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Reportaje:

Susu, del Sáhara a Madrid

Tiene siete años y vive en un campo de refugiados saharauis del desierto argelino, entre arena y sol. Hace dos veranos vino de vacaciones a España. Ese paso por Europa, que cada año hacen más de 8.000 niños como él, ha quedado recogido en un emotivo documental, 'El viaje de Susu'.

Susu alucina mirando cómo da vueltas el agua con el jabón y la ropa dentro de la lavadora. Susu se afana en apretar un grifo para cerrar bien la fuente de un parque y que no gotee. Susu se queda tan impresionado al ver el mar que lo único que le sale es sentarse en cuclillas, llevarse las manos a la cabeza en actitud reflexiva y mirar el horizonte sin decir nada durante varios minutos; un gesto típicamente saharaui, como han hecho sus antepasados desde hace siglos mientras contemplaban las dunas del desierto. Aquí, lo que hay es un azul profundo.

"Tuvo más reacciones curiosas. El primer día en Madrid tocaba de forma muy concienzuda las hojas de las plantas y árboles", recuerda Nicolás Muñoz.

"Una de las cosas que más ilusión le hicieron fue viajar en tren", dice María Rosa Medina.

"En cuanto llegó a su casa de Madrid se descalzó, se quitó las sandalias", apunta Nicolás.

"El aeropuerto, los aviones, las bicicletas le encantaron; pero sí, fue el mar, cuando fuimos a Almería, lo que más le impresionó", recuerda María Rosa.

"La escena del grifo es la favorita de todo el equipo; llevaba sólo 10 horas en Madrid, y a Susu no le cabía en la cabeza que no se aprovechara hasta la última gota de agua", añade Nicolás.

Susu es uno de los entre 8.000 y 9.000 niños saharauis, de 7 a 12 años, que cada verano vienen dos meses a España con el programa Vacaciones en Paz, que comenzó en 1988 y que ponen en marcha unas 300 asociaciones de Amigos del Pueblo Saharaui repartidas por España (un programa que también desarrollan otros países, como Italia y Francia, pero que sobre todo ha arraigado en España). María Rosa Medina es la madre de la familia de acogida de Susu en Madrid. Y Nicolás Muñoz, hijo de los pintores Lucio Muñoz y Amalia Avia, que se estrenó en el cine en 1999 con la comedia Rewind, es el director del documental El viaje de Susu, que capta esa ida y vuelta de un niño de siete años entre el campamento de refugiados de Smara -en un desierto de piedras junto a la ciudad argelina de Tinduf- y España.

Susu, llevando comida a las tres cabras de su familia (ocho hermanos), encerradas en un corralito en medio de la nada. Susu, jugando con un pequeño camión hecho con una caja. Susu, entre una tormenta de arena, extrañas figuras como fantasmas entre una niebla naranja. Y Susu, haciendo batallas con pistolas de agua. Y Susu, bañándose con manguitos en la piscina.

Susu, dormido en el suelo, sobre unas alfombras, en la tienda de campaña de Smara, uno de los cuatro grandes campamentos que acogen a unos 165.000 saharauis desplazados de su territorio, unos campos que nacieron provisionales, pero cuya temporalidad cuenta ya 25 años. Y Susu, rodeado de mil colorines y juguetes con soniquetes divertidos en la habitación que comparte, en una zona acomodada de Madrid, con Gabriel, el hijo de María Rosa.

No, no. La interpretación que muchos lectores pueden estar haciendo a estas alturas del texto no se corresponde con la realidad. Los críticos con el programa Vacaciones en Paz lanzan la siguiente pregunta: ¿qué sentido tiene traer a esos pobres niños (suelen decirlo así, "esos pobres niños") a un país como España, con todas las comodidades; ponérselo en bandeja durante dos meses, y devolverles después a un desierto con las cabras? ¿Tiene sentido?

