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Columna
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El fin de la pobreza, la utopía factible

Joaquín Estefanía

El pasado fin de semana los ministros de Finanzas del G-8 (los siete países más ricos del mundo, y Rusia) han hecho un ensayo general de la reunión que celebrarán en Escocia, el mes que viene, los dirigentes de esos países. El combate contra la pobreza, centrado en la zona más desamparada del planeta (África subsahariana), debería ser la prioridad de tal cumbre. A continuación están convocadas otras dos reuniones de la misma significación: la Conferencia Especial de Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y la conferencia ministerial de la Organización Mundial de Comercio. Del resultado de los tres claustros dependerá si la lucha contra la pobreza deviene en el eje de la política internacional o continúa siendo tan sólo retórica.

La casualidad ha hecho que coincida el G-8 con la crisis política boliviana. En esta última se mezcla la existencia de un conflicto abierto entre pobres y ricos con otro étnico que se superpone al primero. Bolivia es el país que tiene en su subsuelo las segundas mayores reservas de gas y, al mismo tiempo, la penúltima renta per cápita en toda América Latina (delante de Haití). Los que se han rebelado en las calles no entienden cómo con un subsuelo tan rico son pobres de solemnidad. Bolivia es un país que hizo sus deberes macroeconómicos: los que le indicaron el FMI y el Banco Mundial (BM). Abrió el país a la inversión extranjera y creció, durante toda la década de los noventa, a un ritmo superior al 4% anual. Se acabó con una hiperinflación semejante a la de la República de Weimar y, sin embargo, las reformas de segunda generación (las que distribuyen el bienestar a los ciudadanos) nunca llegaron.

Uno de los economistas que más aconsejaron a Bolivia para salir de aquella pesadilla, el norteamericano Jeffrey Sachs, es el mismo al que el secretario general de la ONU ha encargado este año un informe para conocer cómo está avanzando el mundo en la lucha contra la pobreza (Invirtiendo en el desarrollo. Un plan práctico para conseguir los Objetivos de Desarrollo del Milenio). Recordemos que, entre esos objetivos, figura el de erradicar la pobreza extrema y el hambre en el planeta para el año 2015: reducir a la mitad el porcentaje de personas cuyos ingresos sean inferiores a un dólar por día, y disminuir a la mitad el porcentaje de personas que padecen hambre.

Los ODM son asumidos en teoría, incluso, por las organizaciones multinacionales que más se alejaron en el pasado de la lucha contra el hambre: el FMI y el BM. El director gerente del FMI, Rodrigo Rato, acaba de declarar que hay que participar en este combate no sólo por motivaciones éticas, sino políticas: si no se corrigen estas desigualdades, el sistema no puede funcionar. Paul Wolfowitz, el jefe de los neocons americanos al que Bush ha puesto al frente del BM, dijo en la toma de posesión que sus prioridades serán la batalla contra la corrupción y contra la pobreza, centrada ésta en el continente africano.

Asimismo, Tony Blair, que juntará en un sólo sombrero en los próximos meses la representación del G-8 y de la Unión Europea, ha preparado una especie de Plan Marshall para África, que contempla tres tipos de medidas: una aportación especial de 25.000 millones de dólares por año, la condonación de la deuda externa de los más pobres, y el incremento de la ayuda al desarrollo (AOD) al 0,7% del PIB de los países donantes. Habrá que ver si esas medidas adquieren el compromiso de obligado cumplimiento para reformar las reglas internacionales del comercio, cancelar la deuda insostenible de los países pobres, y aumentar los volúmenes y la calidad de la AOD.

Las recomendaciones de Sachs o de organizaciones como Oxfam Internacional coinciden en la tendencia de las medidas, aunque varían en las cantidades y en la rapidez para instrumentarlas. Muchas de estas organizaciones opinan que la mejor manera de combatir la violencia y distintas manifestaciones terroristas que asolan el mundo es luchando contra la pobreza y acabando con los Estados fallidos que generan gigantescas bolsas de desigualdad. Éstas son el caldo de cultivo de las primeras.

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