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Columna
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La exasperación en seco

Javier Marías

Uno de los episodios más cómicos y que mejor demuestran lo poco loco que está Don Quijote, o que lo está sólo a ratos escogidos, de manera consentida cuando no dirigida, es aquel en el que decide penar por amores, en imitación de Amadís y de Orlando, "y hacer una o dos docenas de locuras, que las haré en menos de media hora", de las cuales ofrece una muestra a Sancho para que así pueda figurarse el resto y relatárselas a Dulcinea. Justo antes de esta escena, el escudero intenta convencerlo de que no hay motivo: la dama no lo ha desdeñado ni, que se sepa, "ha hecho niñería con moro o cristiano". A lo que Don Quijote responde, muy ufano: "Ahí está el punto, y esa es la fineza de mi negocio; que volverse loco con causa, ni grado ni gracias; el toque está desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que, si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?"

Lleva el Partido Popular un año largo convertido en oposición, e imitando sin pausa al Don Quijote de este episodio. Claro que en el Caballero hay ingenuidad, simpatía y mucha guasa, mientras que la emulación de este partido está teñida de todo lo contrario: hay en ella artería, y antipatía inamovible, y solemnidad cargante. No digamos ya en sus jaleadores mediáticos, algunos directamente psicopáticos y cada vez más parecidos a los de las emisoras de radio que en buena medida instigaron las matanzas atroces de Bosnia y de Ruanda. Ojalá un día no haya que pedirles cuentas, porque eso significará que sus actuales propósitos de encono han fracasado.

Tienen visos de fracasar, por fortuna, tanto ellos como sus beneficiarios, el PP y los obispos, que contribuyen a financiar estas campañas de furor y odio. Llevan todos año y pico en estado de exasperación permanente. Su problema es que, como dijo Don Quijote con tanta gracia, la expresan "en seco", y no "en mojado". En el mes de junio han dado grotescas pruebas de ello, dedicados a movilizar a centenares de miles de personas (incluido su traslado desde otras provincias en autobuses demasiado reminiscentes de los que fletaba Franco para inflar sus aclamadores de la Plaza de Oriente) por causas que aún no existen o que se presentan tergiversadas. Hubo un fin de semana chillón, al respecto. El sábado se congregó una multitud para protestar contra la "negociación" del Gobierno con los terroristas de ETA, que en modo alguno se ha dado, que sepamos. No quiero decir que el Gobierno no pueda mentir y que ya esté en marcha tal cosa, pero nadie ha podido demostrar que así sea. De tal manera que la concentración tenía lugar "por si acaso". Y el domingo Madrid volvió a quedar paralizado -con grave quebranto, por cierto, para la Feria del Libro, que atravesaba su fin de semana tradicionalmente más importante y rentable- por el despliegue de una ridícula bandera de tres kilómetros y no sé cuántas más zarandajas, en precelebración de algo que tampoco había ocurrido aún, y que confío en que no suceda, a saber: la concesión a la capital de los Juegos Olímpicos de 2012 (si sobreviene esa plaga egipciaca, pensaré a qué otra ciudad o país mudarme). Es decir, durante más de veinticuatro horas se cortó por la mitad una gran ciudad europea, sólo "por si acaso".

Una semana después, los autocares de groupies se desplazaron a Salamanca para protestar por algo no sólo de escasa consecuencia, sino acerca de lo cual la mayoría de los enfurecidos no tenía la menor idea previa, ni siquiera conocimiento de los legajos, del archivo, ni casi de la magnífica ciudad de Salamanca. Y hoy, mientras escribo esto, los mismos manifestantes exhaustos recorren Madrid de nuevo, bajo un calor sofocante, para clamar contra los matrimonios de homosexuales, asunto que en realidad ni les va ni les viene, o cuya legalización, de hecho, supone una inyección de energía y prestigio para la Familia, lejos de amenazarla, como expliqué aquí hace unos meses. La Iglesia española tiene un portavoz, Martínez Camino, en verdad elegido con los pies, pues cada vez que su pequeño cerebro transmite órdenes a su lengua, mete bien la pata. Ahora ha dicho que "la Iglesia Católica en sus dos mil años nunca se encontró con nada parecido", delatando que esa Iglesia no acepta la democracia ni aquí ha evolucionado; porque no es a la Iglesia a la que le está pasando nada, sino a la sociedad española que elige. Y como ese cerebrillo no se distingue por su coherencia, no está de más recordar que fue él quien explicó la falta de impedimento sacramental para la boda de los Príncipes de Asturias, hace sólo un año, aduciendo que, al no reconocer la Iglesia más matrimonio que el eclesiástico, el primero civil de la Princesa simplemente no existía. Los obispos podrían limitarse a seguir sus propios preceptos y considerar que, para ellos, las bodas de homosexuales no existen. Eso es todo.

Al igual que Don Quijote, ni el PP ni la Iglesia están locos, o lo están sólo a ratos escogidos y consentidos. Lo que en su exasperación olvidan es que el Caballero se cansó pronto de hacer sus locuras, porque al fin y al cabo, y como él mismo sabía, hacerlas "en seco" resulta muy aburrido, y acaba por no creérselas nadie.

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