María Rosa matiza esa interpretación. Recuerda como muy dura la primera semana con Susu: "No paraba de llorar". Hace memoria: "Algunas de mis amigas me soltaban eso de si merece la pena traerles a España y ver que aquí tenemos de todo, para luego tener que marcharse. Yo por lo menos no lo he visto así: viven en unas condiciones duras, pero no vienen de la miseria; no vienen con hambre, ni suelen estar enfermos. Susu, lo único que tenía era un poco bajo el nivel de hierro. Y son niños muy orgullosos de ser saharauis. Yo en Susu nunca tuve esa sensación de que iba a sufrir al regresar. Todo lo contrario. Estaba feliz con la vuelta. Y los últimos 10 días se los pasó preguntando continuamente: ¿cuándo me marcho, cuándo me marcho? Eso también te hace pensar que muchas de las cosas que tenemos son tan superfluas que en realidad no añaden felicidad".

Merche González, coordinadora de Vacaciones en Paz en la asociación Amigos del Pueblo Saharaui de Madrid, creada en 1976, amplía esta percepción: "No son niños que vengan de familias desestructuradas; todo lo contrario, allí tienen mucho apoyo y cariño. Son además familias grandes, como las antiguas españolas, donde conviven con abuelos, tíos y primos, y además viven de la manera que tanto gusta a los niños, en comunidad, todo el día en la calle, en pandilla; en los campos de refugiados hay muchos niños. Ellos están muy orgullosos de lo suyo, y no nos pensemos que lo cambiarían tan fácilmente".

Gali Mohamed tiene 11 años y una expresión vivaracha; ha venido cuatro veranos a España, a la casa de Montse y Diego, y este curso se ha quedado en Madrid para seguir un tratamiento contra la hepatitis que padece: "Me dolía aquí [apunta el hígado] y me tienen que pinchar. Por eso me he quedado".

También vive en Smara, como Susu; dice que su padre se llama "Paquito" y que ahora trabaja como médico en Mauritania, que son muchos hermanos y que los mayores se han ido a trabajar a Rusia.

-¿Cómo es tu casa en el Sáhara?

-Cogemos arena y hacemos las casas.

-¿Tenéis electricidad?

-Sí… ponemos… ¿cómo se llaman?… para el sol…

-¿Placas solares?

-Eso.

-¿Y tenéis agua?

-Pagando. De una manguera.

-¿Y animales?

-Cabras. Y camellos… Y caballos; bueno, caballos hay tres.

-¿Tenéis tele?

-Sí. Parabólica.

-¿Cómo es un día en Smara?

-Primero cogemos, nos levantamos y vamos al cole; luego comemos y hacemos té; luego vamos a jugar a eso con agujeros… ¿cómo se llama?… a las canicas; luego comemos, y luego seguimos jugando al fútbol y jugamos al escondite, y luego nos metemos en unas ruedas muy grandes que hay por allí y nos metemos y jugamos a tumbarnos, hasta que tenemos sueño…

-¿Estudiáis español allí?

-Sí, por la tarde, una hora, los miércoles y los jueves. Y luego nos pasamos todo el rato diciendo: hola, amigo; hola, amigo.

-¿Lo que más te gusta de España?

-El pueblo al que vamos [en Guadalajara], y los coches, que son muy chulos.

-¿Qué es lo que más diferencia a Madrid de Smara?

-Los españoles son más blancos…

-¿Nada más?

-Bueno, sí, allí los niños jugamos como a luchar, haciendo kárate; aquí los niños no juegan así.

-Algo que te gusta hacer aquí que en el Sáhara no puedes.

-Ir a la piscina.

-Quieres ser futbolista, ¿a que sí?

-Sí. Y jugar en el Barcelona.

-¿Por qué?

-Porque ahí juega Eto'o.

-¿Todos en Smara queréis ser futbolistas de mayores?

-No, no, todos no; otros quieren ser médicos, y otros, taxistas.

Hay una respuesta de Gali Mohamed que demuestra cómo defienden lo suyo.

-Me han dicho que este año has ido a esquiar… Eso es una gran novedad para un saharaui, ¿no?

-Sí. Bueno, no. Allí no esquiamos, pero nos deslizamos por unas piedras; cogemos algo y nos deslizamos, así, fiuuuu, fiuuuu.

