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Análisis:REFERÉNDUM EUROPEO | La campaña en Francia
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un escalofrío recorre la 'Vieja Europa'

El partido de ida ha sido un pequeño desastre con la aplastante derrota del canciller alemán, Gerhard Schröder, en las elecciones de Renania-Westfalia. Y no porque sea intrínsecamente mejor que gane la socialdemocracia a la democracia cristiana, sino porque la pareja franco-alemana, lo que Donald Rumsfeld, llamó la Vieja Europa, sufría una primera amenaza de parálisis en la construcción europea. Pero el partido de vuelta sería aún peor si en Francia ganara el no, como apuntan los sondeos, en el referéndum del próximo domingo sobre la Constitución de la UE. ¿Qué ha ocurrido en Francia para que haya que dudar de su europeísmo?; que lo mejor es enemigo de lo bueno.

Los adversarios clásicos de Europa, la extrema izquierda y parte de la izquierda, en general; la extrema derecha y parte de la derecha católica, forman una gruesa minoría en Francia capaz de incordiar bastante, aunque no de ganar un referéndum que apoyen el resto de las fuerzas vivas de la nación; necesitan para ello a un conde don Julián, y lo han encontrado en un notable bloque del socialismo centrista; un grupo que acaudilla un político frío como el hielo, blanco como el papel cuché, al que un día un escándalo de sangre contaminada en la sanidad francesa parecía haber prejubilado: Laurent Fabius.

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Los argumentos de ese socialismo son, sin embargo, del todo respetables. La Europa de la Constitución está demasiado anglosajonizada; el social-corporativismo, que ha derivado en esencia del Estado francés y de su doctrina republicana, caen con el texto constitucional en riesgo de privatización; en resumen, que esa Europa es gravemente complaciente con el viento neoliberal que sopla desde que desapareció la URSS. Pero el problema es que, defendiendo puntos de vista tan legítimos, amenazan con obtener lo contrario de lo que buscan; de tan europeístas que son, se van a quedar sin Europa.

Y todo ello porque sin Constitución, que es lo que va a ocurrir si gana esa heterogénea coalición francesa, la UE no reorienta su camino hacia una mayor visión social de sí misma, sino que entra en la peor de las melancolías; con el no quien gana es el que no quiere ninguna Europa, el que se aferra a la Francia de Barrés, Vercingetórix y, quizá, Pagnol. Esto no es un tiro al blanco de los que tienen premio si se acierta, sino que aunque se gane no dejan elegir el premio. Una hecatombe sin regateo, porque la teoría que los interesados divulgan con gran desenvoltura de que entonces se renegociaría la Constitución, no es más que pura fantasía.

Fuertes ambiciones personales contaminan, por añadidura, tanto izquierdismo funcional. La victoria de los refractarios es una debacle personal para el presidente Jacques Chirac, el hombre de un gaullismo plástico que tanto le servía un día para ensoñarse con el sacre de Reims, como hoy con la fabricación de una Europa franco-alemana. Pero no sólo de Chirac, sino también del socialismo oficial, que encabeza el apreciable pero esponjoso François Hollande. Y esa doble derrota, puede pensar Fabius, es precisamente lo que necesita para reclamar un día el liderazgo de la izquierda y volver a ser presidenciable.

El no sería, por otra parte, como una granada de fragmentación que pondría perdidos de esquirlas los alrededores. Pese a que en teoría debiera confortar a los británicos centristas, aquellos que quieren Europa pero sin pasarse, porque les confirma que la UE es liberal y atlántica, lo que haría, en cambio, sería reforzar un eventual no de las Islas, si un día Tony Blair o Gordon Brown osaran convocar su referéndum; y, de igual manera, la jugada de Schröder, con el fuerte adelanto de las elecciones nacionales, también podría verse afectada por el maremoto francés.

Pero nada está aún perdido. En el primer caso, una bolsa apreciable de irresolutos o la simple lógica del pésimo negocio que haría Europa con el no, y en el segundo, el margen de maniobra que aún tiene Berlín, pueden ser decisivos. Y, en último término, la obviedad de que la Casa Blanca vota no, debiera dar alguna pista a los franceses.

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