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Entrevista:Dario Fo | Autor y actor | 64ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

"Sobran payasadas y falta sátira"

Enric González

Dario Fo (San Gianno, 1926) ha emprendido un viaje al pasado. Acaba de publicar un libro de memorias sobre sus primeros siete años, "los más importantes de la vida", que se extiende en realidad hasta su insólita experiencia como paracaidista en las últimas tropas de Benito Mussolini, y este fin de semana ha estrenado una obra sobre la historia de las máscaras en el teatro. Pero no pierde de vista el presente, marcado por un Silvio Berlusconi "con tanto talento para la mentira que es capaz de engañarse a sí mismo" y por la "escasez de sátira". "Sobran payasadas y falta sátira", afirma.

No aparenta sus 69 años. El viernes, en los jardines del Museo Internacional de la Máscara, recién abierto en la localidad balnearia de Abano Terme, junto a Padua, se mantuvo en escena durante dos horas largas caminando, impostando voces, improvisando y jugando con el público. Máscaras, muñecos y hombres pintados, la pieza que este fin de semana representa por primera vez en Abano Terme y que un equipo de cámaras filma para una futura emisión televisiva, carece aún de una forma concreta. Se está construyendo a la manera de Fo, función a función. Por el momento, cuenta con Fo; con su esposa, Franca Rame, sentada a una mesa con la tarea de apuntadora -el dramaturgo se niega a aprenderse los textos- y contrapunto sarcástico; con una colección de máscaras de todas las épocas, y con unas cuantas diapositivas con dibujos del propio Fo. Con ese escaso material consigue momentos de extrema comicidad.

La base de la obra son las historias que Dario Fo -un gran pintor y un exquisito crítico de arte- se saca de la manga como un prestidigitador. Contar historias es lo suyo. El país de los cuentacuentos, que en España acaba de editar Seix Barral, es una autobiografía en la que el premio Nobel de Literatura se remonta a sus primeros años de vida y al entorno mágico de San Gianno, la aldea de montaña junto a la frontera suiza en la que nació y en la que su padre, héroe de la guerra del 14 y antifascista furibundo, ejercía como jefe de estación.

"Para medir a un hombre basta analizar sus primeros siete años de vida", asegura, "y conocer a su abuelo. He tenido la suerte de tratar a mucha gente importante, tipos del calibre intelectual de Jean-Paul Sartre, y todos me han ratificado la importancia del abuelo en su formación". El suyo fue un agricultor al que recuerda como "un hombre sabio". San Gianno era llamado "el pueblo de los murciélagos" por su intensa vida nocturna: las fábricas de vidrio, los pescadores del lago y los contrabandistas trabajaban de noche, "y eso llevaba a algo inevitable: el bar estaba siempre abierto y en él, de madrugada, se reunían tipos pintorescos que sabían contar historias".

Dario Fo era un niño con un talento excepcional para la pintura que, a fuerza de escuchar, aprendió el oficio de narrador popular. Ambas especialidades le sirvieron de mucho cuando fue alistado, con 17 años, en el Ejército nazi-fascista de la efímera República de Saló, el último resto de la Italia mussoliniana. "Vino a arengarnos Mussolini, convertido en un tipo flaco y mustio, sin ningún interés. Nos habían convencido de que nos dejarían permanecer en nuestros pueblos, como miembros de la defensa antiaérea, pero luego descubrimos que nos enviaban a Alemania para combatir junto a los nazis", recuerda. Vivió el bombardeo de Treviso, que dejó 10.000 muertos, y guarda recuerdos atroces de aquellos días.

La solución de Fo consistió en falsificar documentos para él y sus amigos (por lo visto, era muy bueno falsificando sellos oficiales), embaucar a unos cuantos mandos con su verborrea incontenible y alistarse en los paracaidistas, con la esperanza de que la guerra terminara antes que el periodo de entrenamiento. No fue así. Tuvo que falsificar nuevos documentos para desertar y ocultarse en un granero hasta que la entrada de los partisanos en el valle fue saludada desde los campanarios de todas las iglesias.

Luego llegaron los estudios de arte; Franca Rame, su compañera de los últimos 50 años; el primer viaje a París, y el éxito de Misterio bufo, su primera sátira con repercusión internacional. Y los años oscuros del terrorismo rojo y negro. La justicia italiana acaba de cerrar, sin culpables, el sumario por el atentado fascista de Piazza Fontana (Milán, 1969, 16 muertos y 88 heridos), que abrió paso a la "década de plomo". En 1973, Franca Rame fue secuestrada, torturada y violada por un grupo de fascistas conectados con la policía. "Los tribunales han escuchado numerosos testimonios sobre cómo se brindaba en los cuarteles de carabinieri para celebrar esa violación, han escuchado nombres concretos y detalles concretos, y sin embargo aquel terrorismo de Estado quedará para siempre impune. Estoy asqueado", dice.