La relatividad de los niños. Lo cuenta Nicolás Muñoz: "Al segundo día, a Susu ya ni le llamaban la atención los árboles ni la lavadora, ni volvió a descalzarse al entrar en casa". Y lo cuenta también María Rosa: "Yo, por ejemplo, pensé que cuando fuéramos a la playa a Almería, como hay nudistas y mujeres en top less, pensaba que se iba a extrañar muchísimo; pero no, qué va, lo vio tan natural". Es la enternecedora capacidad de adaptación de los niños al entorno, por muy crudo que sea; algo que en los últimos meses ha quedado explícito con la extraordinaria película Las tortugas también vuelan, sobre la vida de los niños en un campo de refugiados kurdos.

Seguramente, a estas otras alturas del texto habrá lectores que sigan pensando que son niños que, a fin de cuentas, se quieren quedar, que debe de haber bastantes casos. Aicha pesa en muchas opiniones españolas.

La historia de Aicha Embarek, que EPS publicó hace dos veranos y luego se convirtió en libro, sigue planeando: Aicha vino a España en 1995, con 12 años, con el programa Vacaciones en Paz. Se quedó seis años para estudiar, por acuerdo entre las dos familias (la suya y la de acogida). En 2001 volvió al desierto para un mes, pero su familia la retuvo dos años, contra su voluntad. Con 21 años consiguió volver a España con la familia española, en Ponferrada (León). Se convirtió en la primera saharaui que regresaba a España para continuar sus estudios universitarios (los jóvenes saharauis suelen ir a estudiar a Argelia y Cuba, país donde hay una colonia de unos 1.800 cursando estudios superiores). "No me lo puedo creer. Estoy aquí", dijo Aicha nada más llegar al aeropuerto de Barajas. Y los periodistas solían añadir en sus sentidos reportajes: "Aicha ha cumplido su sueño".

Pero Merche González habla con cuidado y explica que son casos excepcionales. Subraya que los niños vienen de vacaciones -repite lo de vacaciones- porque les sienta bien: "Toman el aire, se bañan en el mar, evitan el calor del verano del Sáhara, ven otras cosas, comen alimentos frescos que les vienen muy bien para crecer -en el Sáhara, la dieta está basada en el arroz, la pasta y las legumbres-, se les hace una revisión médica y se les trata de algún pequeño problema que sufran: de lombrices, sarna, caries, estrabismo, se les pone gafas si las necesitan. Pero son lo que son, unas vacaciones, que el Gobierno saharaui liga además a las notas; exige que los niños hayan aprobado el curso. Unas vacaciones, como cuando nosotros nos vamos a la costa o la sierra y notamos que volvemos rejuvenecidos. Pero en ningún momento está previsto que se queden aquí o den continuidad a su estancia viniendo a estudiar. Se quedan cuando tienen un problema de salud que necesita un tratamiento largo, siempre con un informe médico. El año pasado, nuestra asociación trajo a 63 niños, y sólo tres se han quedado todo el curso. Este programa nunca puede servir para desestructurar las familias y el pueblo saharaui". Un pueblo de varios cientos de miles de personas (se cree que en torno a la mitad en los campamentos de refugiados) en lucha frente a Marruecos por su territorio, el antiguo Sáhara español, ahora dividido por un muro; a la espera de un referéndum libre, con la mediación de Naciones Unidas, aplazado una y otra vez por la oposición frontal de Marruecos.

