EE UU presiona para amoldar la reforma de la ONU a su política exterior
Washington antepone la lucha contra el terrorismo a las políticas de desarrollo y ambientales
Estados Unidos ha optado por enseñar sus cartas tres semanas antes del arranque de la cumbre que, en teoría, debe lanzar la mayor reforma de la historia de Naciones Unidas y dar un espaldarazo a los Objetivos del Milenio para la reducción de la pobreza, coincidiendo con la celebración del 60º aniversario de la organización. Pero Washington lo hace manteniendo las líneas básicas de su política, oponiéndose a cualquier nuevo compromiso en el ámbito del desarrollo y del medio ambiente y buscando más acción en la lucha contra el terrorismo y la proliferación nuclear.
La Casa Blanca quiere borrar las referencias directas al Tribunal Penal Internacional
"El tiempo apremia", advierte el nuevo embajador de EE UU ante la ONU, John Bolton, en una misiva enviada la pasada madrugada a sus 190 colegas de la Asamblea General y en la que les urge a que resuelvan sus diferencias antes de la reunión de jefes de Estado del 14 de septiembre, para "maximizar las posibilidades de éxito".
A la cumbre está previsto que asistan más de 175 líderes mundiales. El flamante y polémico embajador pide por ello que las negociaciones comiencen "de inmediato", sobre la base del proyecto presentado por el presidente de la Asamblea General, Jean Ping. Bolton irrumpe así en una discusión que lleva seis meses abierta, pero durante la que EE UU ha estado distante por carecer de representante permanente titular.
La acción estadounidense plantea dudas y recelos. Washington opta directamente por meter la tijera al borrador que hay sobre la mesa de discusión, que se sustenta en las recomendaciones del secretario general de la ONU, Kofi Annan, y plantea nada más y nada menos que 750 enmiendas para sintetizar su contenido y acentuar la parte que se refiere a las reformas administrativas del organismo.
Bolton dice que se involucrará personalmente en este ejercicio y que lo hará en un "espíritu abierto", escuchando otras alternativas. Pero a pesar de sus buenas intenciones y de su reiterado compromiso con la ONU, el modelo de la Casa Blanca mantiene intactos los pilares de su política. Por un lado quiere evitar cualquier promesa de ayuda al desarrollo y rechaza que se le impongan exigencias en la lucha contra el cambio climático. Por otro, busca más acción en el frente antiterrorista, en el campo de los derechos humanos y contra la proliferación de armas de destrucción masiva.
EE UU considera que el texto que hay sobre la mesa es "demasiado largo", y por eso propone que, de no alcanzarse un acuerdo, se adopte una declaración final de tres folios, en lugar de las casi 40 páginas del texto actual. Además, Washington opina que la formulación actual se concentra en exceso en la cuestión del desarme y quiere borrar las referencias directas al Tribunal Penal Internacional, un órgano al que Washington se niega a reconocer su autoridad.
También quiere evitar nuevas acciones en el marco del Protocolo de Kioto, un tratado internacional que EE UU tampoco ha ratificado. En la cara opuesta, EE UU presiona para que se adopte una definición universal del terrorismo. Pero éste es un debate en el que la brecha entre los países sigue abierta.
También hay divergencias cuando se habla del desarme y la no proliferación, donde Washington quiere evitar que se vaya más allá de lo que hay sobre la mesa y donde se topa con las ambiciones nucleares de países como Irán o Corea del Norte. Washington defiende, además, la creación de un Consejo de Derecho Humanos y de una Comisión para el Mantenimiento de la Paz.
La vía de la simplificación que plantea Washington, como indican fuentes diplomáticas, trata de evitar que se toquen los asuntos que irritan a la Administración que preside George W. Bush. Pero sobre todo, EE UU quiere aprovechar la negociación para poner el acento en las reformas que necesita el organismo para mejorar su responsabilidad, la transparencia, su integridad y eficacia, para evitar que se repitan escándalos de corrupción como el destapado en el programa Petróleo por Alimentos para Irak. Además, quiere imponer un mayor control del gasto.
La acción de Bolton es abrupta y, como indican fuentes diplomáticas, echa por tierra las contribuciones realizadas por los diferentes países durante los últimos meses. "El documento de Ping [Jean, presidente de la Asamblea General] intenta reflejar los intereses de los diferentes países", explican, por eso se ve difícil que la síntesis que plantea EE UU sea aceptada por la mayoría de los miembros. "Sus comentarios llegan un poco tarde", advirtió el embajador japonés ante la ONU, Kenzo Oshima, que en este momento ocupa la presidencia de turno en el Consejo de Seguridad y que aspira a un puesto permanente en ese órgano.
El pasado martes, un día antes de que EE UU moviera ficha, el presidente Jean Ping, en su papel de facilitador, anunció que está intentando crear un grupo integrado por 30 países que se encargaría de resolver los "seis o siete" puntos que en este momento enfrentan a los países. En este grupo estarían los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y países que representasen todas las regiones. "Habrá reforma y estamos trabajando para eso. El problema está en saber si será lo suficientemente ambiciosa", remachó Ping ante las objeciones planteadas a su iniciativa.
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