Eran los tiempos de Muerte accidental de un anarquista, la sátira sobre un hecho real que le convirtió en símbolo de la izquierda y en dramaturgo célebre. "Es triste", comenta, "pero en muchos países donde se ha representado la pieza creen que es retocada para adaptarla a la realidad nacional, y no, es siempre el mismo texto, válido en todas partes porque en todas partes hay violencia, abusos policiales y encubrimientos políticos".

Ninguna conversación con Dario Fo concluye sin que haga aparición el espectro de Silvio Berlusconi, "un tipo capaz de sorprenderme siempre". "Los políticos suelen mentir, pero Berlusconi es un trilero de nivel cósmico, un genio de la mentira. Tiene tanto talento para la mentira que es capaz de engañarse a sí mismo. Yo estoy seguro", sigue, "de que a fuerza de repetirlo, ha acabado convenciéndose de que tiene en contra a todos los grandes medios italianos, aunque sean de su propiedad o estén bajo su control. Y de que ha mantenido sus promesas. Y de que Italia va estupendamente". "Y luego están esas conversaciones suyas con su madre en las que adivina el estado de ánimo nacional, y Verónica, esa esposa-fantasma que tiene y que sin duda le desprecia".

"El de Berlusconi es un espectáculo acorde con los tiempos", agrega. "Sigue habiendo grandes fabuladores, pero se tiende a la payasada fácil, que no es lo mismo que la sátira grotesca y está muy lejos de la ironía. La televisión está llena de payasadas porque no molestan a nadie. Sobran payasadas", concluye, "y falta sátira".

Dario Fo.
Dario Fo.

Máscaras que sudan a través del cuero

Dario Fo inventó Máscaras, muñecos y hombres pintados, definida como "lección-espectáculo", en honor de un viejo amigo: Donato Sartori, de profesión mascarista. Sartori es un especialista mundial en caretas y el más reputado fabricante de máscaras para teatro, "máscaras de verdad", dice, "de las que encajan sobre el rostro o en la cabeza, no esas cosas para adornar las paredes", y ha depositado el fruto de 77 años de tradición familiar en un museo extraordinario. El museo está en una localidad peculiar, Abano Terme, un balneario a las afueras de Padua y a unos sesenta kilómetros de Venecia, porque el Ayuntamiento ofreció la mejor sede. Fue inaugurado en diciembre.

La tradición la inició el padre de Sartori, un escultor de prestigio cuyo nombre de pila, Amleto (Hamlet en italiano), daba una pista sobre el oficio en que iba a acabar. Tras la Segunda Guerra Mundial, un grupo de actores italianos quiso resucitar la Comedia del Arte renacentista, pero faltaban las máscaras adecuadas. Acudieron a figurinistas y artesanos sin éxito, porque la técnica de construcción se había perdido, y al final contactaron a Amleto Sartori, profesor de escultura anatómica en la Facultad de Arte de Milán. Sartori aceptó el encargo y hasta su prematura muerte, a los 46 años, no hizo otra cosa que estudiar sobre máscaras y fabricarlas.

El hijo, Donato, heredó el oficio. Tiene talleres en Escandinavia, colaboradores en Japón y una colección impresionante, acumulada a fuerza de analizar bajorrelieves griegos o ruinas romanas, colaborar con facultades de Antropología y ensayar con materiales antiguos. Entre sus clientes se cuentan grupos teatrales como el español Els Comediants.

Donato Sartori, que se ocupa personalmente del museo-taller con su compañera Paola, deja que Dario Fo pruebe máscaras, compare sonoridades -una buena máscara da una voz distinta, más vibrante, a quien la usa- y disfrute un poco. Muestra dos piezas idénticas para demostrar en qué consiste su arte. Se trata de dos máscaras de arlequín, en cuero, como casi todas, una nueva y la otra utilizada durante años por Ferruccio Soleri, el "arlequín más célebre de la actualidad". La utilizada ha adquirido las facciones de Soleri y parece casi humana. "A veces, cuando suda, Soleri se seca la frente sin recordar que aquello no es su piel, sino el cuero de la máscara", dice Sartori.

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