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Pie de foto | 19 de enero de 2005 | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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¿Soy muy exigente?

Juan José Millás

A primeros de año comenzó a aparecer esta mujer en el periódico. Aseguraba haber pasado por una casa de belleza antes de fotografiarse, pero nosotros tuvimos nuestras dudas, porque, de ser cierto, nos decíamos, se le tendría que notar. Y en el rostro no se le nota, desde luego. Ha quedado demasiado contundente y un punto acerado. Se trata, por decirlo rápido, de un rostro inoxidable, cualidad buena para el menaje de cocina, pero sobrecogedora en el cónyuge. Quizá el rostro original era horrible, pero como no nos lo muestran, tampoco podemos comparar. Hay otro asunto, todavía en esta zona del cuerpo, algo desapacible, y es que el límite que separa la frente del cuero cabelludo resulta poco limpio, difuminado como está por unos pelillos de baja calidad que afean el territorio. Los ojos, sin embargo, nos encantan. Hagan la prueba de taparle la parte inferior de la cara, cuya agresividad lo contamina todo, y comprobarán su expresividad, su fuerza, su ironía, su escepticismo feliz. Es una pena que el niquelado excesivo de los labios atenúe esa gama de significaciones.

Nada que decir del cuello. No sabemos si es el original o está alargado o acortado, pero mantiene unas proporciones interesantes y evoca, por su fortaleza, los pedestales de mármol sobre los que se asientan, en los museos, las cabezas de los personajes ilustres. ¿Qué pasa, en cambio, con las dulces clavículas? ¿Por qué han cubierto con la cascada del pelo esa zona esencial, donde el hueso hace un juego de luces y sombras que fascina? Suponemos que no se las habrán quitado o que no habrán suprimido ese hueco tan parecido al nido de las golondrinas. Pero si no se las han quitado, ¿por qué no nos dejan verlas? ¿Por qué no nos dejan contemplar al pájaro que duerme en su interior?

En cuanto al busto, le falta morbidez, caída. Parece artificial, quizá lo sea. Resulta además contradictorio que con el tejido tan fino de la rebeca, no se insinúen siquiera los pezones. ¿Acaso no están? ¿Acaso la cirugía estética ha comenzado a suprimir ese remate de los senos para satisfacer una fantasía infantil? Durante mi infancia, estaba convencido de que el pecho de las mujeres era una superficie redondeada y lisa, como la Tierra. El descubrimiento del pezón me produjo un vértigo del que aún no me he recuperado. Pero yo era un niño anormal. Por eso no me hice cirujano plástico, ni ginecólogo, porque no habría perpetrado más que barbaridades enmendándole la plana a la naturaleza. Emocionalmente estoy en contra del pezón, pero racionalmente apoyo su existencia. No todo el mundo, por lo que veo, puede decir lo mismo.

El brazo derecho es estupendo, pero el izquierdo, quizá por la postura, parece un poco más corto. Hay un problema de simetría que la mujer tenía de origen o que le han puesto en la clínica. Pero lo que es intolerable desde cualquier punto de vista que se mire es la mano izquierda, cuyos dedos parecen todos el dedo gordo, que curiosamente es el único que no se muestra. Por algo será. Desayuné varias veces a lo largo del invierno con esta imagen y en cada desayuno le veía un defecto. ¿Acaso soy muy exigente?

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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