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Columna
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'Titànics'

Enrique Gil Calvo

Tras el esperpéntico empate de los comicios gallegos y la reelección de Ibarretxe gracias a renovación de la hipoteca otorgada por Batasuna, el presente curso político se desagua para estancarse en la sequía estacional. Así que ahora conviene estar atentos a las oportunas serpientes de verano, siempre bienvenidas con tal de que amenicen el fastidio del estío informativo. Y una de estas serpientes bien podría ser el caso de los intelectuales anticatalanistas, que amenazan con segar la hierba bajo los pies de Maragall creando en su partido una resbaladiza fracción española. La lengua trífida de esta serpiente es bien conocida, encabezada como está por los profesores Azúa, Carreras y Ovejero. Pero de este tridente quiero destacar aquí al primer Félix, que se hizo felizmente célebre hace ya muchos años, cuando publicó en este periódico un famoso artículo donde comparaba a la Cataluña de Pujol con un ostentoso Titànic (con tilde catalana) ignorante de su naufragio. Pues bien, el profeta Azúa acertó de plano, pues hoy en efecto el Titànic de Maragall parece un buque a la deriva, que amenaza con hundirse no por la colisión con el iceberg españolista sino por su propia pérdida del rumbo político.

¿Cómo interpretar la voluntad del tripartito catalán de parir un nuevo Estatut confederal, que en la práctica implica la impugnación unilateral del actual federalismo fiscal? En realidad, podría tratarse tan sólo de una simple revuelta fiscal de tipo liguista, como la que ha protagonizado en Italia el bufón Umberto Bossi a la cabeza de su Liga Norte, tras inventarse una Padania calcada de Catalonia. Pero más que de insumisión fiscal (tan común en estos tiempos de minimalismo neoliberal) habría que hablar de emulación del (mal) ejemplo vasco. La Constitución del 78 legalizó la exención fiscal del Concierto foral vasconavarro, dividiendo España en dos: la privilegiada, exenta de pagar impuestos, y la sometida al régimen común, obligada a tributar con redistribución progresiva de la renta. Es, a escala territorial, la aplicación del evangélico efecto Mateo: a quien tiene (los vasconavarros), más se les dará; y a quien no tiene (el resto de españoles), todo les será quitado. Pero los catalanes se han hartado de hacer el primo, y ahora quieren hacer también de vascos.

Todo esto es seguramente cierto, pero también hay algo más. Como para dar la razón a Félix de Azúa, el caso catalán actual recuerda cada vez más al caso alemán. Hasta 1990, Alemania era no sólo la locomotora de Europa, sino además también su corazón (voluntarismo) y su cabeza (liderazgo). Pero tras la segunda Unificación (de significado histórico inverso a la primera Unificación de Bismarck), Alemania ha sido incapaz de seguir representando el mismo papel rector de la Unión Europea, otro Titànic cuyo actual naufragio se debe sobre todo a la decadencia germana, más que al frívolo oportunismo francés o a la interesada traición británica. Sencillamente, los alemanes ya no son capaces de seguir tirando del carro europeo. Y ante su dimisión, el carro se para, sin carretero que lo mande.

Pues bien, el Titànic catalán representa respecto a España lo mismo que el Titànic alemán. Hasta ahora, Cataluña estaba dispuesta a pagar más impuestos que los demás territorios porque lo consideraba no un coste improductivo sino una inversión rentable, que le otorgaba poder de control sobre el mercado español. Así venía sucediendo desde la primera Restauración canovista, permitiendo un siglo largo de acumulación catalana gracias al proteccionismo estatal español. Pero tras el ingreso de España en la UE y, sobre todo, tras la llamada globalización, ese proteccionismo estatal ya no es posible, con lo que Cataluña ha perdido su control del mercado interior y ahora se siente incapaz de seguir siendo la locomotora que tira del carro español. De ahí que los impuestos que paga hayan dejado de parecerle una inversión y ahora prefiera verlos como un coste, sirviéndole de coartada para tapar su dimisión del liderazgo peninsular.

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