Europa y Torrelodones
Arremete Fernández, en el Abc, contra la decisión, indecisión, del Ayuntamiento de Torrelodones, que no permite la instalación de un hotel de lujo en el palacete, castillete, del Canto del Pico, paraje así llamado por una airosa piedra caballera que dominaba el cerro hasta que le creció al lado el espantoso espantajo, "ostentóreo" capricho de un almenado conde megalómano que lo mandó construir, terciado el siglo XX, para guardar en él los trofeos acumulados en largos años de correrías y expolios, botín de guerra incruenta que no libró con el filo de la espada sino con los cordones de su bolsa: piedras sagradas, regios sillares, arcos, pórticos y capiteles, incluso un claustro completo, enajenado de un vetusto monasterio en horas bajas; materiales de ensueño que, ensamblados sin arte ni ciencia, forjaron un edificio de pesadilla, descabalado puzzle, morada del engendro de Frankestein y residencia veraniega de Drácula; hosco mamotreto que muestra su mejor cara cuando se le contempla desde lejos; monumento megalítico y funerario encaramado en las alturas; desmesurado pájaro de rapiña que escruta el llano al acecho de sus presas.
El garrafolludo conde (adjetivo expoliado de un memociclo de Jardiel Poncela y que no significa nada) donó, como muestra de vasallaje y gratitud, su siniestro castillo a un personaje que parecía hecho a la medida para habitarlo, al excelentísimo y caudillísimo, señor de los ejércitos, de las vidas y de las muertes, Francisco Franco Bahamonde, que no rechazó -nunca lo hacía- el obsequio, pero que jamás pernoctó en el inmueble porque prefería su apostadero de El Pardo, en compañía de gamos y corzos, con guardias civiles custodios, del cazador y de su caza. Deshabitado y expuesto a nuevos expolios y misteriosos incendios, arruinado y arrumbado quedó el nido de águilas imperiales trasmutado en refugio de murciélagos, insectos y roedores.
En Alemania -esto no lo cuenta Fernández pero se lo apunto yo- han recalificado, sin tantos melindres, el legítimo "nido de águilas", el chalé de montaña favorito del Führer que ahora es un hotel de lujo y de tronío, para nostálgicos y curiosos, para turistas y espiritistas al acecho del terrible espectro. En su artículo, titulado Europa y el Canto del Pico (sic), Fernando Fernández advierte contra "la lógica en la que vivimos. O del pueblo, o nada". Así no vamos a ninguna parte en Europa, argumenta el columnista y así se lo espeta, en pocas pero claras líneas, al alcalde de Torrelodones , al presidente de los franceses, y al pueblo español, y lo hace citando a Erich Fromm por las solapas de El miedo a la libertad, libro que el maduro Fernández califica como "uno de esos libros de psicología para adolescentes". Somos como niños, nos increpa el fustigador, que remata su pieza con este lapidario tiro de gracia: "Como se imponga la lógica del Canto del Pico, Europa caerá definitivamente en la irrelevancia". Como adolescentes le tenemos miedo a la libertad y en esto a los españoles nos pasa lo mismo que a Chirac, al que Fernández increpa desde su tribuna por haber utilizado en su campaña del referéndum "el miedo al liberalismo económico y a la defensa de los valores tradicionales de la Francia estatista". Ahí les duele Fernández, y de paso, a ver si aprenden los de Torrelodones, pues de qué te sirve el medio ambiente "estatizado", si no puedes explotarlo y sacarle una pasta.
En este caso, el medio ambiente que quiere preservar el pueblo, es el de la sierra del Guadarrama, deteriorada y expoliada, tiempo ha, por la injerencia de especuladores sin miedo y políticos sin escrúpulos. Además, y esto no lo suscribe Fernández, el palacete es un adefesio arquitectónico enclavado en un espléndido paisaje de alto valor ecológico, uno de esos valores que no cotizan en Bolsa si no son privatizados y liberados de los voraces apetitos de sus legítimos propietarios y sus herederos, pero como insiste Fernández: " El mundo no se va a detener a esperar que el Ayuntamiento encuentre recursos para expropiarlo".
Expoliado de sus expolios, el caserón se quedaría en los huesos, esqueleto que pronto cubrirían los musgos y las zarzas, ruinas habitadas por improductivos pájaros, y ociosas flores, que ni tejen ni hilan y se limitan a producir oxígeno y a derrochar belleza sin cobrar la entrada.
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