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EGIPTO: LOS AHMED, DE EL CAIRO

El espacio de la mujer

En la capital egipcia, la vida tiene dos caras y ritmos: el frenético y ruidoso de las calles, el masculino, y el íntimo y sosegado de las azoteas, el femenino. Asistimos a los preparativos culinarios de Nadia y su cuñada, Abadeer, y a su animada charla mientras preparan berenjenas rellenas y esperan la llegada a casa de sus maridos.

a comida egipcia no tiene nada de rápida, ni falta que hace en este bochornoso día de primavera en El Cairo. Nadia Mohamed Ahmed y su cuñada Abadeer se sientan descalzas y con las piernas cruzadas en el suelo del apartamento de Nadia, y comienzan a preparar la cena: vacían pequeñas berenjenas para rellenarlas con cordero picado y muy condimentado.

Nancy, de ocho meses, se sienta pacíficamente a horcajadas en uno de los hombros de su madre, sujetándose con un brazo a la cabeza de Nadia, cubierta por el velo. Cuando la niña se cansa, Nadia la baja y le da de mamar, pero sin dejar de rellenar berenjenas. Nancy pronto se queda dormida y la ponen en una cama cercana, junto a la cocina, con los brazos abiertos, rodeada de cazuelas, sartenes y comida.

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Las dos madres no se inmutan por el ruido que hacen sus otros hijos, que están jugando en el pequeño balcón, lleno de ropa colgada, que da a una estrecha calle. Entre el tintineo de sus brazaletes de oro, las mujeres terminan de preparar las berenjenas y empiezan a envolver una mezcla de arroz, ajo y cordero con aroma de limón en hojas de parra cocidas al vapor, colocando los diminutos paquetes en un plato mientras charlan sin parar. Los platos son mahshi, que en árabe significa relleno.

La hija de Nadia, Donya, de 14 años, se sienta para ayudarlas. Donya aún no se cubre el pelo con un velo, pero Nadia y Abadeer viven como otras muchas mujeres en las culturas tradicionales musulmanas: enclaustradas, con el cabello cubierto en presencia de visitantes y siendo sus maridos los que negocian su contacto con el mundo exterior. Las dos familias viven en un viejo edificio destartalado de El Cairo. Esa amalgama urbana de vida moderna y medieval -autobuses, carros tirados por burros, coches nuevos, chicos arrastrando pesadas cargas, mujeres con velo y sin él- se unifica por medio de la llamada a la oración que emiten cinco veces al día las mezquitas de toda la ciudad.

El Cairo, una de las ciudades más densamente pobladas del planeta, es la número uno en ruido callejero. La algarabía es el himno nacional (tocado 24 horas al día, 7 días a la semana); el claxon es el instrumento nacional, y el calor y el polvo interpretan un papel importante en la producción. Éstas son algunas de las razones de que me gusten especialmente las azoteas de El Cairo, donde el ritmo vital adquiere otro tono.

Abarrotadas de muebles rotos, materiales de construcción y basura, muestran la historia desechada de los inquilinos. Es una vida paralela. Ahí he visto a gente colgando ropa, separando botellas de plástico de las de cristal, dando de comer a cerdos, pollos y palomas; jugando al fútbol, volando cometas, durmiendo, comiendo y rezando. Al ponerse el sol, miles de egipcios suben las escaleras hasta las jaulas de palomas de las azoteas y las sueltan para que se den una vuelta por el cielo. Ésa es, sin duda, la hora más hermosa para estar allí arriba, con la brisa refrescante, las cometas de vivos colores y las palomas volando en círculos.

En las azoteas es donde se desarrolla, sobre todo, la historia de las mujeres.

Rabie, el marido de Abadeer, entra en el apartamento, se deja caer sobre una silla y anuncia: "Me duele la espalda y la rodilla". Es guía turístico en El Cairo viejo y pasa buena parte de su tiempo en la calle, intentando que le contraten. Mientras habla, hace una seña con la mano a Abadeer y ella se levanta de un salto para llevarle un vaso de agua que él bebe a sorbos mientras ella vuelve a su trabajo.

El marido de Nadia, Mamdouh, es fontanero y llega a casa cansado y silencioso. Un ventilador de techo ligeramente desnivelado interfiere erráticamente en los rayos de luz fluorescente. La brisa resulta reconfortante en este calor opresivo. El sol empieza a ponerse y todo el mundo se levanta, justo a tiempo para el mahshi.

EGIPTO
Población76.120.000 habitantes
Población de El Cairo7.630.000
Extensión1.001.190 km2
Densidad de población por kilómetro cuadrado76
Población urbana42%
Esperanza media de vida, hombres / mujeres65 / 69 años
Índice de fertilidad3,3
Índice de alfabetización, hombres / mujeres, de 15 años o más68% / 47%
Consumo diario de calorías por persona3.338
Población desnutrida3%
Consumo de alcohol anual por persona0,47 litros
PIB por persona3.810 dólares
Gasto en sanidad por persona y como porcentaje del PIB36,49 euros / 3,9%
Población con sobrepeso, hombres / mujeres65% / 70%
Población obesa22% / 39%
Consumo de carne por persona y año22,5 kilos
Restaurantes McDonald's40
Consumo de cigarrillos por persona y año1.275

'Tagin' de quingombó con cordero, de Nadia Ahmed

30 dientes de ajo picados muy finos, 5 cucharadas soperas de aceite de maíz, de 500 a 750 g de carne picada de cordero, 12 hojas de laurel, 7 cucharadas de café de semillas de cardamomo molidas, 2 cucharadas soperas de pimienta negra, 200 g de cebolla picada muy fina, 900 g de puré de tomate fresco, 900 g de quingombós (una especie de cardos) verdes pequeños, 120 cl de caldo de carne, 2 cucharadas de sal.

Precalentar el horno a 175 grados. Sofreír los ajos y reservarlos. Cubrir la carne con agua y cocer a fuego lento con laurel, cardamomo y pimienta negra 45 minutos. Calentar el aceite restante a fuego medio, freír la cebolla. Añadir el puré de tomate, llevar la mezcla a ebullición e incorporar el quingombó. Cocer hasta que esté blando. Añadir caldo a la mezcla de carne y combinar con la mezcla de quingombó. Cocer a fuego medio 10 minutos. Verter la mezcla en un tagin (cazuela de barro cocido), añadir los ajos y la sal, remover y poner la cazuela de barro en el horno de 10 a 20 minutos.

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