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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lento entierro

Sin sorpresas y con su habitual frialdad, el secretario del Foreign Office, Jack Straw, anunció ayer la suspensión sine die de la tramitación parlamentaria en el Reino Unido para celebrar el referéndum sobre la Constitución europea. Londres ha desoído así los llamamientos de París, Berlín y Bruselas para actuar de manera conjunta. De forma unilateral, ha lanzado un ataque preventivo contra el tratado constitucional antes de la cumbre de los Veinticinco de la próxima semana, donde algunos intentarán rescatarlo. Lejos de contribuir a apagar la crisis, Londres puede haber abierto aún más la caja de Pandora de los instintos nacionales europeos.

Blair no se va a arriesgar a convocar un plebiscito que claramente puede perder sobre un texto cuya viabilidad está en duda, y cuyos plazos de ratificación Chirac y Schröder han pedido que se alarguen más allá de 2007. Straw tiene razón al considerar que no tiene sentido seguir con la tramitación de la consulta hasta que se aclare cuáles son las consecuencias del no francés y holandés. Chirac, principal pero no único responsable del desastre, no ha dado aún indicación alguna de por dónde salir del atolladero en el que los franceses y los holandeses, de forma escrupulosamente democrática, han metido al conjunto de la Unión Europea.

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Pero si realmente el Gobierno de Blair apoya, como dice, la Constitución porque afronta los retos de la Unión ampliada, podría haber aguardado hasta después del Consejo Europeo para dar el paso que anunció ayer. La presidencia británica de la UE que se inicia el próximo 1 de julio va a estar marcada por esta crisis. A Blair le hubiera convenido mostrarse más solidario con el conjunto de sus colegas europeos. El pánico empieza a cundir en algunos gobiernos que aún no han superado la ratificación del tratado. Juncker, actual presidente de turno del Consejo Europeo y primer ministro de Luxemburgo, es el más consecuente: mantiene el referéndum en su país el 10 de julio, y dimitirá si pierde.

En mitad de la borrasca, un inesperado rayo de sol ha salido de Suiza, cuyos ciudadanos aprobaron el pasado domingo integrarse en el área Schengen, que elimina las fronteras internas y en la que participan 13 países de la UE, además de Noruega e Islandia. Es un voto de confianza en el futuro de la construcción de Europa y un paso más de los suizos para romper su tradicional aislamiento político.

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