Charlot, visto y corregido por Chaplin
El Jeu de Paume, en París, muestra a través de 250 imágenes la evolución del famoso personaje
Charles Spencer Chaplin (Londres, 1889-Vevey-Suiza, 1977) fue el actor más famoso el mundo. La silueta de su personaje, el vagabundo Charlot, con bombín, pantalones desastrados y un bastón flexible, es mundialmente reconocida no sólo por el público infantil, sino por gente de todas las edades y latitudes. Pero ese vagabundo al que se le imaginó incluso un origen aristocrático no fue siempre igual. A lo largo de los años, Charlot fue cambiando, de acuerdo con la evolución de la sociedad, pero aún más de acuerdo con los deseos de Chaplin, inglés adoptado por unos Estados Unidos que acabaron por rechazarle al imaginarle comunista.
Charlot es un iceberg. Bastaba con ver el tiempo que invertía entre cada uno de sus filmes -cinco años de promedio a partir de 1925- para comprender que detrás de la aparente simplicidad de las historias y los personajes existía un enorme trabajo de estilización, de búsqueda de lo esencial. La edición reciente de un DVD de El gran dictador (1940) nos ha permitido descubrir en color que, por ejemplo, Chaplin rodó otros finales antes de decidirse por el célebre discurso, y que varios decorados o situaciones fueron sacrificados en el momento del montaje.
"Un asesinato te convierte en bandido; millones de ellos, en héroe. La cantidad santifica", dice Verdoux
Una misma acción es sujeto de varias interpretaciones, y de la confusión nacen la comicidad y el drama
El centro parisino Jeu de Paume, con la ayuda inestimable de los archivos de la familia Chaplin, presenta ahora y hasta el 18 de septiembre 250 fotografías -inéditas o no- que hacen emerger la parte oculta del trabajo chapliniano, que nos permiten descubrir cómo el cineasta hizo evolucionar su criatura y cómo procedió a su eliminación. Y no sólo eso: la exposición también nos sugiere el porqué de los cambios. Junto a las fotografías encontramos las películas, algunas de ellas mal conocidas, como las de su periodo Keystone (1914-1916), otras célebres como Luces de la ciudad (1931), pero de las que nunca habíamos visto una secuencia cómica excelente suprimida sin duda por estrictas razones de ritmo. En esos planos cortados, Charlot se pelea con un trozo de madera, primero displicentemente, como si jugase; luego, cada vez con más saña, y es observado desde fuera por un punto de vista que no puede comprender su gesticulación. Una misma acción es sujeto de varias interpretaciones y de la confusión nacen, a la vez, la comicidad y el drama.
El Charlot de la primera época es un tipo que sólo piensa en acostarse con la mujer del vecino, con robarle la paga al amigo y con darle una patada en el trasero a quien anda despistado. No es el vagabundo de buen corazón de El chico (1921), capaz de adoptar a un huérfano. Es un personaje rijoso y desprovisto de escrúpulos que alarma a las ligas defensoras de los principios morales. Las tramas de las historias para la Keystone son sencillas, con muchas caídas, tartas en el rostro y persecuciones. Luego el personaje se va afinando y los relatos ganan en complejidad, los sentimientos dejan de ser unívocos, la paleta psicológica contempla más tonalidades.
A disgusto con la utilización naturalista del sonido, el personaje de Charlot sobrevive a esa mejora técnica primero haciendo caso omiso a ella, después circunscribiendo el hallazgo, como en Tiempos modernos (1936), a una canción cantada en camelo, o, como en El gran dictador, a un parlamento último dirigido a toda la humanidad y no a los personajes del filme. A medida que las películas se hacen más largas y Charlot adquiere densidad, cobra también importancia la preparación coreográfica. Chaplin estudia y planifica al detalle los desplazamientos, la gestualidad, que ya no se limita a la mueca o la lágrima, sino a hacer de un delirio etílico un ballet o del deambular de un boxeador sonado un pas a deux con el árbitro o el rival. En otras oportunidades son los patines los que permiten expresar el entusiasmo amoroso de Charlot, situar al protagonista entre el éxtasis y el abismo.
La mayor riqueza del personaje de Charlot y, sobre todo, sus opciones políticas, hacen que deje de ser "apto para todos los públicos" o, mejor dicho, del agrado de todos los poderes. En Tiempos modernos la crítica del fordismo es transparente: Chaplin denuncia la transformación del hombre en un mero engranaje al servicio de la producción. Antes, en Luces de la ciudad, que es una cinta muy influida por el crack de 1929, nos ha presentado a un millonario inconsciente y borrachín que durante sus horas de lucidez se comporta como un crápula explotador para luego, cuando el alcohol ha rebajado su percepción de la realidad, transformarse en amistoso compañero de fatigas. En Monsieur Verdoux (1947), un Charlot atildado, de pelo gris y traje impecable, se aleja del objetivo. No como un vagabundo, sino como un pequeño burgués condenado al cadalso. "Un asesinato te convierte en un bandido; millones de ellos, en un héroe. La cantidad santifica", dice Verdoux. Y todos pensamos en Hiroshima.
La relación misma con las mujeres, los distintos tipos de mujer que Charlot elige, explica mucho sobre la evolución del personaje, capaz de maltratar a Mabel Normand, pero que es de una delicadeza extrema con Paulette Goddard después de haberse mostrado como sexualmente incontinente con otras actrices como Edna Purviance. Verdoux culmina el cambio: es un asesino de viudas.
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