Apagones en La Habana
De nuevo los apagones han puesto al Gobierno de Fidel Castro contra las cuerdas. Los cortes del servicio eléctrico, que en los últimos meses han llegado a ser de siete horas diarias en La Habana y de prácticamente el doble en otras ciudades de la isla, han agudizado las manifestaciones de descontento popular, y a no poca gente se le ha soltado la lengua. Como ocurrió en los tiempos duros del periodo especial, en algunos barrios de la capital se han producido apedreamientos de vidrieras de establecimientos estatales, y al amparo de la oscuridad han aparecido carteles antigubernamentales. Dicen testigos presenciales que una de ellas jaraneaba: "Preferimos a Bush terrorista que a Fidel electricista".
El grupo disidente moderado Arco Progresista advertía recientemente que la situación está llegando a un "punto límite, de no retorno hacia la explosión social". En contraposición a las vallas propagandísticas que jalonan las principales avenidas de La Habana, en las que aparece un sonriente Castro de verde oliva junto a la consigna "Vamos bien", los opositores del Arco Progresista sostienen: "Cuba va mal. Cuba está molesta".
Conscientes de la relación perversa y dialéctica entre la política y el apagón, las autoridades han incrementado la vigilancia policial y han instruido a sus militantes más fieles a salirle al paso a las manifestaciones bravas de descontento, y la prioridad estratégica es resolver lo antes posible los problemas del Sistema Electroenergético Nacional (SEN).
No es tan sencillo. La crisis energética en esta ocasión no se debe a la falta de combustible, que llega ahora puntualmente y a precios preferenciales de Venezuela. El problema es la achacosa situación de las centrales termoeléctricas, con tecnología obsoleta y durante años sin inversiones, que debido a problemas estructurales y roturas diversas cada cierto tiempo colapsa y no puede satisfacer la demanda. La última grave crisis fue hace ocho meses y le costó el puesto al ministro de Industria Básica, Marcos Portal, sobrino político de Castro.
Un filósofo de la calle ha dividido así los tres turnos de apagones que acaballan hoy al cubano. Está el madrugador, el que comienza a las siete de la mañana y dura hasta pasado el mediodía. Es el primer golpe, devastador para las amas de casa. El apagón almuercero, de una a siete de la tarde, es el más noble. Pese a que no funciona el motor del agua, ni los ascensores, y los niños se quedan sin dibujos animados, resta la esperanza de que por la noche habrá luz. El apagón nocturno, de siete en adelante, es el asesino, no deja ver ni dormir y alimenta las ideas e instintos menos revolucionarios. Pero hay otros, como el enloquecido, que no se sabe si viene o va. En segundos la diferencia de voltaje acaba con los electrodomésticos conseguidos con años de esfuerzo, y a esa hora en casa ya no queda agua fría y la comida del refrigerador se echa a perder.
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