Por la noche, veneno
En las guías turísticas sobre Madrid, ahora que se aproxima el guiri, convendría colocar junto a lo de spanish tapas y live music, algo como the best garrafón in town (El mejor garrafón de la ciudad), para que este fenómeno propio de la noche madrileña no pille desprevenido al visitante. O, como si los bares fueran playas de baño restringido, un panel podría advertir en cada establecimiento de los peligros de la resaca, así como del nivel de garrafón que se ofrece a la parroquia. Merecido se lo tendría el gremio hostelero de la capital, que reparte despreocupado aguardiente infame camuflado en botella ilustre. Bastan unos tragos de cualquier mortal elixir disfrazado de combinado para gemir por la eutanasia al día siguiente. Aun cuando algún paladar entrenado desenmascara al bellaco, el filibustero de barra replica furibundo para negar la evidencia.
La resaca en Madrid, gracias a la generalizada práctica hostelera de dar gato por liebre en materia de licores, se convierte en epidemia los fines de semana. Y es que la noche madrileña no castiga sólo al descontrolado; también sufre el inocente que paga la hipoteca, el que vuelve del cine o el que sólo pasaba por allí. Que cierren los bares antes, no importa. Casi está más difícil tomarse una copa en condiciones que encontrar un trabajo digno. Las imprudencias se pagan, además, y caro.
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