Brahim Gali, delegado saharaui en España, sigue el mismo esquema de respuesta: "El programa Vacaciones en Paz alivia el sufrimiento de los niños en los meses con clima más adverso; meses en los que llegamos a 48 grados a la sombra. Además pasan chequeos médicos que detectan problemas, pueden practicar el castellano que aprenden en la escuela, y ven cosas tan reales como un grifo en casa, un bosque o el mar, a las que no tienen acceso en los campamentos; amplían su percepción de la realidad. La experiencia de todos estos años es muy buena. No hemos detectado problemas para ellos, que sufran al volver. Son niños que se adaptan perfectamente a una situación como a otra. Además, las familias españolas de acogida suelen hacer luego un viaje a los campamentos para ver a los niños y conocer a sus familias, y eso es lo más maravilloso, un medio extraordinario para estrechar lazos entre españoles y saharauis". Gali alaba la solidaridad de la sociedad española con su pueblo y de algunos ayuntamientos, diputaciones y Gobiernos autónomos, pero no deja pasar la ocasión para criticar la postura ambigua del Gobierno español: "Echamos de menos más implicación; tienen una deuda moral y una responsabilidad histórica con nosotros".

Merche González no oculta la segunda vertiente de este programa de vacaciones: "Los niños son una buena vía para difundir la causa saharaui, algo que a veces resulta difícil por las prevenciones oficiales para no enfadar a Marruecos". Confiesa que ella está en la asociación por compromiso personal "con un pueblo sumamente solidario, muy agradecido, que comparte todo, lo que tiene y lo que no tiene, alegre a pesar de todo, con una paciencia enorme y una serenidad envidiable".

Y las familias españolas de acogida, ¿cómo lo ven? Retomemos lo que decía María Rosa al principio sobre la dureza de la primera semana con Susu: "Estábamos tan ilusionados que pensábamos que todo iba a ir bien desde el principio, que iba a ser felicidad para todos; pero no: la primera semana resultó horrorosa, lloraba mucho, se llevaba fatal con mi hijo. También es verdad que los primeros días son los únicos que pasó en Madrid, y para un niño acostumbrado a los espacios abiertos, estar encerrado en un piso le puede agobiar; luego, en el pueblo de Guadalajara y en Almería, ya se lo pasó bien. Pero en Madrid se salía a la terraza, a pleno sol, con 40 grados, y ahí se quedaba".

"Del pueblo saharaui te llaman la atención muchas cosas", termina Nicolás Muñoz. "Desde su carácter, tan independiente como hospitalario, hasta su adaptación al medio tan duro en que viven. Yo me quedo sorprendido de que no sudan; que pueden estar a 48 grados, que tú te estás deshidratando, y ellos, ni una gota de sudor. En El viaje de Susu ves también que es un niño muy independiente, maduro, con reacciones muy reflexivas. A fin de cuentas, los campamentos de refugiados son matriarcados donde no se ven hombres, están trabajando fuera o en el ejército, y ellos se convierten en pequeños señores de la casa, y todo eso les hace madurar antes. En El Viaje de Susu asistes a una especie de vuelta atrás, lo contrario a un viaje a la madurez; es un viaje hacia la infancia. A medida que pasa la película y la estancia de Susu en España, ves que se relaja, se confía, se comporta como el niño de siete años que es; algo que, al vivir en condiciones extremas, al tener una responsabilidad desde muy pequeños, lo pierden muy pronto".

Susu, en el aeropuerto, hipnotizado con el despegue de los aviones. Susu, regalándole a su madre la olla a presión que le envía la familia madrileña. Susu, feliz con una bicicleta en el desierto.

"Otro rasgo a destacar", termina el director del documental, "es su obsesión por volver con los suyos; me imagino que es la táctica de supervivencia del pueblo amenazado. He conocido a jóvenes que salieron a estudiar a Argelia, a Cuba, que se han hecho médicos o ingenieros, pero que luego todo su empeño ha sido regresar a la jaima".

El documental 'El viaje de Susu' se emite hoy en Localia TV a las 14.30 y en el canal temático de TVE Grandes Documentales el 11 de junio. Más información: http://elviajedesusu.blogspot.com. Información sobre la asociación Amigos del Pueblo Saharaui de Madrid: 915 31 28 29.

Susu, tras un depósito de agua, en el campamento de Smara, que lleva el nombre de una de las ciudades que los saharauis consideran ocupadas por Marruecos.
Susu, tras un depósito de agua, en el campamento de Smara, que lleva el nombre de una de las ciudades que los saharauis consideran ocupadas por Marruecos.DIEGO MUÑOZ

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