotraficantes que controlan cada una de ellas. Y tiroteos de una a otra. No faltan las granadas a la cita. Tener seguridad en las favelas significa aceptar algunas normas de los matones que las gobiernan. En el complejo del Mare también hay guerra estos días: el barrio tiene dos partes separadas por la llamada franja de Gaza. En un lado comando rojo, en el otro tercer comando. Nuestros cineastas tienen miedo a alguna bala perdida en un tiroteo entre narcos. Y, sin embargo, van a la favela afirmando que no vivirían en ningún otro lugar de Río. Una de las fuerzas -y de los problemas- de las favelas es que han mantenido vínculos del mundo rural en el mundo urbano. Los habitantes de las favelas han ido llegando por oleadas, provenientes de las mismas regiones pobres, siguiendo la llamada de los pioneros. Se mantienen relaciones y lealtades que vienen de antes. Este factor comunitario hace que se sientan menos desahuciados en la jauría urbana, pero también que sean carne fácil de sumisiones y chantajes.
Una exposición sobre la estética de la periferia muestra un interesante movimiento de ida y vuelta entre la moda y los jóvenes de la periferia. Asumen a su modo, y con sus recursos, las modas que la televisión divulga pero los retoques que ellos introducen la industria las recupera más tarde como moda para todos. En las favelas nace, a menudo, la música, y algunas de ellas están vinculadas a un ritmo característico. La música determina el público. En el club de los Democráticos, uno de las más antiguas salas de baile de la ciudad suena hoy el rock. El público es mayoritariamente de jóvenes y blancos. Si fuera día de samba abundarían los negros y los mulatos.
En Copacabana, una de las calles que rompe la fachada de mar, deja ver a unos pocos centenares de metros una favela que escala la montaña. Río es así: yuxtapuestos pero no mezclados. Sólo en la gran playa de Copacabana, con iluminación nocturna para los campos de voley y fútbol playa, coinciden unos y otros, como si fuera la bulliciosa arena democrática de la ciudad.
06 El espíritu de Río es la melancolía: desde que Kubitschek le quitó la capitalidad vive en sensación de decadencia. Desde el Corcovado, el peñón desde el que una figura de Jesús art déco vigila a la ciudad, se ve cómo los dedos de Río trepan por las montañas ya convertidos en forma de favela. La palma de la mano descansa sobre las playas. El color de Río es la gama de verdes de sus montañas. Pocos turistas, muchos brasileños. Es sábado y las familias cariocas suben a fotografiarse con los brazos abiertos ante el Señor del Corcovado. El estadio de Maracaná en plena transformación es, desde lo alto, un signo de la voluntad de Río de seguir siendo referencia. El Ayuntamiento anuncia un Fórum Mundial de las culturas.
En una calle de almacenes y talleres, sometida al ruido de una vía rápida que pasa por encima, 150 jóvenes de las favelas aprenden a trabajar en escenografías de teatro y en videoarte. Es el empeño de Gringo, uno de los referentes del teatro brasileño. Los estudiantes nos muestran algunos trabajos: un vídeo de promoción de la popular cantante Susha y un spot de protesta por la chacina de Vicario Geral, una matanza hecha por policías de paisano en una favela. Los estudiantes reciben una beca incentivo para evitar la tentación del dinero de la droga en las favelas. El papel de las ONG es decisivo: es el país de las experiencias piloto. Así se suple la ausencia de una estrategia política de renovación profunda con frutos para todos.
07 En Brasil, todos los caminos conducen al mismo problema: la desigualdad crónica y abismal. Un 1% de la población lo tiene casi todo y un 50% casi nada. La producción crece. Las líneas de la desigualdad no se mueven un milímetro. Y la desigualdad genera violencia. Más todavía cuando la sociedad espectáculo entra en todas las casas: la gente se siente humillada. Decía Georges Kennan que hay cinco países, cinco monstruos en el mundo, que lo tienen todo -población, territorio y recursos- para ser potencia: Estados Unidos, Rusia, China, India y Brasil. Brasil no es un país desastrado del Tercer Mundo. Pero no hay forma de enderezar su enorme potencial. Esta sociedad es una apelación permanente a repensar la economía, el urbanismo y la política. Pero nadie parece dispuesto a atenderla. Veo en el Museo Telemar una cita de Clarice Lispector: "Muero sin saber de qué". Peor es saberlo y no hacer nada para evitarlo.
08 Si Brasil es la tierra del color, São Paulo es la apoteosis del gris. Una ciudad de una rara y atractiva fealdad, quizá expresión de la injusticia. La primera impresión de Elisabeth Bishop cuando llegó al Brasil: éste es el país de la desmesura, tiene en São Paulo su máxima expresión. "Nunca nadie está en su lugar, me dice el urbanista Eduardo Márquez, siempre se está pensando en la próxima cita. Y esto determina un comportamiento claramente esquizofrénico". Desde la terraza del Hotel Unique, una densa circunferencia de rascacielos marca el horizonte que la vista alcanza. A unos pocos kilómetros, la tierra de la Torre Italia ofrece la visión de una muy tupida secuencia de rascacielos. No son los mismos. São Paulo desconcierta por su escala. Unas dimensiones ajenas al urbanita europeo. Una ciudad sin límites, fragmentada en espacios tan diversos como los escenarios Blade Runner del barrio financiero de Murumbi, los tranquilos barrios burgueses de Jardins o Higienópolis, las tierra sin tregua de la periferia y un centro decadente roído por la dejadez y el abandono. En esta jungla, el parque de Ipieraburúa, un domingo por la mañana, está inundado de familias de clase media haciendo pic-nic como si de una ciudad tranquila y apacible se tratara. Y por la noche en el barrio de Pinheiros, clase media baja, el auditorio del Centro Cultural del CESC, la principal institución cultural privada de la ciudad, con 20 centros en distintos barrios, está lleno -1.000 personas- para escuchar un concierto de guitarra. Cada cual encuentra sus rincones en esta ciudad sin atributos precisos.
Todo es tan desproporcionado en esta aglomeración de 18 millones de habitantes que el urbanismo de maquillaje no cabe. La realidad se resiste a esconderse. Hay tanto cemento en São Paulo que las aguas de la lluvia no saben por dónde escaparse. Las inundaciones son una dificultad más que añadir a una ciudad que da la impresión de ser el contenedor de todos los problemas del siglo XXI. Y, potencialmente, el principal laboratorio disponible para explorar soluciones. El Estado de São Paulo con 40 millones de habitantes tiene el 40% del PIB de Brasil, colocado en Europa sería una potencia. Y, sin embargo, todo acaba estrellándose en la inmensa montaña invisible de la desigualdad.
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