Expediciones a otros tiempos
La novela histórica es la única máquina del tiempo acreditada para viajes al pasado. Se define como histórica porque su trama se sitúa en un pretérito distante, es decir, evoca una época ajena a la experiencia personal del autor y sus lectores. (Sir Walter Scott pensaba que, para incluirse en tal género, debía tratar de hechos y figuras lejanos al menos setenta años del momento actual). Cuenta con la imaginación del lector y la pericia narrativa del relator. Como cualquier novela, no busca una veracidad total en lo narrado, un objetivo convencional del relato historiográfico, aunque inscribe su ficción en el marco verosímil de un contexto y un escenario definidos como "históricos". Utiliza pues los datos de la Historia, pero sobre ellos juega con la libertad de inventarse su propia trama y sus propios actores, ilustres y regios a veces, humildes desconocidos otras. Como ficción de marco histórico -que en la distancia puede hacerse pintoresco y exótico- exige un claro dépaysement del lector y juega con una cierta extrañeza. Como subgénero literario nacido del mestizaje entre lo histórico y lo ficticio, es un simulacro de vistas ambiguas, habla del pasado, pero mantiene siempre latentes referencias al presente.
Es paradójico que en un tiempo tan desdeñoso del pasado como el nuestro haya tal proliferación de estos libros
Desde luego, el novelista tiene
una fresca libertad para reinterpretar hechos y figuras de las que carece el historiador respetable. Debe sólo mantener la verosimilitud, que en este caso incluye no olvidar los datos precisos atestiguados por las crónicas. Ese respeto a la Historia forma parte de las reglas básicas de juego. Entre los novelistas no faltan profesores, como la medievalista francesa Zoé Oldenburg o el español José Luis Corral, que ha escrito relatos no sólo medievales. Pero es obvio que el interés y la calidad del relato no estriban en la sólida documentación y la erudición, sino en la vivaz imaginación y el estilo que la animan. Y no quisiera volver ahora a una apología del género, sino tan sólo a subrayar la enorme variedad de enfoques que permite en sus juegos con el pasado. En su contenido, la novela puede utilizar a grandes personajes en papeles protagonistas, tal vez en forma de una autobiografía fingida ]]>-Yo, Claudio,]]> de Graves, o ]]>Memorias de Adriano,]]> de Yourcenar- o bien como estrellas invitadas en breves escenas -Ricardo Corazón de León en ]]>Ivanhoe,]]> Nerón en ]]>Quo Vadis]]>, o con mayor papel y valor simbólico, Augusto en ]]>La muerte de Virgilio]]>, de H. Broch-. También puede prescindir de cualquier figura de renombre, como en ]]>El hereje]]> de Delibes, donde lo esencial es evocar el opresivo ambiente de una época. Puede centrarse en un suceso con un coro de actores (episodios napoleónicos de ]]>La batalla]]> o ]]>Nevaba]]> de Patrick Rambaud), o evocar en recorrido panorámico diversas épocas de una ciudad o un país (]]>London]]> o ]]>Sarum]]> de Edward Rutherford), o invitarnos a un raro itinerario, como en ]]>Los siete aromas del mundo,]]> de Alfred Bosch, un peregrinaje en búsqueda de la mejor planta del café.
El novelista puede jugar con variados enfoques y perspectivas. Pero su libertad decisiva es la de dar la palabra a quien quiera. Hay multiplicidad de formas de acercarse al lector. También en esto hay modas. Por ejemplo, la narración en primera persona no se impone hasta mediados del siglo XX, pero desde entonces es muy socorrida. La versión polifónica, a veces como cruce de cartas, es una fórmula que sigue funcionando. Brillantes ejemplos son ]]>Las idus de marzo]]> o ]]>Noticias del imperio]]> de Fernando del Paso, o ]]>Viajeros ingleses]]> de Mattew Kneale. Vale incluso en biografías noveladas, como ]]>Don Juan de Austria, Novela de una ambición]]> , de J. Martínez Pons.
Por esa misma libertad el novelista puede dar la palabra a los vencidos, a las víctimas de la historia, a las mujeres. ]]>En el último ]]>azul,]]> Carme Riera describe los sufrimientos de los chuetas en Palma en el siglo XVII, mientras que en ]]>El atlas ]]>furtivo,]]> Alfred Bosch evoca la persecución de los judíos en la Mallorca del XIV. Otras veces es una mujer la cronista como en ]]>Expedición al paraíso]]> de Eloísa Gómez Lucena que narra el desastroso y largo viaje de doña Mencía de Calderón al Paraguay en 1556. O para ofrecer su personal enfoque, como en ]]>La liberta]]> de Lourdes Ortiz o ]]>El manuscrito de la seducción]]> de Gioconda Belli. En una perspectiva parecida está la próxima ]]>Historia del caballero transparente]]>, de Rosa Montero. Ese empeño reivindicativo, frente a la versión oficial de la historia escrita por los vencedores, ya era ejemplar en el ]]>Espartaco]]> de Koestler (1938) o el no menos marxista ]]>Espartaco]]> de Fast (1951). Desde muy pronto, la histórica se mezcló con otros tipos novelescos: con las de trama romántica, de aventuras y de intriga policiaca. Clásicos son ya ]]>Historia de dos ciudades]]> de Dickens, ]]>Quo vadis]]> de Sienkiewicz, ]]>La guardia blanca]]> de Conan Doyle, ]]>La flecha negra]]> de Stevenson, o ]]>Los tres mosqueteros]]> de Dumas. Y, en la ficción de intriga policiaca, ]]>El nombre de la rosa]]> de Umberto Eco. Un ejemplo reciente son ]]>Las aventuras del capitán Alatriste]]> de Pérez-Reverte, el más brillante exponente español. En el ámbito británico las series escritas por R. Cornwell sobre las hazañas del fusilero Sharpe o del arquero Thomas son muy atractivas.
Al comienzo en las novelas his-
tóricas abundaban las descripciones -casas, castillos, banquetes, fiestas, circos o torneos- y las citas literarias, incluso en latín. Hoy, después de tantas imágenes del cine, han desaparecido, al igual que las citas, pues los novelistas saben que los lectores actuales no saben latín y conocen poco a los clásicos. Además, personajes y temas se repiten. Se multiplican los Alejandros, los Nerones, las Cleopatras, los Waterloos. Resulta curioso comparar varias versiones de un mismo tema. Los best sellers no suelen ser los mejores, casi nunca. También cambian los ritmos narrativos. ]]>Salambó]]> de Flaubert está lejos, en su ritmo, del ]]>Aníbal]]> de Haefs. Sin duda sería muy instructivo contrastar el ]]>Trafalgar]]> de Pérez Galdós, con ]]>Trafalgar]]> de Corral o con ]]>Cabo Trafalgar]]> de Pérez-Reverte, para advertir cómo cada autor monta su perspectiva propia de la narración y la batalla, y recrea sus escenas en función de ésta. También ahí se revela la fresca libertad de la ficción.
Aunque es un tanto paradójico que en un tiempo como el nuestro, tan romo y desdeñoso del pasado, cuando la enseñanza y la cultura general menosprecian el saber histórico, haya tal proliferación de ficciones históricas, y se mantenga este género con la acogida que atestiguan las librerías (frente a la escasa atención de la crítica). Aunque sin el furor de la epidemia de los best sellers de relatos mistéricos, enigmas, arcanos y criptogramas teológicos y seudohistóricos, la novela histórica conserva, al parecer, un público fiel y fervoroso. Para una época tan unidimensional y autosatisfecha como ésta, no deja de ser, a nivel de la literatura de recreo, un refrescante síntoma de inquietud cultural.
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