Poetas y adalides en la Europa 'light'
El señor Volen Siderov es un búlgaro solemne, líder de un partido con el nombre poco tranquilizador de Ataka, en cuyos mítines se anuncia con fanfarrias. Es además un racista, ultranacionalista y milenarista, es decir, un fascista balcánico de manual. Los últimos sondeos previos a las elecciones búlgaras, en los que se debieron utilizar métodos galaico-israelitas, le daban entre el 1,6% y el 2,6% de los votos. Superó el 8% y consiguió 23 escaños en el Parlamento de Sofia. Su objetivo declarado es conseguir una Bulgaria "limpia", sin turcos ni gitanos. No ha aclarado cómo logrará esa hazaña que exige la desaparición del 25% de la población. Porque, si las estadísticas pueden estar en lo cierto con que los turcos pamukos representan en torno al 10%, es una mala broma del censo oficial establecer en menos del 4% a su población gitana. Cuadrupliquen la triste cifra y estarán más cerca de acertar.
Todor Yivkov, aquel dirigente comunista búlgaro cuya bonhomía sólo sabían captar Nicolae Ceaucescu y Leonidas Breznev, intentó ya en 1983 dejar el país "limpio" de pamukos y expulsó a unos cientos de miles. Ya vuelve a haber tantos como antes. La limpieza étnica es un mito europeo recurrente. Sidorov es hombre de letras -periodista-, no podía ser de otra forma, como lo es Radovan Karadzic, cuyas olvidadizas memorias fueron un éxito de ventas en Serbia. Mucho intelectual europeo tenemos -escritores, periodistas y por supuesto filólogos- buceando por las sentinas del nacionalismo. A pocos días de cumplirse el décimo aniversario de la matanza de Srebrenica, y con Karadzic y Ratko Mladic aún huidos de la justicia, otro gran poeta europeo cuya obra en la última década se concentra en la negación cuando no apología del crimen, el alma tierna del austriaco Peter Handke, ha tenido el mal gusto de obsequiarnos con una cariñosa defensa de Slobodan Milosevic en la revista alemana Literaturen. Handke visitó a Milosevic en la prisión en Scheveningen, junto a La Haya, y reafirmó en un tedioso panfleto su vocación como Céline balcánico. Sólo le falta ya una buena dosis de ese antisemitismo tan en boga de nuevo en nuestro continente de la tolerancia. El antisemitismo sirve de baremo perfecto para medir la falta de autoestima de las democracias y de su voluntad de autodefensa.
No deja de ser lógico que, cuando la clase política no difunde sino una nada solemnizada y la arrogancia del nuevo rico semiculto que quiere vendernos la reinvención del mundo, quienes no se refugien en el cinismo o la privacidad se lancen por senderos de certezas, por falaces que sean. Desde que cayó el muro de Berlín y se hundió el sueño de unos pocos y la pesadilla de millones, las esperanzas han sido tan efímeras como el éxito de un sinfín de poetas y adalides que nos anunciaban tiempos gloriosos. La mayoría de ellos no pudo siquiera hacer todo el daño que anunciaban porque la atracción del proyecto común europeo en la Unión aún mantenía su fuerza centrípeta y disciplinadora. El espectacular éxito de la España constitucional de los últimos 25 años fue para todo el este de Europa un modelo a emular y la confirmación de que las renuncias a pasiones y venganzas podían tener una inmensa recompensa. Hubo decenas de Zirinovskis y Siderovs fugaces. Sólo Milosevic tuvo tiempo otorgado para llenar tumbas.
Hoy, ni la UE ni España deslumbran a nadie y el respeto dentro y fuera se desmorona. Si el despecho a la clase política hierve, y no sólo en Francia u Holanda, en una Turquía mil veces engañada, Mein Kampf de Hitler es el cuarto libro más vendido. En los Balcanes, los demócratas tiemblan ante un posible portazo de la UE que sería un cheque en blanco para mafias y nacionalistas. Y en el seno de la UE, quienes simulan que allí no pasa nada son ya tan peligrosos para las instituciones como quienes las quieren dinamitar. Incapaces de deshacerse de sus propios mitos, inercias y corsés ideológicos, fracasados y esclavos de su propio populismo dulcificador, nutren mitos antagónicos y agresivos y amenazan con dejar inermes y desprestigiadas a las democracias ante sus nuevos enemigos.
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