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La Constitución afronta el examen de Luxemburgo

200.000 votantes deciden el domingo en un referéndum el destino de la Carta Magna

Carlos Yárnoz

Son pocos y muy ricos, pero el domingo decidirán si la Constitución europea debe ser enterrada o si le conectan más oxígeno. Se trata de los 200.000 luxemburgueses con derecho a voto que el día 10 participarán obligatoriamente en el referéndum sobre el nuevo Tratado de la UE. En plena crisis de la Unión tras el rechazo franco-holandés al texto, todos los partidos de Luxemburgo apuestan por el sí, mientras el no sólo es defendido por un activo comité social espontáneo.

En ayuda de este comité acudieron ayer el sindicalista francés José Bové junto con euroescépticos ingleses, como Neil Farage, y holandeses, como Jens-Peter Bonde.

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"Si este país dijera no, el Tratado estará muerto. Pero si dice sí, eso significará que el proceso sigue vivo", repite estos días Jean-Claude Juncker, el popular primer ministro de centro-derecha que gobierna el Gran Ducado desde hace una década. Juncker, que también es ministro de Finanzas y de Trabajo, ha puesto en juego todo su prestigio. Dimitirá si gana el no en un país fundador del club que pasa por ser el más europeísta.

"El resultado será muy reñido", augura el ministro de Asuntos Exteriores, Jean Asselborn. Quizá por eso el propio Juncker no deseaba mantener la consulta, pero su Parlamento optó por lo contrario. Tras la frustrada cumbre europea, con Juncker como presidente de la UE, el referéndum se ha convertido en un plebiscito para él, que culpó del fracaso del cónclave al británico Tony Blair.

Las últimas encuestas permitidas, difundidas el 9 de junio, apuntaban un espectacular avance del no hasta el 45% de los votos, pero "todo dependerá del 16% de indecisos", como aseguran el sindicalista de Correos André Kremer y el desempleado Alfred Groff, del Comité por el No. Sus argumentos son similares a los manejados en Francia: el modelo europeo es "ultraliberal", no sirve para combatir el paro (en Luxemburgo no llega al 5%), fomenta las deslocalizaciones y crea bolsas de inadaptados.

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"Ni siquiera digo que voten no; que lean y opinen", decía ayer por la tarde Groff, escoltado en un hotel de Luxemburgo por los eurodiputados Bonde y Farage. Bonde explica que rechaza la existencia de una Constitución para Europa y que el proyecto está "lleno de contradicciones". Farage, con una insignia de plata con el símbolo de la libra en la solapa, quiere sólo "una cooperación, un libre mercado" en Europa, pero nada de unión política. "Parad esto", pide a los luxemburgueses.

A diferencia de Francia u Holanda, en la campaña no se esgrime el fantasma de la inmigración en un país donde todos hablan al menos tres lenguas: luxemburgués (lëtzebuergesch), alemán y francés. El 40% de sus 451.600 habitantes son extranjeros, 63.700 de ellos portugueses. "No nos sentimos discriminados, pero tenemos los peores trabajos", dice Antonio Estrada, camarero en un restaurante portugués. "He trabajado 30 años en la construcción y ahora recibo una buena pensión", comenta el español Pascual Griñán, responsable del Centro Cultural y Recreativo Real Madrid, situado en Esch-Alzette, la localidad donde anoche predicó Bové en la Fábrica de la Cultura.

En un país de 82 kilómetros por 57, donde el secreto bancario y los bajos impuestos atraen capitales de toda Europa, la renta por habitante se aproxima a los 55.000 euros, la más alta del mundo. La avalancha de dinero da para todo y el salario mínimo ronda los 1.400 euros. De 37 bancos establecidos en 1970 se ha pasado a 170.

Los del no han distribuido pocos carteles, siempre con la bandera europea, pero son los únicos visibles en la capital. Han celebrado sus actos más importantes el día 2 y ayer, con una asistencia media de unas 300 personas, toda una multitud en Luxemburgo. La participación exterior ha sido sonada. El día 2, en el Centro Cultural de Bonnevoie, estuvieron el socialista francés Henri Emmanuelli, el verde belga Paul Lannoye o el holandés Willem Bos. "Os piden un milagro: que hagáis resucitar la Constitución", les dijo Emmanuelli.

Los del han centrado su campaña en programas televisivos y en la decena de debates abiertos en el Parlamento, donde la Constitución ya fue ratificada el pasado 28 de junio por 55 votos a favor y cinco ausencias del derechista y populista ADR. Incluso los que apoyan la Constitución son conscientes de que el texto ya no podrá ser aplicado tal cual. No importa, dicen, porque su objetivo es defender la integración política europea, situarse en una buena posición cuando el texto sea renegociado dentro de unos años y enviar una señal al resto de la UE en plena crisis. Un será un punto de inflexión tras los no de Francia y Holanda.

"Espero que ahora gane el sí. Será una señal positiva", ha dicho el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso. Es la señal especialmente esperada en España, el único país que hasta ahora ha celebrado una consulta similar con resultado afirmativo.

Jean-Claude Juncker, en el Parlamento Europeo en junio pasado.
Jean-Claude Juncker, en el Parlamento Europeo en junio pasado.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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