Confusión y estupor
Cuando un cuerpo se encuentra expuesto al frío, el organismo estrecha los vasos sanguíneos menos importantes para dirigir mayor cantidad de sangre a los centros vitales. Las partes que dejan de recibir sangre (dedos, orejas, labios, párpados...) se enfrían más rápidamente, adquiriendo una rigidez como la que se aprecia en el rostro del hombre de la foto. Se ha quedado, literalmente, de piedra. Colaboran a subrayar esa impresión los restos de sal marina que dibujan vetas como de mármol sobre su cara. La cabeza, por su forma, pero también por la gran cantidad de piel empleada en el tapizado de la calavera, es por donde más calor se pierde. De ahí el gorro de los esquiadores y los alpinistas, o el sombrero de los calvos.
De entre los males causados por la exposición al frío, el más común es la hipotermia, que consiste en una temperatura corporal anormalmente baja. De no actuar rápidamente, proporcionando a la víctima alimentos y mantas, el frío puede rebasar la frontera de la piel y afectar a los órganos internos. Cuando rompe las defensas del cerebro y entra como una aguja helada en sus zonas sensibles, produce estados de delirio o confusión, también de estupor. Por ello, aunque la persona permanezca consciente, puede dar muestras de desorientación. Si tiene sitio para caminar, lo hará de forma errática, con la mirada perdida, como si buscara un lugar inexistente en la dimensión en la que se mueve. Tampoco es raro que confunda la actualidad con el pasado o que crea que se encuentra en un lugar distinto del que está. La disminución de la actividad intelectual suele ir acompañada de cierto aire de asombro como el que percibimos también en este hombre, que acaba de ser recogido de una embarcación en la que viajaban más de cuarenta personas, 13 de ellas muertas.
La hipotermia entra en el cuerpo de puntillas. Ataca, por lo general, a personas que no se pueden mover y con las ropas mojadas. Durante unos instantes, no sabes si el frío está en tu camisa o en tu piel. Cuando adviertes que está en tu piel, seguramente ya ha dañado a varios conjuntos de células. En palabras del médico que se hizo cargo de los vivos y los muertos de esta patera, que llevaba dos o tres días en alta mar, sin alimentos, sin agua y con temperaturas de entre siete y diez grados, las víctimas "comienzan por sentir un frío muy intenso, tiritan primero y luego sufren convulsiones, la sangre comienza a bajar de 35 grados y los músculos comienzan a agarrotarse hasta que llega una parada cardiorrespiratoria".
La exposición continuada a este tipo de noticias provoca a la larga una insensibilidad social semejante al estupor. Vemos la fotografía en el periódico, leemos el titular, y pasamos de página. El titular de esta noticia aseguraba que los que se salvaron lo hicieron gracias al calor que se daban unos a otros, pues iban abrazados. Dentro de los próximos años, la única posibilidad de que se salven ellos y nosotros es que nos abracemos. Lo veríamos con claridad de no ser por el estado de delirio, confusión y estupor en el que hemos caído.
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