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Columna
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Vivir con la mentira

El anciano Enric Marco, de eso cabe poca duda, se habría muerto como gran símbolo de las víctimas españolas del Tercer Reich y, en su muerte, habría sido enterrado con todos los honores, rodeado de los pocos supervivientes de los campos nazis que aún viven, miles de simpatizantes y entre un mar de banderas republicanas por las que éstos lucharon en España, en Francia y en su cautiverio. Lo ha estropeado todo Benito Bermejo un historiador maniático de los datos -como debe ser- y el suficiente tiempo para dedicarse a investigaciones menores con fiero ahínco. Marco habría muerto orgulloso de su mentira y probablemente convencido de que su vida falsa había sido una gran gesta por una causa justa. Marco fue treinta años otro y a punto ha estado de recibir los honores de su segundo yo.

El terremoto que sacudió a Europa desde 1914 hasta 1945 no sólo segó decenas de millones de vidas y cambió prácticamente la de todos los supervivientes. Obligó a millones de personas a llevar una doble y triple vida en las que la biografía real muchas veces tendía a ser reprimida por las falsas. En el caso de los grandes criminales nazis no fue el caso. El doctor Mengele siempre siguió siendo Mengele y Eichmann siempre fue Eichmann hasta su ejecución en Israel. Ellos sólo cambiaban de identidad como si de un disfraz se tratara. Pensaban que lo que habían hecho estaba bien y lo habrían vuelto a hacer de presentarse la ocasión. Es difícil imaginarse a Mengele despertándose por la noche por una pesadilla en la que viera caras de niños gemelos judíos o gitanos, aterrorizados cuando él se disponía a inyectarles dosis distintas de cloro en el iris de los ojos para comprobar los efectos de coloración. El escritor Martin Pollack cuenta magistralmente en su libro El muerto en el búnker -que sale en español para la Feria del Libro- cómo siguió 40 años después los pasos de la huida de su padre, un destacado oficial de las SS, especialmente sanguinario en el frente del este, que hizo de criado en una granja y se inventó allí toda una leyenda de vida pasada, para ser asesinado después por el campesino que le iba a ayudar a cruzar los Alpes hacia Italia.

Pero, sin duda, la vida falsa de quienes no eran perseguidos son las más intrigantes por sus motivos. Hubo casos de niñas supervivientes que se hacían pasar por su hermana muerta porque creían que ella había sido más lista, guapa y apreciada por los padres también muertos. Hubo muchos que intentaron, y en ocasiones consiguieron, hacerse pasar por su cuñado gaseado para hacerse con sus posesiones. Fueron centenares de miles en todos los países ocupados los que, habiendo colaborado o no con los invasores, se hicieron una leyenda de resistentes muchas veces tan frágil que vivieron toda la vida con temor a ser descubiertos. Ellos sí se despertaban por la noche cuando soñaban que se les aparecía alguien como el historiador que persiguió a Marco hasta el fondo de su mentira. Como los que participaron en los saqueos de las casas de los judíos deportados y negociaron con el botín para ocupar después puestos destacados en la sociedad de su pueblo o ciudad. Igual que en Alemania nadie había sido nazi el 10 de mayo de 1945, tras la liberación de Francia fueron cuatro mujeres novias de alemanes, Petain y Laval los únicos que al parecer no habían estado en el maquis. Mitterrand es todo un ejemplo. Algún escritor español no le va a la zaga. Todo mentiras. Vidas inventadas para poder sobrevivir con una dignidad que ellos sabían era farsa o para paliar los sufrimientos y las carencias humillantes de la vida suplantada. Lanzados todos a la intemperie y en plena lucha por la supervivencia, cuando todo estalla a nuestro alrededor y nada es ya como fue, me atrevo a creer que son mayoría los que quieren salir de su piel y ser otro, tener otra biografía. La dignidad consecuente nunca es mayoritaria.

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