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Acantilado opone dos visiones del amor de sendos autores polacos

La editorial Acantilado renueva su apuesta por la literatura centroeuropea con la publicación de dos novelas de sendos escritores polacos: El doctor Hanemann, de Stefan Chwin (Gdansk, 1949), y Otros placeres, de Jerzy Pilch (Wisla, 1952). En la presentación, ayer, de los libros, ambos autores coincidieron en la demarcación de su interés narrativo: retratar los escondrijos del alma humana. No obstante, su estilo es dispar. Pilch echa mano de la sátira y Chwin, de la evocación melancólica.

El libertino protagonista de Otros placeres, el veterinario Kohoutek, tiene un problema. En la víspera del cumpleaños de su abuela Oma, ve deambular por el jardín de la casa familiar a su última conquista, una joven adicta a las obras de Kundera y Gombrowicz.Llega para quedarse. Es la única de las amantes de este donjuán moderno que se ha creído sus promesas de fidelidad. Ante el temor de ser descubierto, la aloja en el desván de un antiguo matadero.

Su preocupación están bien fundada: pertenece a una familia luterana de religiosidad estricta. Además, por el domicilio transitan personajes esperpénticos inmersos en un costumbrismo del absurdo. Todas sus rencillas terminan con una sentencia tajante: "Yo te mato". El novelista conoce muy bien las obsesiones de un entorno evangélico, escenario habitual de sus chanzas literarias. "El tema del luteranismo me ha dado en Polonia ciertos aires de exótico, porque aporta algo de colorido. Me ayudó a abrirme camino, pero también me encasilló. Eso sí, soy un luterano muy pecaminoso".

Desarraigo en Gdansk

El envite de Chwin es muy diferente. En El doctor Hanemann describe las andanzas de un anatomista germano que rechaza abandonar Polonia ante la inminente llegada de las tropas soviéticas, hito que marca allí el fin de la Segunda Guerra Mundial. Su tozudez es fruto de un amor trágico que le mantiene unido a Gdansk. La peripecia de Hanemann es una mera excusa argumental, porque la auténtica protagonista de la novela es esta desventurada ciudad polaca. De pronto, las calles cambian de nombre y los vecinos con los que se ve obligado a convivir son desconocidos. Sin moverse de sitio, todo es ya irreconocible a su alrededor.

La trayectoria histórica de Gdansk no puede ser más abigarrada. Fue polaca hasta el siglo XVIII y posteriormente se la anexionaron los prusianos. La independencia obtenida con el Tratado de Versalles se hizo trizas con la ocupación militar de Hitler. Una vez derrotados los nazis, cayó en la órbita de la Unión Soviética. El Ejército rojo se encargó de repoblarla con polacos, política que supuso la huida de miles de residentes alemanes. La familia de Chwin no fue ajena a tanto ajetreo. De origen finlandés, emigraron a Lituania por miedo al avance de Stalin y acabaron en Gdansk. Así, el desarraigo de Hanemann lo conoce de primera mano: "Mi familia vivía siempre con las maletas a punto, parecía imposible echar raíces en algún lugar. La epopeya familiar me inspiró".

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