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Columna
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El Mal existe

Lluís Bassets

El terrorismo que ha sembrado de cadáveres Londres, Madrid, Nueva York y Washington en los últimos cuatro años lleva consigo un siniestro perfume: huele a fenómeno duradero, de los que marca una generación de jóvenes musulmanes en el mundo entero y se convierte en expresión tenebrosa de una época. Como todos los fenómenos de este tipo, tiene algo de irreal e inesperado. Aunque a pelota pasada todos habían visto señales en el cielo, llega como un aerolito. Ha sucedido otras veces y así ha quedado en los anales de la perspicacia histórica: Luis XVI, que escribe "nada" en su diario el día del asalto a la Bastilla, o el artículo titulado Francia se aburre, del columnista Pierre Vianson-Ponté en abril de 1968, pocos días antes de las barricadas. O Bush, que declara sin interés alguno el nation-building (construcción de naciones) antes de acometer la destrucción del Irak de Sadam Husein para intentar la construcción de uno nuevo a su gusto.

Ha sucedido en cada una de esas fechas que van dejando un rastro de muerte y dolor: 11-S, 11-M, 7-J. Cada una aporta su novedad y su consternación. Cada una suscita la misma pregunta, que con frecuencia cuesta arrancar como si fuera una muela del gobernante de turno. ¿Cómo se ha podido llegar a este horror? ¿Por qué nuestros representantes, servicios secretos y policías no han podido impedirlo? Y luego comisiones, investigaciones y algún arreglo de cuentas político que otro, pero al final la sensación de que este horror seguirá durante bastantes años más, probablemente alguna generación. Sobre todo por el despiste enorme en el que se hallan sumidas nuestras sociedades y nuestros gobernantes. Basta con ver la algarada de voces de todo tipo sobre las causas del terrorismo. Nada tienen que ver los atentados terroristas con la guerra de Irak, dicen unos. Tampoco con el conflicto israelo-palestino, añaden otros. Ni mucho menos con la pobreza y el subdesarrollo, y no digamos con las humillaciones reales o imaginarias que ha infligido el mundo occidental a las masas musulmanas, se suman otros más. Voces de signo distinto niegan explicaciones más generalistas y estereotipadas: es criminal relacionar el terrorismo con la inmigración. Menos aún con el islam, una religión como cualquier otra. Ni siquiera con la lectura literal e ingenua del Corán.

Entre la justificación del terrorismo y que no tenga que ver con nada habrá al menos algunas formas de razonar sobre el terrorismo. ¿O quizá es realmente un fenómeno indescifrable? La imposibilidad de explicar se acomoda muy bien a otra manera de pensar, la que encuentra como causa única el carácter malvado de quienes realizan las malas acciones, cuestión que diferencia con mucho lo que les sucede a los buenos, que generalmente hacen cosas buenas, persiguen fines buenos y sólo en contadas ocasiones producen estropicios indeseados o se les va un poco la mano. Éste es un sistema, más de creencias que de pensamiento, que se centra en la existencia del Mal, en el bien entendido de que esto implica naturalmente que quien así piensa y se comporta cree también que existe el Bien, que está naturalmente de su parte, y que no hay transacción alguna entre los dos polos radicalmente opuestos en que se divide el mundo.

La ventaja de esta visión dualista y medieval es que es reversible: pueden usarla unos y otros. También es muy útil para un tipo de acción: la militar, sobre todo cuando es el único tipo de acción que se decide acometer. Es lo que Bush ha hecho con la guerra de Irak. Y lo que ha hecho Bin Laden, salvadas sean las distancias de todo tipo, morales incluidas. Estados Unidos, sin enemigo preciso desde 1989, respiró de alivio cuando Bush declaró la guerra contra el terrorismo, pero algunos años antes Bin Laden y sus secuaces habían también declarado la guerra a Occidente para imponer su proyecto de un islam totalitario en los países musulmanes, primero, y sin lugar a dudas en los territorios que alguna vez estuvieron islamizados, como es el caso de España.

La desventaja del maniqueísmo es que juega siempre a favor de quien más seriamente cree y se comporta como un maniqueo. Y ahí la superioridad de Bin Laden es innegable. Al Qaeda no estaba en Irak antes de la invasión, pero si nadie pone fin al rumbo rotundamente equivocado de esta guerra contra el terrorismo, el yihadismo se alzará con una sonora victoria en el país árabe en los próximos meses. Para echarse a temblar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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