Cuando muera de olvido la memoria
EL PAÍS presenta mañana, por 9,95 euros, el último volumen de la Historia Universal, en el que se ofrece una cronología general
La historia es tiempo y el tiempo no existe como realidad prolongada y simultánea, porque lo tenemos sólo en el presente, y cuando podemos contabilizarlo es que ha pasado ya.
La cronología, la contabilidad de las fechas ha tenido mala prensa en los ordenamientos escolares de unas décadas a esta parte. La memoria, tan vinculada al tiempo y al olvido que escribió Ricoeur, tan necesaria aún al periodista pese al gran triunfo del ordenador, se ha visto habitualmente, sin embargo, reducida a la condición de pariente pobre de la inteligencia.
Lo importante, se decía con la arrogancia de los olvidadizos, es comprender los conceptos, no atiborrarse de fechas y datos que, presuntamente, nublan los más augustos procesos mentales del ser racional. Los datos ya pueblan los libros, y los libros -hoy el Google- están a nuestro servicio, por lo que, se dice, basta con echar mano de ellos. Y así es, salvo cuando ello no es posible, caso de la premura del instante que nos obliga a los periodistas, pero también, en ocasiones, a cualquier otro profesional, a repentizar o pensar en el tiempo.
Y, efectivamente, la cronología, la construcción de la realidad en secuencias de momentos y acontecimientos, es importante porque la manera más productiva de pensar es muchas veces cronológica o secuencial. Sin un acopio razonable, en absoluto exhaustivo ni milimétrico, de equipaje en forma de memoria, resulta difícil entender las cosas. Así, el periodista es un profesional que va acumulando un acervo de recuerdos inútiles, hasta el día en que éstos prueban su utilidad.
No da igual que pensemos a Hernán Cortés en el siglo XVI que en el XVII; no es irrelevante que tengamos una noción, todo lo convencional que se quiera, pero necesaria para categorizar, de que el XVII ya no fue el XVI; que no es lo mismo la Baja que la Alta Edad Media, sin que ello obste para que nos liberemos de la idea de un siglo XVII sólo abocado a las catástrofes, o que pongamos radicalmente en duda que el término Edad Media tenga hoy mucho sentido. Lo que está claro es que la monarquía española, por ejemplo, no era verosímil que expulsara a los judíos dos siglos antes de lo que lo hizo, a fin del siglo XV, ni que se lanzara a plantear y resolver el acertijo del Nuevo Mundo cuando aún no había carabelas, ni conocimiento de los vientos alisios y contraalisios; 1492 no era una fecha materialmente inevitable, pero sí era inevitable que el llamado Descubrimiento no ocurriera ni un siglo antes ni un siglo después. Las cosas ocurren cuando se dan las condiciones para ello, y conocer con alguna valoración de lo cronológico de dónde vienen, cómo se forman, cuando entran en germinación, ayuda a saber pensar. La cronología es esencial para que sepamos lo que sabemos.
Pero no hay que desesperar. No hay buena fortuna que mil años dure. En un futuro, que ya es casi presente, naceremos sin duda con el Google incorporado, de forma que la máquina creada para el servicio del ser humano le arrebate, sin embargo, uno de sus últimos espacios soberanos.
Cuando hayamos matado definitivamente la memoria, sólo nos quedará un vacío en el lugar del recuerdo de lo que fuimos.
Babelia
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